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análisis | la cantina

Los recuerdos de París 2024 y una triste conclusión

16/08/2024 - 

VALÈNCIA. Los Juegos Olímpicos nos han dejado imágenes icónicas. Una de mis favoritas, y también del público en general, ha sido la del tirador turco que nos maravilló por su sencillez. Unas gafas de vista, el brazo recto con la pistola apuntando a la diana y la otra mano en el bolsillo, como si estuviera esperando el autobús. Nada que ver con sus rivales, pertrechados con todo tipo de artilugios para, supuestamente, mejorar su puntería. Aunque, al final, a Yusuf Dikeç, el deportista con pinta de oficinista, solo le venció un contrincante y se volvió a Turquía con una medalla de plata y cientos de miles de seguidores.

¡Qué lejos queda ya aquel el inicio de los Juegos! Y cómo le costó a la gente entender nada de esa ceremonia, cargada de simbolismo y guiños trascendentales. Todo estaba estudiado. Todo tenía un sentido. Y el principal de todos, el motivo por el que lo sacaron del estadio, mostrar París y su historia al mundo. Eso no era tan complicado. Y transmitir que era un día de celebración. Así viví yo la fiesta, casi una ‘rave’, en aquella tabla encima del Sena con los bailarines moviéndose sincopados al ritmo de la música electrónica.

Es el poder olímpico, que nos conquista por donde menos lo pensamos. No hay más que preguntarle al público español, con los ojos humedecidos en cuanto vio que Zinedine Zidane le pasaba la antorcha, ya en la recta final de la ceremonia inaugural, a Rafa Nadal. Toda la vida pensando que los franceses le tenían manía y resulta que, a la hora de la verdad, en un acto con millones de espectadores, colocaron al español en el centro del escenario en uno de los momentos culminantes de la ceremonia.

El deporte también emociona cuando el deportista llega al éxtasis. La parada de la portera española de waterpolo en la tanda de penaltis de las semifinales me arrancó un grito inesperado. Los ojos de loca mirando a su rival, a la que acababa de pararle el lanzamiento, mientras gritaba poseída por una fuerza superior, me sacudió. Como María Pérez, que agarró con rabia la cinta de meta cuando su triunfo, a medias con Álvaro Martín, en el relevo mixto de la marcha.

Durante lo Juegos nos emociona con la misma fuerza la alegría y la tristeza. El triunfo y la derrota. El récord de Mondo Duplantis, con todo un estadio pendiente de él, de su vuelo hasta la luna de París, y el llanto desgarrador de Carolina Marín después de que su rodilla volviera a quebrarse de la manera más cruel. Todo saltamos con Duplantis y todos lloramos con Marín.

Las dos finales de baloncesto fueron tremendas, con la selección de Francia logrando poner contra las cuerdas a lo que aún llaman ‘Dream Team’, el equipo que salvaron Steph Curry y LeBron James, y el verdadero ‘Dream Team’, el femenino, que lleva 61 triunfos consecutivos en los Juegos Olímpicos. Su última derrota fue en Barcelona 92 ante el Equipo Unificado. Me impresionó ver a Yabulese y Wemby arrasar en la pintura, y me maravilló Gabby Williams quedándose a un palmo de la prórroga. Su llanto también me conmovió.

Otra escena para la historia fue la retirada de Eliud Kipchoge, el rey caído. El explusmarquista mundial se paró en el maratón y se subió al ‘coche escoba’, una acción cargada de simbolismo, después de regalarle las zapatillas, las aparatosas zapatillas con las que cambió la historia de la carrera a pie, a un aficionado.

Las redes sociales, así se siguen también los Juegos en el siglo XXI, te cuelan vídeos que saben que te van a gustar. Como los gritos de ánimo, éxtasis y felicidad del marido de Tara Williams durante la final de salto de longitud. “¡Eres campeona olímpica!”, le chilla con lágrimas en los ojos. Tiene gracia que aún nos sorprenda un hombre entregado en su papel de gregario de una mujer triunfadora. Como triunfadora fue Rebeca Andrade en el reino de Simone Biles. De qué forma más sutil y fantástica encajó la derrota la estadounidense y qué hermosa fue su reverencia junto a su compatriota Jordan Chiles cuando la brasileña subió a lo alto del podio. Eso son los Juegos Olímpicos, un lugar donde pueden compartir asiento la competitividad y el respeto por el rival.

Los Juegos tampoco tienen edad. Los jóvenes son mayoría, pero también hay veteranos que demuestran que con cuidados y empeño se puede llegar igual de lejos que con la fuerza desbordante de la juventud. Ahí está una valenciana, Sandra Ygueravide, para demostrárnoslo con esos triples finales que llevaron a España hasta la final del 3x3.

Los frenéticos días olímpicos, sin tregua, pues siempre hay un deporte, por desconocido que sea, al que honrar como espectador, terminan siempre con los sesudos análisis periodísticos que pretenden deshuesar la actuación de España para explicarle a sus lectores o a sus oyentes por qué el deporte nacional nunca ha vuelto a rendir como en Barcelona 92. Cuando la respuesta está en ellos mismos, en esos mismos medios de comunicación apenas tres días después de que se apagara la llama y todos empezáramos a pensar en Los Ángeles. La respuesta, digo, está en los periódicos que solo tienen papel para el fútbol y los programas de radio que han dejado de interesarse por todo lo que no sean el Real Madrid, el Barcelona o, aquí, el Valencia. Ahí está la clave. Ahí está la explicación de por qué España no triunfa a lo grande en esta conjunción universal de los deportes. Porque en España solo interesa el fútbol. No pierdan el tiempo en buscar más explicaciones.


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