opinión

Maneras de ser el dueño de un club de fútbol

20/09/2019 - 

VALÈNCIA. Andy Holt es un empresario de Accrington, una ciudad inglesa al norte de Mánchester de poco más de 35.000 habitantes, que hace cuatro años compró el club de fútbol de su localidad. La entidad se encontraba agobiada por las deudas y con un futuro imperfecto, próximo a la desaparición, así que Holt, que posee una empresa que fabrica artículos de plástico, invirtió parte de su dinero en salvarla. Hace unos días, Holt concedió una entrevista a la página web española Marcadorint.com en la que contaba, entre otras perlas, que “si gestionas un club para tu propio beneficio, los aficionados estarán en tu contra”. El método de gestión de Holt, en sus cuatro años al frente del Accrington Stanley, no debe de ser tan malo: el club juega ahora en la League One (el equivalente a la segunda B española), una categoría que no había alcanzado jamás desde su desaparición por problemas económicos y su refundación, hace 51 años, y ha enjugado completamente la deuda que tenía en 2015.

Peter Lim, un empresario de Singapur, compró el Valencia un año antes de que Holt adquiriera el Accrington Stanley. Evidentemente, sus razones para hacerse con la propiedad del club valenciano eran diferentes a las del simpático hombre de negocios inglés. Lim no poseía ningún vínculo con la ciudad, ni probablemente conocía la historia de un club que se encaminaba a cumplir 100 años de existencia, por lo que el único propósito para desembolsar su dinero y hacerse con la entidad tenía que ser el ánimo de lucro. La afición del Valencia esperaba, con irreal ilusión, que el magnate singapurense pusiera la pasta para salvar el club con un objetivo más promocional que económico, es decir, que la compra del Valencia le sirviera para subir un escalón en la escala social de la élite futbolística, a la que se había aproximado gracias a su amistad con el agente Jorge Mendes y con una parte del grupo de futbolistas del Manchester United que formaron la famosa Class of 92. Sin embargo, en un lustro como dueño de la entidad, Lim ha convertido su propiedad en un polvorín, un club en permanente conflicto que sigue teniendo un futuro tan incierto como los planes de su dueño. Lim es el amo del Valencia y, como tal, puede gestionar el club como quiera, pero el problema es que, en cinco años, nadie conoce cuál es el modelo de negocio que quiere implantar en la entidad. Y eso, con una masa social tan importante detrás, es una invitación a vivir en el alambre de por vida.

Hace poco más de una semana, Lim prescindió del técnico que parecía haber establecido un modelo de sensatez en el equipo, un primer paso para deshacerse también del ejecutivo que ha aportado la misma sensatez a la gestión del club. Su decisión no es nueva en la historia del Valencia. Solo hay que recordar, como último precedente, que Juan Soler, que también era el dueño del club, pero hace doce años, echó a la calle a Quique Sánchez Flores cuando el equipo apenas había iniciado la liga, era cuarto en la clasificación y tenía posibilidades reales de clasificarse para octavos de final en la Liga de Campeones. Aquella decisión del propietario de infausto recuerdo, junto con muchas otras y la aquiescencia de un poder político que aplaudía sus dispendios disfrazándolos de amor a la entidad, acabaron por desencadenar la mayor crisis económica de la historia del club y que este acabara en manos precisamente de Peter Lim.

Hay muchas formas de gestionar un club de fútbol cuando lo compras. Nadie esperaba que Lim fuera como Andy Holt, de la misma manera que nadie esperaba que el singapurense se pareciera a los jeques que compraron el Manchester City o el Paris Saint-Germain, pero hacerse con la mayoría accionarial de un club como el Valencia es un regalo envenenado porque, como bien dice Holt en la entrevista antes citada, “uno gestiona su negocio privado para su beneficio personal y su negocio en el fútbol, que es su negocio público, para el beneficio de todo el mundo”. Y eso es algo que no se puede olvidar, porque detrás de un club de fútbol no hay accionistas que esperan recoger beneficios ni clientes que buscan un producto satisfactorio para sus necesidades, sino personas que se mueven por sentimientos irracionales, imbuidos en su personalidad desde pequeños, y que han ido desarrollando esa pasión hasta convertirla en algo que los une, sin saber muy bien por qué, con gente con la que aparentemente no tienen nada en común.             

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