VALÈNCIA. El homenaje que debió darse el viernes era a la afición. A esos casi 5.000 que dejaron a un lado los disgustos, el desapego y la indiferencia hacia el equipo desde que dimitió tras la histórica Copa del Rey y volvieron al Ciutat. La pleitesía que recibieron Augusto Fernández y el colegiado Estrada Fernández quedó fenomenal de cara a la galería y también evidenció una falta de tacto hacia los que más sufren y les resulta insuficiente un puñado de tuits y vídeos en redes sociales (antes y después del partido) como agradecimiento por el regreso a casa. Esas ganas de pisar el estadio 439 días después enterraron la necesidad de mostrar sin tapujos el malestar generalizado tras echar el cierre con unos números de descenso: ocho partidos de Liga sin ganar, con nueve puntos de los últimos 39, y por detrás del Valencia una vez más después de un montón de jornadas por delante tras el último 2-2. Una temporada “durísima”, como definió Paco López, también para el aficionado. Menos aplausos artificiales y más cariño a los que más se lo merecen.
Que no digo que no haya que tener un detalle con los invitados a la ‘fiesta de final de curso’, quedando demostrado una vez más que para estos reconocimientos somos los números uno, pero el final de la temporada merecía que la última imagen fuera del equipo con la afición, que seguro hubiera mostrado el mismo comportamiento ejemplar y generoso que durante un encuentro (salvo en momentos desesperantes y que acabaron costando los goles y algún que otro susto más) que terminó por cerrar el ejercicio 2020-21 con nubarrones. Lo que quedó, mientras que el coliseo se vaciaba cumpliendo las normas del protocolo sanitario, fue un pasillo a un colegiado que se retiró con pitada al añadir tres minutos después de agotarse los cambios (ninguno en el descanso), de las pérdidas reiteradas de tiempo del guardameta visitante (que por cierto casi todos sus saques de puerta los mandó fuera de banda), la asistencia médica hasta en tres jugadores y el tributo a Augusto que prácticamente duró esos tres minutos de añadido. Hay que cuidar más a nuestra gente y no hacerles sentir como un monigote. Hay que proteger la identidad y priorizar el sentimiento granota, que es tu valor más auténtico y genuino, por encima del ‘bienquedismo’ y la foto fácil.
Espero que nunca más un jugador se atreva a decir que la afición del Levante se ha vuelto muy exigente. Lo del esperpéntico discursito de ganarse el derecho a dejarse llevar y argumentar con el éxito de la Copa desastres como el 1-5 ante el Villarreal y alguno que otro más. Porque el Ciutat estuvo de matrícula de honor, pasando por alto el estropicio en los dos últimos meses y pico que ha ensuciado una temporada que apuntaba a ser inolvidable. Los casi 5.000 se pusieron en pie cuando los jugadores saltaron al terreno de juego y ovacionaron uno a uno a los granotas cuando retumbaron sus nombres por megafonía, sobre todo a De Frutos, Roger y a un Morales que fue suplente. Los videomarcadores son una brutalidad, para quedarse embobado. “Menuda pasada. No puedo dejar de mirarlo”, le escuché a un aficionado que se lo comentaba a un colega que le había llamado al móvil.
Nunca había visto un partido del Levante en Gol Alboraya. Caprichos del sorteo de las entradas. Fundí la batería del iPhone grabando las luces, la salida del equipo y las alineaciones. Un par de vídeos y más de tres minutos entre ambos. Me moló mucho el lavado de cara del estadio. Me quedo con esa sucesión de emociones, que es lo que merece la pena, con la felicidad del granota de todas las edades que volvía a mostrar su orgullo granota después de un año, dos meses y 13 días. Un envoltorio especial, pero la misma realidad sobre el terreno de juego: un desmadre en defensa y un potencial en ataque que ojalá se pudiera conservar prácticamente en su totalidad. La bipolaridad. Las dos caras. La montaña rusa. El Levante ha acabado con menos puntos en su casillero desde que Paco López está en el banquillo: 46 en la 2017-18 (con 24 de 33 desde que tomó las riendas del primer equipo), 44 en la 2018-19, 49 en la 2019-20 y los 41 en la recién concluida.
Que no quito valor a la permanencia y a afrontar la decimosexta temporada en la máxima categoría, pero no es para montar una fiesta y sacar pecho por todo lo que ha sucedido. Para crecer, la salvación debe dejar de ser un éxito para convertirse en una obligación. Las secuelas de la caída libre obligan a una profunda reconstrucción en todos los escalones de la pirámide, a apelar a la autocrítica, a dejar atrás la autocomplaciencia y a darle una vuelta de tuerca a un proyecto deportivo con evidentes señales de agotamiento y fin de ciclo. Desde el mazazo emocional que supuso quedarse a las puertas de La Cartuja, el Levante no ha estado a la altura de lo que merece un escudo de más de 110 años de historia.
Es igual de real el éxtasis de la Copa como el desastre en adelante con solamente las alegrías por compromiso y repercusión mediática ante el Valencia (1-0) y el 3-3 al Barça que supuso la continuidad matemática en Primera. Una decadencia que ha minimizado la nota final debido a una descompensación tremenda entre la faceta defensiva y ofensiva. Suspenso atrás, con horrores impropios de un equipo profesional, y notable alto en ataque. Es evidente donde el equipo se ha desangrado y arrancar la próxima temporada con la misma composición en la retaguardia, sin dar un salto de jerarquía y autoridad, sería una tomadura de pelo.
Se avecinan unas semanas clave por muchos motivos. Hay necesidad de vender (el yugo de los 16,5 millones de euros antes del 30 de junio) y de reciclar al vestuario en una realidad económica condicionada para todos los clubes. Un central (como mínimo), un extremo zurdo y un delantero ‘tanque’ son las prioridades señaladas en rojo. Hay muchas piezas que encajar para conformar un proyecto más equilibrado, ambicioso y competitivo, y algunas que durante el proceso seguro que descabalgarán porque el mercado da muchas vueltas. Dejando a un lado los debates alrededor de su figura (los que me leéis sabéis de sobra lo que pienso), el primer paso es comprobar que Paco López está con fuerzas (tiene contrato en vigor) para liderar una nueva aventura y si podrá disponer de los mimbres suficientes (y de consenso) para afrontar esa reconstrucción necesaria.
Hay una estructura de confianza con los Morales, Roger, Melero (ha acabado en alza con tres goles en los últimos tres partidos), De Frutos (otro año sería un lujazo), Bardhi (es un activo en el mercado y veremos lo que sucede en la Eurocopa), Campaña (es de sobra conocida su situación contractual y que no ha jugado desde finales de noviembre), Clerc, Miramón, Malsa (me desespera, pero tiene que ir a más), Radoja y ambos porteros (Aitor y Cárdenas). Hay muchísimo trabajo. Una prueba de fuego para una dirección deportiva que debe empezar a dejar su sello y no vivir del legado. Ni sostenerse en lo positivo ni excusarse por los errores cometidos en el pasado. Una transformación en la que además hay que apostar de verdad por la cantera. La sonrisa en un desilusionante final de temporada la han brindado Cárdenas, Cantero y los minutos de Blesa ante el Cádiz.