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análisis | La cantina 

No matemos a Epi para ensalzar a Gasol

10/03/2023 - 

VALÈNCIA. El despertador rompió el silencio a las cuatro. En mitad de la madrugada, mi mano salió como un periscopio de debajo del edredón y cayó hasta el suelo para coger el móvil, mirarlo y rendirme. Puse otra alarma a las 4.45, me giré y seguí durmiendo.

Una hora después estaba emocionado viendo el vídeo sobre la trayectoria de Pau Gasol que pusieron en un tiempo muerto del Lakers-Grizzlies. Y un poco después vimos su camiseta colgada al lado de su hermano Kobe Bryant. Así cristalizaba su trayectoria. Pau dejaba de ser un grandísimo jugador, una estrella, para convertirse en una leyenda. Y así será ya para siempre, colgado del techo de la casa de los Lakers junto a Kobe pero también Wilt Chamberlain, Magic Johnson o Kareem Abdul Jabbar.

Durante esta semana, con motivo de este acto tan simbólico en Los Ángeles, he leído mucho y he escuchado mucho sobre Pau Gasol. Algunos artículos son gloriosos, como el firmado por Guillermo Ortiz, uno de los mejores escritores de baloncesto que tenemos en España, en ‘Jot Down’, donde hace un análisis minucioso, profundo, brillante, sobre lo que significó la llegada del español a California para reforzar un equipo que se tambaleaba desde la marcha de Shaquille O’Neal. Las críticas del principio, la lapidación tras caer en la primera final ante los Celtics del ‘Big Three’ -Paul Pierce, Ray Allen y mi admirado Kevin Garnett- y la fama de pívot blando del entonces melenudo de Sant Boi. Y cómo Phil Jackson, el hombre zen que cambió la vida de todos ellos -y no sólo por ganar un par de anillos-, confió en el grupo, añadió una pizca de pimienta fichando a Ron Artest y convirtió aquel equipo en bicampeón.

El segundo anillo es el más recordado gracias a aquella sudorosa final entre los dos grandes clásicos de la NBA: los Celtics y los Lakers. Esta semana vi también un amplio resumen, de nueve minutos, del séptimo partido en LA y el colosal rendimiento de Gasol, que concluyó, determinante, con 19 puntos y 18 rebotes.

Pero he escuchado comentarios menos afortunados, como que todo empezó con esta generación. No, amigos, ni mucho menos. Pau Gasol fue la locomotora de la mejor generación que ha tenido nunca el baloncesto español. Pero antes de que llegaran los Júniors de Oro a nuestra vidas, algunos de pelo ceniciento como yo ya habíamos visto mucho baloncesto y grandes logros. No tantos como estos, pero sí mayúsculos. Porque la generación de aquella selección española formada por Corbalán, Iturriaga, Epi, Chicho Sibilio, Fernando Martín, Andrés Jiménez, Fernando Romay y alguno más ya había sido subcampeona olímpica. Y eso, aunque sí lo han igualado, no lo han superado los Gasol, Navarro, Reyes, Rudy, Ricky y compañía.

Vivimos obsesionados por encumbrar a unos en perjuicio de otros. ¿Es Messi mejor que Maradona? ¿Superó LeBron James a Michael Jordan? ¿Mike Tyson o Muhammad Ali? ¿Nadal, Federer o Djokovic?

¿Y qué más da?

Lo que me duele es que la incultura o la falta de interés o el deslumbramiento por la generación de Gasol parece que ha enterrado lo que hizo la de Epi. Y creo que se puede disfrutar de la primera sin olvidar a la segunda.

Y seguro que otros más viejos que yo reclaman también, cargados de justicia, su porción de protagonismo para Carmelo Cabrera, Nino Buscató, Wayne Brabender o Clifford Luyk.

Yo ya he contado alguna vez que lloré en el cenit de aquella final olímpica de Pekín en la que España puso realmente contra las cuerdas -creo que cuatro años después, en Londres, no estuvieron tan cerca- a la selección estadounidense. Pero también viví excitado aquel histórico triunfo de España ante Estados Unidos en la primera fase del Mundial de Colombia, en 1982, el camino hasta la derrota en la final del Eurobasket en 1983 y su impactante actuación, siempre guiados por el revolucionario Antonio Díaz-Miguel -todavía conservo en casa de mi madre una especie de enciclopedia del baloncesto, vendida en fascículos, del seleccionador español-, en los Juegos de Los Ángeles 84.

Aquel éxito olímpico propulsó el baloncesto español a unas cotas desconocidas hasta entonces. Miles de niños de toda España se pusieron a jugar, las radios comenzaron a ofrecer un carrusel informativo los sábados por la tarde y los pabellones se llenaron de aficionados.

Así que respetémoslo todo. La gloria de la generación de Gasol, que me obligó a trasnochar durante años, y los méritos de la generación de Epi, siempre presente en mis carpetas y el mejor jugador europeo de los 80.

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