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opinión pd / OPINIÓN

Mentirosos y cobardes

6/04/2021 - 

VALÈNCIA. Cada época elige a sus héroes según sus valores. La historia, por su parte, te da la oportunidad de saltar de la vida más común a la heroica en un momento inesperado e indeterminado, pero solo lo hace una vez. Y a veces ni eso. La diferencia entre los héroes, los seres comunes y los villanos es que, llegado el momento, unos están a la altura de lo que la historia requiere de ti; los otros se quedan en tierra de nadie y los últimos, en cambio, ven la ocasión de manera egoísta. Y este cuento, visto así, ya tiene repartido sus papeles.

El Valencia CF, con su defensa central francés Diakhaby a la cabeza, comenzó bien la aventura, tomando una decisión firme, valiente, arriesgada y muy aplaudida para quienes estábamos al otro lado de la pantalla, desconociendo casi todos los detalles. Nos hizo sentir orgullosos este chico joven, de imprecisas prestaciones en el campo, pero de corazón y alma nobles. Ver a nuestros capitanes diciendo que allí no se iba a estar ni dos minutos más sobre el campo nos llenó a todos y todas el pecho de dignidad, de responsabilidad y de identidad. Ver al jugador del Cádiz intentando, frente a todos, darle la vuelta a la situación y convertirse en víctima me parecía la gran victoria de la tarde, su goleada. Y con ello no estoy acusando al cadista, sino describiendo lo que se veía en pantalla, con total nitidez. Su cara no reflejaba arrepentimiento por el acto, sino por las consecuencias ante algo que, a juzgar por su mano en la boca cada vez que hablaba, parecía que ya no podía esconderse más: mira, ahora sí lo verá todo negro de verdad. Su silencio solo delata estrategias ante lo que podrá venirle en cuanto salga una mala imagen o un inesperado audio que ya no pueda negarse. Ahí, ni Álvaro Cervera, ni el Cádiz, ni el odioso Juanma Rodríguez si quieren (ser que siempre quiere ir en dirección contraria porque así entiende, supongo, que se desmarca de lo común), tan defensor de la presunción de inocencia salvo si esta perjudica al Madrid en arbitrajes, chanchullos y demás, tendrán que recular, drásticamente, ante su inicial posicionamiento. La cuestión es si, con alguna prueba evidente, el Cádiz (club simpático donde los haya) tomará medidas contundentes, más aún tras su comunicado oficial; o si Álvaro, que no quiso defender ni medio segundo al Valencia CF (como sí hizo a la inversa Gracia) ni tuvo palabras de aliento hacia el jugador francés, rectificará y quitará la mano en el fuego por el futbolista ex del Sevilla y del Getafe entre otros. Lo cierto es que Álvaro no estuvo desacertado en sus comentarios, frente a un ambiente tan confuso, pero tampoco estuvo acertado: quedó en un segundo plano un tanto revisable, aunque tampoco deberíamos ser injustos con él, en este sentido.

En el momento en el que Diakhaby enfila el vestuario teníamos un héroe ante nosotros: y tras él, un conjunto de valientes guerreros que estaban dando la cara por el club, por sus valores y por los principios fundamentales de este deporte. Cada minuto que pasaba y el partido no se reanudaba se estaba escribiendo con letras de oro en la historia de este país, tanto en lo social y cultural como en lo deportivo, porque la multiculturalidad, el respeto que emana de este principio social, se estaba imponiendo, contundentemente ante un ataque cobarde y sibilino contra su honor.

