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opinión

Mañana me quito

18/01/2019 - 

VALÈNCIA. Decía Leo Bassi, para justificar su odio al fútbol, que este era como un gran bucle, en el que, cuando todo parece terminar, vuelve a empezar desde cero, sin que se tengan en cuenta los éxitos y los fracasos del pasado. Así, las temporadas se suceden como un rodillo alienante, como un mecanismo perfectamente engrasado para ilusionar a las masas en un eterno borrón y cuenta nueva. Sin ánimo de emular el espíritu provocativo del actor y cómico italiano, yo diría que las razones por las que él detesta el fútbol son precisamente las que lo hacen único. La posibilidad de redención, de eliminar los recuerdos nefandos, como en una parábola de ciencia-ficción, de volver a hacer creer que nuestro equipo triunfará, es el gran secreto que hace del fútbol el espectáculo global en el mundo en el que vivimos.

En el año del centenagrio, el Valencia ha concentrado ese maravilloso bucle futbolero que se da temporada tras temporada en una sola campaña. Desde que comenzó esta efeméride, el equipo vive en un continuo refugio en el próximo partido, en una realidad paralela que nos pinta el siguiente encuentro como aquel en el que se producirá la reacción que cambiará el rumbo de la temporada, el punto de inflexión que recordaremos dentro de muchos años como el partido clave que nos sirvió para conseguir algo. El Montjuïc al que se apelaba hace ya unos meses y que sigue sin llegar, probablemente porque Montjuïc es una montaña y aquí ni Mahoma va a la montaña ni viceversa.

A un empate o una derrota, a la vez que la retahila de excusas recurrentes, le sucede el propósito de que el siguiente partido será el definitivo, aquel en que todo girará a mejor, en que el equipo recuperará el nirvana y las sensaciones que lo auparon a los puestos de Liga de Campeones la pasada campaña, como una promesa que se va dilatando en el tiempo de forma indefinida. Es como el “mañana me quito” de los yonquis de los 80, el “lo dejamos ya” de Jack Lemmon y Lee Remick en ‘Días de vino y rosas’, el “la última copa y a dormir” de tantas noches de fiesta.

Pero, al final, pasan los meses y ese día nunca llega, las excusas se multiplican, los objetivos se alejan y la reacción no se produce. Cambian las competiciones y todo sigue igual, porque no importa el rival, da igual que se juegue contra los suplentes de un equipo de segunda división que contra uno de los favoritos para ganar la Champions. Las sensaciones son las mismas, los empates son los mismos, los “jugamos como nunca pero empatamos como siempre” se repiten porque, finalmente, pensar que lo de mañana será mejor que lo de hoy nos ilusiona y nos da esperanza para seguir creyendo. Y así tiene pinta de ser hasta que llegue junio.

Y yo les prometo que mi columna de la semana que viene será mucho mejor que esta.

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