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Michelin en Old Trafford

El Valencia hizo un partido serio, de esos que veíamos hace 18 años cuando salía a Europa y el fútbol era un deporte en el que no siempre ganaban los que tenían más dinero, peleando de tú a tú con uno de los grandes del continente y dejando en evidencia a un rival frente el que su propia afición vive en una continua esquizofrenia.

5/10/2018 - 

VALÈNCIA. No se puede ir a un restaurante con estrellas Michelin con camiseta de tirantes, pantalón corto y sandalias de dedo. En primer lugar, porque no te dejan entrar; en segundo, porque haces el ridículo. Del mismo modo, no se puede ir a jugar la Champions en uno de los estadios míticos de Europa como si no te fuera la vida en ello. No puedes hacer el ridículo en un campo en el que las gradas superiores están llenas de recuerdos de Ryan Giggs, Sir Alex Ferguson y los mártires de la tragedia de Múnich, en el que el túnel de su lado este está plagado de fotos de los Busby Boys, del equipo que ganó ocho de las diez Premiers entre 1993 y 2003, y del United Trinity, aquel trío formado por Dennis Law, George Best y Bobby Charlton que conquistó la primera copa de Europa para los inventores del fútbol en hace ya 51 años.

El Valencia lo sabía y se puso sus mejores galas para rendir visita a Old Trafford. Poco le importó que este ManU jamás se hará un hueco en ese túnel de la gloria, que su entrenador sea ya una parodia de sí mismo, en un canto de cisne por coger el (mucho) dinero que supondría su despido y correr, que en ese equipo jueguen dos de los futbolistas que ya forman parte del top ten de las grandes mentiras del fútbol moderno, Fellaini y Pogba, o que el mítico siete de su plantilla, el que llevaron George Best, Eric Cantona, David Beckham y Cristiano Ronaldo, lo porte ahora Alexis Sánchez

El Valencia hizo un partido serio, de esos que veíamos hace 18 años cuando salía a Europa y el fútbol era un deporte en el que no siempre ganaban los que tenían más dinero, peleando de tú a tú con uno de los grandes del continente y dejando en evidencia a un rival frente el que su propia afición vive en una continua esquizofrenia. Y eso que el equipo inglés tuvo la inestimable ayuda de un señor esloveno con más consonantes acentuadas en su apellido que sentido de la justicia.

El Manchester United-Valencia del martes fue uno de esos partidos que nos hacen albergar esperanzas de volver a la élite europea, siempre que nos aferremos al trabajo, la modestia y la realidad. Un partido que debe marcar la senda a seguir, la del esfuerzo, la de ser conscientes de dónde estamos y del camino que nos queda por recorrer. Y ese camino pasa por asegurar la tercera plaza del grupo y pelear por ganar la segunda contra equipos cuyos presupuestos nos harían retirarnos a todos a una isla paradisíaca si nos los cedieran de forma desinteresada.

Estuve en Old Trafford en una bipolar condición de periodista e hincha. No ejercí de periodista (no leeréis ninguna crónica mía del partido por muchas horas que escarbéis en internet) pese a que estuve en la zona de prensa, ni ejercí de hincha porque no di un grito más alto que otro en un lugar tan respetable. Pero tuve la oportunidad de vivir de cerca uno de los ambientes más extraordinarios que he conocido en un estadio de fútbol. Recorrí todos los recovecos de Old Trafford (bueno, todos los que me dejaron, a los palcos y los vestuarios no me permitieron entrar) y pateé sus alrededores como un peregrino que acude a Lourdes para reclamar la bendición del fútbol moderno, el que ha convertido a Manchester en la ciudad del fútbol y su motor económico.

También estuve en la sala de prensa del estadio y disfruté del extraordinario catering que ofrece a los periodistas el club mancuniano. Nadie iba en camiseta de tirantes, pantalón corto y chanclas de dedo, quizás porque hacía bastante frío, quizás porque también a la hora de dar de comer Old Trafford es como un restaurante con estrella Michelin. Por cierto, debería de existir un espacio en la Guía Michelin para los estadios de fútbol.

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