Qué intensito y plasta es el Valencia (quiero decir, su estado anímico, su burbuja circundante) cuando se instala en la melancolía de lo que fue. Rizando el rizo ahora tenemos melancolía de lo que eramos hace apenas un par de meses...
VALÈNCIA. Qué intensito y plasta es el Valencia (quiero decir, su estado anímico, su burbuja circundante) cuando se instala en la melancolía de lo que fue. Rizando el rizo ahora tenemos melancolía de lo que éramos hace apenas un par de meses. La inmediatez el valencianismo la transforma rápido en morriña. Es un sentimiento que ha llegado al propio equipo, a la propia faceta deportiva, con un peligro evidente: querer continuar siendo lo que ya no puede ser y además es imposible.
El Valencia del marcelinismo ortodoxo, con su once de gala, sin bajas ni grandes presiones de calendario, se desenvolvía como el camaleón, letal ante escenarios muy distintos, tirando de engranaje solvente e individualidades muy inspiradas. El engranaje ha fallado (en gran parte porque cayeron algunas de las mejores piezas: Murillo, Soler…), el calendario se ha comprimido, algunas individualidades han perdido su mejor momento de forma (Guedes, Zaza), otras se han descalabrado sin una buena pareja al lado (Paulista). En cambio nos creemos a punto de golear al Betis, a punto de arrasar al Sevilla.
El Valencia se ha despertado de golpe, se le ha caído el calendario encima (la debilidad imanta los problemas), y se ha percatado de que para entrar en Champions todavía falta por jugar media temporada. Aficionados sorprendidos al saber que hay competidores por la plaza de Champions. La ventaja, el colchón de la buena forma, había creado el espejismo de que aunque nos retiráramos ya la próxima temporada había Champions. No, hay que lucharla.
En este maremagnum de suposiciones intuyo que el Valencia no ha caído por el calendario (simplemente ha incrementado sus problemas), sino más bien por colapso de la propia fórmula. Los rivales aprendieron a frenarle y los puntales que impulsaban un funcionamiento impecable dejaron de estar.
Todo eso ya nos lo sabemos… ¿pero y ahora qué? Echo en falta un nuevo plan, nuevas alternativas y un menor empeño en seguir haciendo lo mismo esperando que salga igual que antes. El equipo tiene valores definidos y es más competitivo, pero ya no sirve solo con eso.
La añoranza de sí mismo bloquea al equipo. Es pronto, pero puede empezar a hacerse tarde. Dejemos la melancolía para otro rato.