El problema no es que Cathro ya no esté, sino la sospecha de que nadie le haya sustituido. Tal vez Nuno se arremangara y se esté encargando de tales tareas...
VALENCIA. Hay una imagen que se repite constantemente en los partidos del Valencia. Es un detalle intrascendente para el gran público, pero con su carga de profundidad. Nuno hablando con Rui Silva, o Rui Silva hablando con Nuno. El misterio en algo que puede parecer habitual reside en que en tal acto desapareció un elemento. Desde tiempos del Río Ave esas estampas desde el banquillo tratando de buscar variantes que solucionaran algún desajuste se pintaban con un tercer miembro, pelirrojo y escocés.
El hecho alcanza actualidad al repetirse en San Mamés. Mientras Nuno y su segundo, mano en boca, trataban de encontrarse, Phil Neville, en un segundo plano, distraído en otras cosas, oteaba el horizonte como un jubilado controla una obra, ajeno a toda decisión, como si la cosa no fuera con él. Que parece no ir nunca.
Resulta complicado averiguar qué rol ocupa el hombre del Salford en el cuerpo técnico del Valencia. Más allá de participar en los rondos, y de ser un bon xic que se relaciona fantásticamente con los jugadores, no se le conocen mayores atribuciones. En ocasiones cuesta diferenciarlo de un erasmus distraído de sus estudios.
No se trata de hacer un "Antonio López le hacía las tácticas a Benítez", pero Ian Cathro estaba considerado entre los tres mejores del mundo en su puesto. Y lo teníamos aquí. Hasta que un día, de repente, se marchó "por motivos personales" para una semana después fichar por el Newcastle. Puede que fuera un desconocido para la contorná, del que sólo nos atrevimos a hablar de él dos en toda la ciudad, pero durante el curso pasado, en Inglaterra, no se hablaba del Valencia de Nuno, ni de Peter Lim, se hablaba del "Valencia de Ian Cathro" en la BBC, en The Guardian, en el Times y en la hoja parroquial de Dundee.
Su labor residía, explicada a grandes rasgos, en desmenuzar al rival y crear entrenamientos específicos con situaciones reales de partido para atacar sus puntos débiles y contrarrestar los fuertes. Se encargaba de buscar una solución para cada problema basándose en el exhaustivo estudio del oponente. Esos entrenamientos tienen mucho que ver en que el Valencia saliera a los campos dando la sensación de conocer mejor a sus contrarios que sus propios entrenadores. Curiosamente, durante la presente temporada, la sensación suele ser la inversa, parece que el Valencia es el único que sale a jugar sin conocer al equipo que tiene enfrente.
El problema no es que Cathro ya no esté, sino la sospecha de que nadie le haya sustituido. Tal vez Nuno se arremangara y se esté encargando de tales tareas, pero como ocurre con las (no) sesiones con el psicólogo que incorporó este verano, no le esté dando tiempo a ocuparse de todo por culpa de un calendario copado con la Champions. Ya lo dijo Kempes, en el fútbol actual no se puede estar en tres sitios a la vez. Y la jaula pasó a tener un uso testimonial.
Hay detalles mucho más preocupantes, como que de repente se pliegue al entorno y salga con un 4-4-2 en el que no cree y jamás se trabajó. Y ese vestuario de ser una tumba a piar hasta las arengas que da el luso antes de los partidos.
Lo otro, puede explicar muchas de las cosas que no se están viendo e hicieron del Valencia un equipo poderoso. Ya no gobierna, se deja gobernar. Ya no presiona en tres cuartos de campo, ahora defiende por acumulación en campo propio. El enemigo en el salón. Por algo le cuesta horrores robar un balón.
La estrategia pasó de ser un arma poderosa que daba puntos a desaparecer del mapa (con un pequeño oasis en Lyon), observando como cada córner a favor se convirtió en una contra que finaliza en la portería de Jaume.
El Valencia es un equipo obligado a correr demasiado, y suele correr mal, cuando correr bien era lo que mejor hacía, que sólo sabe entrar por bandas a pesar de que antaño hizo de su segunda línea un ariete capaz de derrumbar cualquier muralla al incorporarse al ataque. Ahora, estando ésta ausente, los balones se pasean por las áreas sin encontrar a nadie, porque apenas hay un jugador dentro del rectángulo para rematar los centros. Que al menos, los hay, y muchos.
Aunque no se puede descartar el factor pánico. Quedarse sin Otamendi y con un André Gomes renqueante puede haberle llevado a inventar otra cosa, que sería otro modo de explicar esa traición al trabajo de todo un año, a desoír los automatismos adquiridos y desechar la maquinaria de un curso entero para empezar de cero sobre la marcha. Espoleado por unas bandas veloces, a las que quiera dar metros para correr, y explotar sus virtudes, encerrando al equipo más atrás, olvidando que tiene una delantera lenta y un centro del campo exento de la punta de velocidad necesaria.
Tal vez, la Champions esté haciendo mella en el aspecto mental, llevando a muchos a relajarse creyendo que tras un año extraordinario ya lo tenían todo hecho. Que haya llevado al entrenador a sentirse perdido en la gestión de una plantilla extensa en un calendario exigente.
A lo mejor la previa condicionó la preparación física y ahora se trate de sobrevivir como se pueda hasta que la curva vuelva a ser ascendente, así también se entenderían esos minutos fugaces en los que el Valencia se equivoca y hace las cosas muy bien, pero incapaz de sostenerlas en el tiempo lo suficiente como para traducirlas en puntos. A lo mejor no está pasando nada en concreto y sí todo a la vez.
La única realidad palpable es que el Valencia del año pasado desapareció y el que vemos ahora, lejos de apoyarse en aquellos cimientos, decidió mutar en una cosa extraña que ni es lo uno ni es lo otro, sino todo lo contrario. Y nadie sabe explicar por qué.