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OPINIÓN / 13 DE NOVIEMBRE

No puede volver a ocurrir

29/10/2019 - 

VALÈNCIA. Que mañana haya partido es lo mejor que le puede suceder al Levante. Es cierto que con poco tiempo para recomponer las piezas, analizar las causas de una derrota sin excusa y digerir de la mejor manera posible el contexto que rodea al equipo, con la luz de alarma encendida. Porque el vestuario debe convivir con el qué dirán, con esos comentarios que brotan y cuestan escuchar cuando la propuesta no fluye. Y, sobre todo, debe apechugar con las discrepancias de la afición que es soberana, jamás dejará de lado al equipo y tiene licencia para mostrar sus emociones. Es normal que exponga su crispación si el equipo no le provoca cosquilleo alguno y de ahí que condene la pereza. Es que además con el mínimo arreón se sube al carro. El Ciutat no tiene la culpa y es irrespetuoso poner en duda su fidelidad. Porque siempre ayuda y estoy convencido de que pase lo que pase contra la Real Sociedad volverá a abarrotar el estadio —sea el Barça el próximo rival o cualquier otro— sin que nadie le diga nada y no lanzará improperios contra nadie por mucho que hayan puesto en duda su identificación. 

El tropiezo ante el Espanyol confirma que este equipo no encuentra a qué jugar y cómo hacerlo. Esta realidad se veía venir y se ha agudizado. Creo que irá bien que se hayan destapado las carencias de golpe. O por lo menos así lo espero. Hasta el momento, los once puntos han estado plagados de más borrones que de luces. Las paradas de Aitor y la cantinela de las pérdidas han minimizado que el equipo no va cara al aire con balón. Es preocupante el bloqueo de fútbol que tiene el Levante. Siento que hay miedo a meter la pata y cometer ese error fatídico. Esa combinación atenaza las piernas, hay menos atrevimiento y ese nerviosismo cala en la afición. Fútbol al margen, una muesca clave en el revólver de Paco que ahora no encaja, Orriols premia, sobre todo, la garra, el carácter y la intensidad; tres factores que prevalecen incluso por encima de un resultado doloroso. Ese es el camino más recto hacia el orgullo granota. El domingo me faltaron un grito de rabia, un golpe de autoridad y hasta una mala patada de desesperación al rival aunque fuera castigada por el colegiado. Por el contrario me sobraron imágenes de frustración, de brazos caídos y de cabeza agachada. Porque solamente se han jugado diez partidos y hay tiempo para corregir el entuerto. Hay una línea muy fina entre la euforia y el desastre y tampoco hay que caer en esa dualidad tan antagónica. 

Los resultados estaban dejando los problemas en un segundo plano hasta que Machín prolongó su condición de ‘bestia negra’. Nadie encontró espacios para hacer daño y la precipitación fue una constante. La imagen de derrotado de Campaña ejemplificó el merecido tropiezo después de diez partidos sin marcharse de casa de vacío. Además nadie se sorprendió con el gol del Espanyol. Llegó al tercer saque de esquina, cada uno haciendo daño desde vertientes diferentes, y con el sello de Bernardo, un central que siempre ha gustado a Paco López. Desde ahí, más motivos para sufrir el segundo, sin que además el rival diera excesivas muestras de peligro sino las justas y necesarias, y con un Levante sin canalizar las emociones como toca y buscando soluciones con más corazón que cabeza. Hay que encontrar el equilibrio y no hacer la guerra cada uno por su cuenta. No admite debate: el primer revés del curso de local fue justo y, lo que es peor, no por los méritos del rival sino por los deméritos propios, ya que el Levante jamás entró en el partido porque hizo cosas que no ha hecho nunca. Y cuando Paco intentó mover piezas con los cambios, el castillo de naipes se desparramó aún más. Reinó el desgobierno y la descomposición. Solamente es un detalle de una caótica segunda parte, pero el Espanyol llegó a superar dos líneas de presión en un saque de banda. 

