VALÈNCIA. El “sí se puede” que retumbó en el Ciutat fue el sentir de una afición espectacular, fuera de concurso, que llevaba 273 días y 27 partidos sin disfrutar de una victoria liguera de los suyos y 302 sin que fuera en el coliseo, aunque aquel 1-0 en el derbi ante el Valencia estuvo condicionado por la pandemia y la ausencia de público. Hay que remontarse todavía más atrás, al 22 de febrero de 2020, para encontrar la última sonrisa con el estadio repleto y un éxtasis de la misma magnitud. En aquel 1-0, el protagonista, como en todas las grandes ocasiones, fue Morales con su golazo para tumbar al Real Madrid. Los números dicen que aún hará falta un milagro, que incluso ganándole al Cádiz (sábado 22 de enero, a las 14 horas) habrá que creer en lo imposible o casi, pero la efervescencia del duelo ante el Mallorca, que ni el mejor guionista posible hubiera escrito algo igual, ayuda a coser cicatrices y a que la fiel parroquia granota se conjure más todavía. El Levante nos quita mucha vida, pero el depósito se recarga con estos subidones. Esta victoria la necesitábamos todos: jugadores, cuerpo técnico, club y, sobre todo, la afición.
La piña en cada gol o el círculo de protección ante los gritos de “sí se puede” parecían imágenes de un partido de final de Liga. Brutal. Ojalá sea el principio de una segunda vuelta inolvidable. Ahora no toca recordar lo que ha pasado, pero no hay que olvidarlo. Es evidente que el lastre es pesadísimo y que habrá que tomar medidas cuando acabe la temporada y con el desenlace que sea. No tiene sentido mirar atrás, de nada sirve lamentarse. Hay que salvar la papeleta y resistir entre los mejores como sea. Sigue siendo difícil. Lo positivo es que el primer paso en el camino hacia la resurrección se dio.
Fue un grito de esperanza, el necesario desbloqueo mental; y eso que se estuvo muy cerca de que todo volviese a salir mal de nuevo. Por fin apareció esa suerte tan necesaria para soñar con la gesta del siglo, aunque aún hay muchísimo que corregir. En Mallorca acabó el ciclo de Paco López. Contra el mismo rival, esta vez en casa, llegó el primer triunfo de la temporada para frenar una caída que parecía que no concluiría jamás. Un penalti puso fin a la travesía del entrenador con más partidos en la historia al frente del Levante. Otra pena máxima contribuyó al estreno victorioso de Alessio Lisci en la máxima categoría. Dos fallos: uno de Morales y otro de Brian Oliván. Lanzamientos fotocopiados. Consecuencias opuestas.
La ‘manita’ en La Cerámica me había dejado noqueado. Simplemente me aferraba a lo de que hasta que las matemáticas digan lo contrario. Pero el Levante es especial y nunca está todo escrito, aunque lo parezca. Es pasión y sentimiento pese a todo y contra todo. Convivimos con el sufrimiento y lo gestionamos como nadie. Nos cabreamos y de inmediato nos enamoramos y recuperamos la ilusión. Es nuestro mundo y jamás podrán entenderlo. Ahora hay que darle continuidad a la inercia positiva y no creérselo porque solamente han sido tres puntos… los primeros de una tacada desde hace una eternidad. El orgullo fluye si el equipo es comprometido y compite con ese músculo agonístico que hay que saber gestionar cuando convives en una realidad tan rocambolesca. Así el sufrimiento vale la pena y es normal que las lágrimas se escapen. Todos queremos lo mejor para el Levante; por eso hay que seguir igual de críticos e insistir en la necesidad de tener un rumbo claro, un plan, un proyecto, una gestión que aporte confianza y credibilidad. Sobre el terreno de juego, que los jugadores se dejen el alma como lo demostraron esta pasada jornada porque la afición no fallará.
Lo del sábado fue una demostración de compromiso, creencia y responsabilidad. Un sentimiento inexplicable salvo que lo vivas en primera persona. Porque en Orriols no se miran nombres, ni el pasado de sus futbolistas, ni la categoría en la que estés. Lo que prevalece es el escudo y hay que protegerlo a muerte. Porque la lucha no se negocia. Lo que se vivió no fue simplemente fútbol. Fue la ejemplificación de que el Levante tiene una afición de Primera División, que no mira de lado a un presente adverso en muchos aspectos, porque es consciente de que la indiferencia agudiza todavía más un panorama plagado de minas y obstáculos. Que si está disconforme, protesta. Que si considera que debe aplaudir, lo hace. Porque es inteligente y no necesita que nadie (llámese como se llame) le diga lo que tiene que hacer en su casa. Lo de pedir unión e ir a muerte con el equipo no es gratuito, hay que recibir algo a cambio. Los jugadores son los primeros que conocen las reglas del juego. Lo único que exige el levantinismo es respeto, que no le tomen el pelo, que no le ninguneen, que todos defiendan esta camiseta a fuego.
El partido ante el Mallorca se empezó a ganar la noche de la deshonra en Vila-real en el aparcamiento del estadio. Una imagen histórica. Se había tocado fondo y esa leída de cartilla reventó el orgullo de la plantilla. Esa recriminación con educación espoleó al equipo, obligado a demostrar que no estaba muerto después de la humillación en La Cerámica para cerrar una primera vuelta con el casillero de alegrías a cero. Porque la racha interminable debía acabar como fuera. Con 27 partidos consecutivos sin ganar ya era suficiente. Un récord que tardará muchísimo en superarse. Ahora toca volver a destrozar la estadística y firmar unos números de Champions para conseguir un desafío que, hay que ser realistas, está todavía muy lejos.
De los protagonistas, me quedo con las lágrimas del capitán, del Comandante, que anotó su primer gol de la temporada en Orriols. También con la rabia en la celebración de Soldado en su tanto, el de su estreno realizador con la camiseta del Levante. Ha marcado en siete equipos de Primera: Valencia, Getafe, Granada, Osasuna, Villarreal, Real Madrid y Levante. Y, sobre todo, con la carrera de Alessio para abrazarse con sus jugadores. Esa imagen me representa. Tiene un mérito tremendo cómo está afrontando este marrón (aunque él diga que no lo es) que es llevar las riendas de un equipo condicionado por un contexto inusual. Los números estaban echando por tierra cualquier atisbo de reacción. Estaba siendo tremendamente injusto salvo en el desastre contra el Submarino. Con una personalidad impropia de un profesional que acaba de empezar en el primer escalón, su figura desafía a la autodestrucción, con muchas más funciones que la de entrenador. Un liderazgo sostenido por una afición que cree en él. “No significa que ahora se van a ganar todos los partidos. Seguramente juguemos con otra cabeza”, reconocería después del tremendo respiro. Fue la victoria que más ha celebrado en su vida deportiva.
Después de todo lo que hemos vivido y sufrido, daba absolutamente igual cómo llegara ese primer triunfo. Fue por épica, corazón, adrenalina y esa fortuna que en muchos instantes de las 19 jornadas anteriores había dado la espalda y hubiera mostrado un escenario más esperanzador. “Gracias a todos por la paciencia. Gracias a todos por el apoyo. Disculpad por el retraso”, escribía Alessio en sus redes sociales. Es el momento de disfrutar de lo bueno, que llevamos mucho tiempo sufriendo. Ganar te lleva a ganar y este alivio seguro que limpiará la mente y cambiará la perspectiva. Paso a paso.