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Memoria, Bordalás y la fiesta de Blas

14/09/2021 - 

VALÈNCIA. 'Valenciastán' es tierra de excesos. Pasión, fuego, entrañas y víceras. Para lo bueno y para lo malo. Que la tribu ché es una de las más calientes y apasionadas de Europa no escapa a nadie. Y quizá por eso, como la afición es el gran patrimonio de este club cententario, como es la que paga mientras otros cobran y como es la que vive de alimentar el sentimiento que otros ven como su negocio, hay que insistirle en disfrutar del gran momento de su equipo. Hay brotes verdes, hay buenas sensaciones, motivos para creer y síntomas para soñar. Tienen un magnífico entrenador. Justo lo que necesitaba el Valencia CF. Un tipo con las ideas claras, con un IKEA en la cabeza, que aprieta cuando debe y que cuando se tercia, suelta para no ahogar. El campo jamás es un embustero. Mientras parte de la crítica más lírica de la profesión sigue identificando a Bordalás con el antifútbol y el crepitar de las redes sociales insisten una serie de prejuicios sobre el alicantino, Mestalla ve lo que ve. Y la pelota no engaña. El equipo aún está en obras, pero se están poniendo cimientos sólidos. Orden, rigor, compromiso, energía y automatismos colectivos que indican que el grupo cree en lo que hace, que sale motivado al campo, que no escatima un sólo esfuerzo y que tiene plan A, plan B y si se tercia, plan B. Hay grupo, hay familia y sobre todas las cosas, hay una autoridad: José Bordalás.

No es novedad que, para hablar de la reputación de Bordalás, siempre hay alguien que, en la fiesta de Blas, lleva unas copas de más. Con este entrenador hay que rendirse a la evidencia. Ni es el antifútbol, ni predica malas artes, ni es el anticristo del juego, ni obliga a sus rivales a dormir con sus eposas con las espinilleras puestas. Bordalás no es Arrigo Sacchi, ni es Cruyff, ni es Guardiola, ni es Mourinho. Es un tipo recto, trabajador, consecuente, con un estilo de juego flexible, un patrón colectivo reconocible y un carácter más fuerte que el vinagre. Suficiente para haber instalado en sentido común en la casa de los líos de Peter. Mientras el club sigue sin levantar las correspondientes estatuas de bronce a Gayà y Soler por su rendimiento y su fidelidad a la casa, Bordalás trabaja a la par que exige. Pide más a Maxi, más a Guedes - que cuando quiere vale cada céntimo de los 40 melones que se pagaron por él-, más a Correia, más a Hugo Duro y más a Diakhaby, porque si llevas la camiseta del Valencia CF tienes una obligación por encima de todas: pedir siempre más. Para eso le pagan y para eso paga el socio.

Eso sí, ahora que el Valencia CF tiene un señor entrenador, que es un pequeño gran paso para el club y uno enorme para el valencianismo, el aficionado debe tener mesura y memoria. Mesura para intuir que, en esto del fútbol, todo es como acaba y no como empieza. Porque en fútbol profesional importa ganar y si no lo haces, se pasa del todo a la nada, del cero al cien, del cielo al infierno y de puta - con perdón-, a monja. Y viceversa. Al valencianismo hay que pedirle que se ilusione - el fútbol vive de eso-, porque no hay que ponerle puertas al campo, pero también hay que decirle que la euforia es mala compañera de viaje y sobre todo, hay que pedirle que, en un ejercicio de madurez, mantenga los pies en la tierra. El trabajo está siendo bueno. Y se gane o pierda los próximos partidos, ese trabajo seguirá siendo bueno. Y luego hay que pedirle a la gente memoria. Que es el recurso de los tontos, de acuerdo, pero que conviene tener claro.

El Valencia ahora tiene entrenador. Y hay que recordar que, no hace mucho tiempo, también lo tuvo. Que nadie permita que Bordalás corra la misma suerte que Marcelino. Que nadie aplauda una destitución desde Singapur. Que nadie haga de correveidile del poder cuando vengan mal dadas. Y que nadie se comporte como un alcahuete de la propiedad cuando Bordalás diga dos frases que no le gusten al que manda, porque si eso sucede y sale por la gatera, será otro paso atrás para el valencianismo. El Valencia perdió un entrenador hace dos años. Ahora lo ha recuperado. Con los resultados, mesura. Y con el señor que está trabajando, memoria. Habrá quien diga que Marcelino y Bordalás se parecen lo que un huevo y una castaña, pero si el Valencia es la ecuación, el orden de los factores no altera el producto. Dejen trabajar a los que saben y exigen. Entre otras cosas, porque el que olvida la historia, se condena a repetirla. 

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