Lo que sobre todo le pediría a la plantilla y al cuerpo técnico es que entiendan que las corrientes de opinión, tanto de la afición como de los medios de comunicación, forman parte de este trayecto. Pueden compartirlas y entenderlas, una de ambas o ninguna de las dos cosas, pero, sobre todo, es necesario saber convivir con ellas y no ver más ‘charlies’ de los que toca. Siempre digo a los míos que este mundo en el que estamos los periodistas formamos parte de un juego con unas normas que hay que intentar cumplir para transitar en la línea más recta posible, pero esas pautas están para todos, para las dos caras de la moneda, nunca al libre albedrío ni por un interés unidireccional. He estado casi dos años fuera de circulación por enfermedad, pero he procurado en la medida de la posible seguir en la rueda y sin que lo vivido suponga un impedimento, ni mucho menos provocando la caridad de nadie, ni un arma a utilizar, ni aún menos que nadie eche mano de ese recurso para su beneficio. Siempre con la ilusión intacta de seguir haciendo lo que más me gusta, desde la esfera que me hace más feliz, que es reflexionando del Levante, con aciertos y errores, y echar el resto por ayudar a mi club, aunque sea con opiniones que puedan no sentar bien, con argumentos que lleguen a escocer y a veces sean interpretados como dañinos. Me duele que haya quién por una reflexión de un puñado de caracteres piense que voy a tocar las narices y debilitar a un equipo que hasta el momento me cuesta adjetivar y poder definir sobre el campo. 

Los periodistas llevamos un entrenador dentro. Claro que sí. Y tenemos la libertad de opinar, pero siempre dentro de unas pautas de comportamiento, con respeto. Jugaríamos de una manera u otra y esos posicionamientos generan debate, puntos de vista opuestos y cuando son con resultados adversos resultan complicados de canalizar según la función que cada uno desempeñe en este juego. Me reafirmo en que esta plantilla está descompensada y que hay demarcaciones con futbolistas con características calcadas, algunos que acaban desempeñando funciones a las que no están tan acostumbrados, pero se dejan la piel por no desentonar. Jamás reprocharé al futbolista que lo intenta, aunque no le salgan las cosas. La historia de que no hay un esquema que se repita, ni once que el aficionado se pueda aprender, le doy cero importancia porque hay lesiones, sanciones, picos de rendimiento y factores durante el encuentro que pueden precipitar al cambio de guión sobre la marcha y aprovechar la flexibilidad de la plantilla. Lo que todos queremos es que los que salten al campo, los que Paco y su cuerpo técnico crean que son los mejores, compitan, que el DNI del rival no les suponga un lastre excesivamente pesado, ni la primera excusa en caso de no acabar sumando, y que hagan disfrutar a una afición que repito que es soberana y se hace el moño como le da la gana. 

Una trilogía con emociones fuertes

Con estos parámetros, mi creencia hacia el míster es firme, a prueba de bombas, pero es crucial que imponga ‘mano de hierro’ porque el riesgo a llegar al descanso internacional de noviembre en puestos de descenso está sobre la mesa. Considero que en muchos momentos se carga a sus espaldas más penalidades de las que debía por evadir a los jugadores de los máximos comentarios posibles o que no se recuerde el sainete que ha sido la confección de esta plantilla por el dichoso ‘fair-play’ y los daños colaterales. Tanto nos ha brindado Paco como nos los seguirá dando. Además es que me encantaría que este fuera un cuerpo técnico de leyenda en Orriols porque se lo han ganado. De inmediato, ojalá sea ante el tercero de LaLiga, ansío contemplar un partido con el paquete completo: sin ese error que engorde la nómina de goles encajados, sin que Aitor Fernández sea casi siempre el mejor, sin escuchar las virtudes del rival como motivo para quitar hierro a un hipotético resbalón. Y, sobre todo, por definir al Levante 19/20 como Dios manda, porque todavía es imposible, porque el cortocircuito ofensivo es palpable. Es obvio que hay máxima preocupación. Ahora, el calendario presenta emociones fuertes: San Sebastián, la visita del Barça al Ciutat y un nuevo desplazamiento a tierras vascas para vérselas contra el Athletic. Sobre el papel, la trilogía no ayuda, pero hay que jugar contra todos. Como se repitió en la intimidad del vestuario en el día después de la reciente derrota en casa más de siete meses después: no puede volver a ocurrir lo que sucedió frente al Espanyol.


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