13 de noviembre / OPINIÓN

Los sinsabores de esta permanencia

14/07/2020 - 

VALÈNCIA. Solamente quedan dos jornadas ante Celta y Getafe y es una pena que el final vaya a estar cubierto de más nubarrones de la cuenta y quede en un segundo plano la consecución de una permanencia holgada. Era el temor que tenía después del golpe definitivo en Cornellà-El Prat, el 4-2 al Betis y el objetivo matemático tras la derrota del Mallorca en el Wanda. Es injusto minusvalorar que el Levante siga entre los 20 mejores del panorama nacional. No hay que olvidar lo mal que se pasó para seguir entre los mejores con aquella agónica victoria en Girona ni tampoco esconder que era el momento de haber dado un paso al frente, de no quedarse únicamente con el primer objetivo de la salvación y opositar a algo más. En esa montaña rusa que ha sido este curso, hubo amagos, fogonazos de pegar el estirón, sobre todo tras las victorias pletóricas en el Ciutat ante Barcelona y Real Madrid.

Siento que se ha perdido una gran oportunidad de enterrar el ‘yunque de la adversidad’, de no conformarse con el aprobado y aspirar a pecho descubierto por retos de mayor envergadura. Porque son muchos los entrenadores que han piropeado semana sí semana también las virtudes granotas con un marcado acento de inferioridad, conscientes de lo que tenían delante. Me resisto a creer que este frenazo tras atar la continuidad entre los mejores sea una cuestión de actitud porque Paco sería el primero en atajarla de raíz si percibe que hay algún jugador que se estuviera dejando llevar. Convive con ellos día a día y en esta reanudación tras la pandemia ha insistido más en ese factor mental, en adaptarse a los condicionantes de la ‘nueva normalidad’, que en los propios conceptos tácticos o matices que cada encuentro y el rival de marras ofrecen sin apenas respiro.

Hay leyes no escritas en el fútbol que se cumplen a rajatabla en cada recta final de competición. Casi siempre suele ganar la necesidad y en el Levante desapareció ese agobio tras el 1-3 al Espanyol. Y eso es una bendición y no un escudo para bajar el pistón. No debería ser así, pero el futbolista tiende a desconectar, a desviarse del camino, a pecar de impreciso con balón, a no tener fluidez en zonas de finalización, a tomar decisiones erróneas, a no saber si presionar o inyectar velocidad a sus acciones y a cometer errores que decantan la balanza. Unos factores que en mayor o menor medida están marcando los últimos coletazos del ejercicio 19/20 y que han minimizando cualquier posibilidad de crecer más allá de la duodécima plaza actual (el puesto en la clasificación presupuestaria), alcanzar el Top Ten o superar por primera vez en la historia a un Valencia que no está para tirar cohetes, que en Butarque perdió ante diez y fallando un penalti, pero aún aspira a Europa. 

Ante el Athletic, después de sumar solamente dos puntos de los doce posteriores al triunfo frente al Betis en La Nucía, el doblete de Raúl García en momentos clave (uno nada más empezar la cita y el segundo en la prolongación del descanso) fue más por deméritos granotas que por aciertos vascos. El navarro es el futbolista con más goles en la segunda vuelta de la competición (10, uno más que Leo Messi) y amenaza a Gerard Moreno por ser el máximo realizador nacional (15 por los 16 tantos de la referencia del Villarreal). Lástima que Roger se haya descolgado de esta pelea porque no ha visto puerta desde el gol que anotó al Granada en Orriols justo antes del estado de alarma (11). Bardhi, con tres tantos, Morales y Borja Mayoral, con dos dianas cada uno, han asumido la responsabilidad ofensiva. Esta plantilla podía haber luchado hasta el final por esa séptima plaza continental o por lo menos debía haberle metido más miedo en el cuerpo a los que aún se aferran a ese último billete, aunque eso obligue a disputar tres fases previas a partido único. 