La historia dio un giro y, de pronto, sin comprender muy bien qué estaba pasando, saltaron los jugadores del Cádiz, sin el protagonista desagradable entre ellos y con cierta coartada en el silencio o en las manifestaciones. Me pregunto entonces qué le dirán los jugadores de otra raza, de otra cultura, de otro color de piel que compartan vestuario con él ¿Nada? Salió entonces el Valencia CF y ese paso atrás nos convirtió de héroes a simples personajes sin importancia, porque ya no había dignidad que defender, ni orgullo ni valores: alguien, desde otro punto del país, había dado su golpe definitivo sobre la mesa y fue tal el acobardamiento que la valentía se fue por el desagüe de la ducha. Entonces, el héroe se quedó solo en la grada: marginado, separado incluso de sus compañeros que le habían arropado desde el principio y que no veían necesario continuar allí, jugando. Nuestro futbolista había sido amonestado con tarjeta amarilla, había sido insultado de un modo racista, había tenido que abandonar el campo y había tenido que ver el resto del partido en la grada, solo, completamente solo. Mientras, el supuesto agresor, había marcado un gol (previo, eso sí), había insultado, había acabado la primera parte, sin amonestación alguna, y estaba arropado en la grada por sus compañeros. Y, para colmo, comenzaban a surgir comentarios que, de algún modo, ponían en duda la reacción del defensa francés y salvaguardaban la del andaluz. Era la gota que colmaba el vaso, pues daba la imagen de que un jugador valencianista se había vuelto loco de pronto, sin sentido, enajenado y fuera de sí, muy parecido a aquel ínclito Pepe, defensa central del Madrid por entonces, que intentó quitarle la cabeza a patadas a Casquero en un ataque de ira súbito.

Pero no acababa todo ahí: se desliza una amenaza al Valencia CF, con lo que Diakhaby, encima, comienza a sentirse culpable ante los hechos y se ve en la necesidad de pedir a sus compañeros que salgan, porque no quiere perjudicar ¿más? al equipo. Terrible. Y el club, parapetado en tweets en lugar de hacer un comunicado oficial al minuto y decir que el equipo no sale al terreno de juego. Bueno, eso y filtrando a unos y otros para no tener que dar la cara. Y lo peor: aquí todos, desde todos los lados, lo niegan todo, como si no hubiera un mañana. Tampoco sé bien si, cuando hoy martes el jugador cadista hable, su defensa de la presunción de su inocencia no se convierte, en verdad, en una advertencia de la inexistencia de pruebas que lo acusen. No es lo mismo, pero, para este caso, se usará igualmente. No sé si no tener pruebas contra ti es motivo de sacar pecho o de airear la supuesta  inocencia, pero desconoce el jugador que esas pruebas solo servirán para una sanción deportiva ejemplar en caso de tenerlas, pues ya está bien manchado para el fútbol, se ponga como se ponga.

Y ahí está el villano de la historia: no es Cala, ni sus encubridores (sean o no compañeros, todos callan), sino quien da una orden despótica y que atenta contra la dignidad de las personas y del deporte. La famosa sanción que un desacertado (una vez más) Javier Gracia no quiso adjudicar… no era tan difícil decir quién estaba dando orden y amenaza tan cruel, por mucho que quede tipificado en las normativas: no creo que quede registrado expresamente que abandonar un terreno de juego por causa de insultos racistas deba penalizar a nadie con un total de seis puntos. Pero es que, aunque así fuera ¿qué? El valencianismo los hubiera dado por buenos, porque es nuestra identidad la que podía perder o ganar. Y dudo que dicha sanción hubiera sido comprendida y aceptada por mucha gente en este país y fuera de él. Aquí ha perdido el fútbol español, sin duda, que se ha mostrado tolerante ante el racismo y ha enseñado sus dientes al agredido, no al agresor. Parece que era lo fácil, porque en este país aún se tiende, en muchos casos, a hacer esto, sea el problema el que sea: la venganza del agresor y sus defensores es más temida que la contundencia y la justicia del agredido. Decirlo resulta triste. Recordarlo hace daño. El partido del domingo fue todo menos eso: un partido.

La moraleja del cuento, además, siguió ahondando en la crueldad de los hechos: perdió los tres puntos el Valencia CF, siendo mucho mejor sobre el campo, pero con errores infantiles y falta de concentración en defensa y en portería; para colmo, marcaron Cala y su sustituto. Ahora vas y te crees eso de la justicia poética: aquí, la única acción que realmente hubiera sido justa era detener el encuentro, los días que hiciesen falta, hasta que finalizase una profunda investigación y determinar, entonces, qué hacer. Pero no fue así. No ha sido así. La historia nos dio la oportunidad de cambiarla y no hemos estado a la altura, ni más ni menos.

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