En el año y algunos meses en los que Meriton amoldó el club a su imagen y semejanza se han destapado como propietarios informales, gente que en su soberbia no ha llegado a entender que el fútbol les viene grande...
VALENCIA. Imagino a un grupo de científicos ante pantallas gigantescas dispuestos a interpretar los datos de una sonda enviada a Singapur en busca de indicios de vida inteligente. "Podrían ser restos de una antigua civilización" diría uno, "tenemos que esperar, podría ser cualquier cosa", rebatiría el otro. Mientras concuerdan datos, métricas y especulan, en esta luna la población se pregunta intrigada si en Singapur habrá vida, aunque sea microscópica.
En el año y algunos meses en los que Meriton amoldó el club a su imagen y semejanza se han destapado como propietarios informales, gente que en su soberbia no ha llegado a entender que el fútbol les viene grande. Hay decisiones que lo demuestran.
Creyeron desde el primer instante que una entidad de la dimensión social del Valencia - primer error, no saber qué has comprado - se podría manejar con un entrenador plenipotenciario, al modo de una tienda de barrio. Que bastaría para atender los compromisos con una presidenta que pasa 10 días al mes en la ciudad; y con un dueño que no permite que se cambien los rollos de papel en los urinarios sin que el proveedor pierda dos días en ir y volver a Singapur a despachar con él.
No hay fluidez, las resoluciones se aletargan, las medidas se eternizan...
Debe ser curioso desde el prisma de Peter Lim, el hombre burbuja, comprobar como ha pasado de ser recibido bajo palio a que sus entradas en Mestalla se produzcan de forma clandestina. A que las masas, siempre volubles y contradictorias, hayan pasado de recorrer las calles tras la pancarta a esconderse bajo la cama, aterradas, esperando lo peor ante la próxima decisión que Meriton esté dispuesta a ejecutar.
El nivel de nerviosismo que genera el mínimo rumor sin fundamento que llega a manos del público debería hacer reflexionar a la propiedad. Han conseguido que cualquier barbaridad sea creíble.
Y pasa porque la entidad sigue estando mal estructurada, parcheada a todos los niveles. La credibilidad del dueño se evaporó como el agua en el desierto mientras el desapego reconquista viejos feudos.
Nadie esperaba milagros en tan poco tiempo, pero sí un gobierno menos insensato. Pitarch y Alexanko son producto del pánico y no de la necesidad, esa ciega regresión al pasado buscando rostros conocidos - para silenciar quejas - en lugar de perfiles cualificados advierte que no hay ningún convencimiento en las medidas tomadas. Es una constante esa sensación de ausencia de rumbo y salto de mata.
Por eso resulta extraño esperar que el hombre que destrozó cuerpos técnicos que funcionaban para insertar a colegas en prácticas, o que puso a un amateur a entrenar un equipo de 150 millones -se habla de ello como si nada, pero no deja de encerrar una gravedad descomunal- le haya entrado el conocimiento de repente y vayan a caer del cielo una ristra de decisiones sensatas y ponderadas.
En que caigan nos va la vida, y le va a Meriton. Porque el próximo es un curso crucial, donde la viabilidad del club está en juego si otra concatenación de destarifos llevan al equipo a donde le llevaron este año.
Peter haría bien, ya que es tan inglés, en mirarse en el espejo de Mike Ashley y su Newcastle para entender que en esto de la pelotita creer que poner dinero te da derecho a jugar al PC Fútbol tiene consecuencias funestas. Éste es el deporte donde más necesaria es la lógica para obtener buenos resultados. Y nada de lo que se hizo en el Valencia durante el último año la tuvo.
También, ya que estamos de viaje por las islas, podría fijarse en el Leicester, un club que allá donde mires ves logos de las empresas de su dueño, cuando no, llegadas desde el país originario de los mismos. Mientras, el Valencia cada año tiene menos patrocinadores e ingresa menos dinero que el anterior. El sustento de la entidad quedó reducido a la televisión y la venta de jugadores. Y así es imposible crecer
No tengo claro qué sería más aterrador, si descubrir que en Singapur no hay vida inteligente, o que la hay, pero demasiado.