La exigencia es sinónimo de crecimiento, pero en exceso también es contraproducente. A este vestuario se le puede y debe pedir más la próxima temporada. Y estoy convencido de que a los propios protagonistas les va a quedar un sabor agridulce por haber amagado y quedarse a medias cuando el balón deje de rodar. Entiendo los condicionantes de estas últimas reválidas en tan poco tiempo y no resto ni un ápice de valor a la respuesta del equipo hasta que se llegó a la meta con cinco jornadas de antelación. De puertas para dentro, Paco incide a los suyos en acabar de la mejor manera posible y que la evidente desconexión por la escasez de retos clasificatorios no pase demasiada factura. De puertas para fuera, los focos enfocan al futuro, a un proyecto condicionado por las consecuencias de la crisis sanitaria y centrado en esos imprescindibles tan cotizados. Con los fichajes de Son y Malsa, puliendo posiciones deficitarias (es necesario un central de jerarquía y un delantero goleador), que la fuga de talento no sea mayúscula (Aitor Fernández, Campaña y/o Bardhi) y que el yugo financiero no vuelva a condicionar los movimientos, este Levante aglutinaría argumentos suficientes para enterrar el sufrimiento y escalar cotas más elevadas. Sobre todo porque hay una identidad definida desde el banquillo. Los dardos del entorno tras este final con sinsabores reflejan también que hay que dejarse de ese tufo de conformismo, sobre todo desde los que mueven los hilos, porque lo de ‘qué grande es ser pequeño’ ha quedado anticuado. Seguro que Ramón Vilar, con su voz ronca y su defensa a capa y espada de su Levante, querrá soñar en grande por su equipo desde el cielo. 

Hoy me acuerdo de Iván López

En la operación salida, junto a la de un Bruno González que ya no estuvo a disposición de Paco López desde Valladolid y la decisión de Real Madrid sobre el futuro de Borja Mayoral, el que no seguirá es Iván López, que deja el Levante con 26 años (el 23 de agosto hará 27) y diezmado por su peor enemigo: las lesiones. Hoy me quiero acordar del ‘Cafú blanco’, como siempre me ha gustado definirlo, que debutó en 2011 con 18 años en A Coruña en la ida de dieciseisavos de final de Copa del Rey ante el Deportivo y además como lateral izquierdo, en la banda opuesta a su ‘zona de confort’. Después de una fructífera cesión en el Girona en la temporada 2013-14, Iván regresó a casa para asentarse en el equipo dirigido por José Luis Mendilibar y, posteriormente, a las órdenes de Lucas Alcaraz.

Su estreno en la élite fue el 30 de agosto de 2014 en San Mamés, el mismo día que el ‘Comandante’ Morales. Los problemas físicos le han cortado las alas, llevándole en varias ocasiones al quirófano e impidiéndole disputar un partido oficial con la camiseta del Levante desde el 9 septiembre de 2017 en el Santiago Bernabéu. Aquel día, el equipo puntuó y él participó en el 0-1 del 1-1 final con un saque de banda prodigioso que el otro Iván López (Ivi) mandaría a la red de Kiko Casilla. Fue además el capitán de un encuentro en el que se conmemoraba el 108 aniversario del club, con un logo especial en la camiseta. Recuerdo que me llamó para pedirme que le consiguiera la foto del saludo en el sorteo de campo. En la excepcionalidad de esta nueva realidad a todos los efectos, espero que cuando acabe oficialmente la temporada, el club tenga el guiño que merece este futbolista criado en la casa, canterano en mayúsculas, que ha sido internacional Sub-19 y Sub-20, que ha sufrido, que ha peleado y que ojalá consiga recuperar la sonrisa sobre un terreno de juego. El ‘2’ cambiará de dueño. Ese dorsal que encumbró a Koné y que luego lucirían Massimo Volta y Rémi Gomis. Podría ser para Son, uno de los tres laterales derechos con contrato en vigor para el próximo curso junto a Miramón y Coke. 

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