VALÈNCIA. Hace dos cursos, recién llegado a “Plaza Deportiva”, escribí que Mateu Alemany y Marcelino García Toral eran una bendición para un club como el Valencia CF, entonces desangrado por diferentes guerras intestinas y por sus respectivos reinos de Taifas. El paso del tiempo ha sido determinante. El dúo dinámico del VCF, la “Doble M”, uno en los despachos y otro en el céped, están siendo factores decisivos para conseguir que el club, ya instalado en la elite que por historia le pertenece, no pare de seguir acelerando su crecimiento. Marcelino hace lo suyo en el banquillo y Mateu hace lo propio en en los despachos. No se bloquean, se complementan. No se estorban, se ayudan. Y no se pelean por la autoridad, sino que la administran, cada uno en su parcela, porque el club manda en la de todos. El penúltimo episodio protagonizado por esta pareja formidable que forman asturiano y balear es el gran golpe que el club ha dado en el mercado de invierno. En lo deportivo, Marcelino, después de un año excelso de Neto, no acabó del todo contento con el segundo. A un lado, aparecía Jaume y su buen final de temporada. Al otro, el irrefrenable deseo de Neto de jugarlo todo y de cobrar más. Una tesitura delicada que Mateu Alemany resolvió con maestría, puntería, paciencia y tenacidad.
Condicionado por obligaciones presupuestarias, Mateu Alemany sabía que necesitaba vender activos por unos 30 millones para cuadrar cuentas y equilibrar el balance del club. Sabía que Neto ya no era el portero de Marcelino, que había otra posibilidad abierta y que, como no quería malvender a Neto y no existía una gran oferta sobre la mesa por Rodrigo, diseñó un plan maestro en el que ofreció un intercambio de porteros al Barcelona, justo en el momento en el que Neto quería salir de Mestalla y Cillessen, de la Ciudad Condal. Alemany, inteligente, supo escenificar un negocio complejo, donde todas las posibles aristas de la negociación eran más que favorables para el Valencia CF. Escuchó al Barça, atendió sus peticiones, buscó satisfacer todas sus demandas y se sacó de la manga un trueque deportivo capaz de solucionar un gran problema. La genialidad de Mateu, que convenció al Barça de que le convenía cerrar la operación, es tremenda: primero, cuadra el presupuesto que le obligaba a vender antes del 1 de julio; después, saca del equipo a un portero que quería ganar mucho y no quería ser suplente y que, a la larga, podría ser un problema; y por último, contrata a un recambio de garantias, que conoce LaLiga y que, deportivamente, será titular a coste cero, mejorando lo que había. Un tres en uno en toda regla. Y no es que Neto Murara no sea un gran portero, que lo es. Es que Jasper Cillessen, salvo mejor opinión, es mejor que el brasileño.
Primero, porque aunque ambos están parejos y tienen un nivel muy parecido en reflejos, uno contra uno, sobriedad y regularidad, el holandés tiene un valor añadido: a este no se le cae el larguero encima de la cabeza, porque domina el juego aéreo, algo que quizá era el gran punto débil de un excelente meta como Neto. Pero hay más. Si alguien cree que Neto es mejor que Cillessen, entonces debe ir a las dinámicas deportivas que tendrán uno y otro: el primero decide irse a ganar más dinero y tener menos minutos; el segundo decide salir de su zona de confort y perder algo de dinero para tener más minutos. Uno busca confort y otro, salir de esa zona que ya conoce de memoria. Pregúntense qué necesita el VCF. En la humilde opinión de quien esto escribe, el intercambio de cromos propuesto y diseñado por Mateu Alemany es una genialidad táctica sin precedentes. Y si me lo permiten, un negocio redondo. Eso sí, para el Barça, no tanto: pagó 13 millones por Cillessen para ser suplente y ahora paga otros 29 más 6 en variables, por Neto, para que también siga siendo suplente. No todo el mundo puede ser Mateu Alemany.