VALÈNCIA. Colistas. Peor imposible… o quizás sí. Espero que no, aunque ya no sé qué pensar. Lo que temía el viernes ante el Athletic era que nos quedáramos a medio camino. Que ni llegara esa victoria que fuera el principio de la reacción frente al rival del inicio de esta depresión sin cura ni tampoco el enésimo despropósito que empujase a tomar una decisión drástica y contundente en el banquillo. Ni una cosa ni otra y, lo que es más preocupante, otro cartucho desperdiciado por esa creencia, cada vez más ilógica, en resucitar con esta identidad que sigo sin descifrar. Es frustrante.
En otra situación se podría celebrar la actitud e intensidad que mostró el equipo, que se dejó la portería a cero, que a balón parado no se sufrió como era habitual, que por fin no se arrugaron ante un colegiado desastroso y que lo intentaron, acusando una vez más una incapacidad alarmante de generar fútbol y asestar golpes. Lo siento, pero ahora no. Fue una mejoría insuficiente. Ni mucho menos es para conformarse. Esos aplausos hay que ganárselos muchísimo más. Más exigencia. Porque estos rasgos, esas sensaciones sin la recompensa del triunfo, deben ser habituales y desafortunadamente están apareciendo a cuentagotas. Había que ganar como fuera y la imagen daba igual.
El Levante sigue ahogándose y no se solventan las goteras de un proyecto deportivo con poquitos signos de recuperación a los que aferrarse para esperanzarse y creer en que la permanencia no se convierta en una utopía. Porque el fútbol son resultados y no llegan para cumplir el expediente y resistir entre los mejores del fútbol nacional. El equipo ha vuelto a competir, pero no le alcanza porque buscó más evitar el daño que provocarlo. Ahora son 22 partidos consecutivos de sequía en la máxima categoría (10 empates y 12 derrotas), igualando el registro del Burgos de la temporada 1992/93 y rozando el tope de 24 del Sporting de Gijón entre 1997 y 1998, el equipo de los 13 puntos, con cuatro técnicos, 34 futbolistas, cambios en la directiva, cuantiosos desembolsos en jugadores desconocidos y protagonista de uno de los documentales de ‘Los Otros’ en #Vamos.
Hay que agarrarse como se pueda a lo que se hizo bien el viernes entre la lluvia y perseverar para cambiar la hoja de ruta. Porque el presente son estos siete puntos de 42 posibles y el hundimiento en el fondo de la clasificación tras la victoria de un Getafe que empieza a salir a flote con un entrenador experimentado y habituado a solventar situaciones agónicas. Y otro dato que da terror: ningún equipo siguió en Primera División después de una Liga encadenando 14 encuentros sin conocer la victoria: el Mallorca 1983/84, el CD Logroñés 1994/95, el mencionado Sporting y la Real Sociedad 2006/07.
No sé si hay fecha de caducidad en el futuro de Javi Pereira y si la visita del domingo al Benito Villamarín (14 horas) tiene la etiqueta de ultimátum. Ganar es el único camino posible ante el Real Betis, que además viene de golear en el Martínez Valero y provocar la destitución de Fran Escribá, para aliviar este contexto dramático y coger confianza para los encuentros posteriores ante Osasuna, Espanyol, Valencia y Villarreal que cerrarán una espantosa primera vuelta hasta el momento. Da igual cómo, dónde o contra quién. No hay margen para reinventarse. El crédito y la paciencia tienen un límite y está próximo. Aunque el mensaje oficial que se emite (cada vez con mas grietas) es el de creer en que el trabajo diario terminará dando sus frutos, el farolillo rojo no solamente ha intensificado la gravedad de la situación, sino que obliga a que los pasos que se den, en forma de tres puntos y no simplemente con sensaciones, no sean en falso y que siete días después se vuelva a las andadas y se retroceda a la casilla de salida.
Sigo pensando lo mismo: mirar a otro lado y no asumir que se ha cometido un error con la apuesta del técnico extremeño solamente tiene un desenlace y nadie queremos que se produzca. Ni por su discurso ni por sus decisiones en el terreno de juego, cuya apuesta de inicio ante el Athletic la podía haber firmado Paco López. Ojalá me equivoque, se obre el milagro con Pereira y el Levante resurja de sus cenizas y acometa un cambio de 180 grados. Por cierto, sigo sin entender cómo se pueden hacer cuentas a largo plazo cuando en lo único que hay que pensar es en sumar cuanto antes ese primer triunfo. Que el aficionado granota solamente ha celebrado una victoria en los 17 últimos encuentros en casa, con nueve empates y siete derrotas. Me refiero a lo de que hacen falta 34 puntos más para salvarse que afirmó en la previa de la visita de los de Marcelino a Orriols.
Es evidente que sigue sin encenderse esa mecha que sea el principio de la reacción y el antídoto que frene la caída al precipicio. Aunque hubo más orden, entrega y compromiso contra los leones, el panorama se ha vuelto más oscuro. De puertas para dentro no queda otra que resistir al chaparrón como sea y encontrar soluciones, ahora además que hay más variantes ya que la enfermería prácticamente se ha vaciado. Postigo ya está recuperado, así como Róber Pier, que se cayó a última hora de la última convocatoria por molestias, lo de Malsa se ha quedado en un susto, y solamente queda Melero, que está en la recta final de su reincorporación al grupo.
Hay que ser claros: cuesta mucho encontrar un rumbo con sentido. El revulsivo que debía suponer el cambio en el banquillo hace tiempo que desapareció. Y es que verdaderamente jamás existió porque el primero que evidenció ese miedo a perder, a no escapar del abismo, fue el propio técnico desde el día de su debut ante el Getafe. Estos seis partidos bajo su tutela han ensuciado todavía más el panorama y han convertido al Levante en un equipo irreconocible y vulnerable. Con actitud e intensidad en la última cita liguera, sobre todo propiciada por ese orgullo herido y esa cuenta pendiente con la afición que costará (y mucho) saldar, pero que no dio para corregir un expediente paupérrimo. Es un vestuario devorado por la ansiedad que crece y crece ante la ausencia de esa primera alegría. No puede pesar el pasado y que la precipitación atrape a un equipo que cuenta con argumentos para resarcirse y revertir la situación.
Nos aferramos a detalles intentando no ver la realidad en su expresión más fidedigna. Las sensaciones no dan puntos. No seamos ilusos, así, este equipo es carne de Segunda División. Pero aunque el negativismo invade en Orriols, me resisto a tirar la toalla. Hay cuatro puntos de distancia con el cuarto por la cola, un Granada al que le queda un partido aplazado (contra el Atlético, el 22 de diciembre) y que aún sigo sin comprender las facilidades que tuvo para golear con comodidad en el Ciutat (0-3). Ahí se tocó fondo sin estar todavía cerrando la clasificación y ahora el socavón es más profundo si cabe.