Gomes, André, ha dejado huérfano el 21, dorsal moderno donde los haya, que se ha convertido en una seña de jugador fantasista...
VALENCIA. Esta semana que hoy acaba, la hemos pasado un poco como las vacas. Espantando moscas con el rabo. Moscas de mosqueo, no de las que revolotean por cualquier fermento. Que igual de esas también. Pero andamos con el mosqueo propio del que se siente desmantelado, corneado o abandonado. Elijan ustedes la analogía. Se nos ha ido el bello André y, el no tan bello pero si más -ahora- efectivo, Dani se quiere marchar.
André el bello, campeón de Europa de nuevo cuño, se marcha a agrandar la leyenda de los valencianos blaugranas del norte, también conocidos como Fútbol Club Barcelona, en una rocambolesca operación relámpago que parece que puede ser el mayor traspaso en la historia del club. Y digo parece porque las variables son eso, variables. Y de montante inicial son 35 kilos y no más, por aquello del, dicen, Fair Play Financiero. Ya ven, los ricos también lloran. Como en aquella telenovela. Y a pesar de hacerse el sueco en su presentación y no besar el escudo, ha caído ya de pie en Can Barça. Porque no hay que olvidar que prefirió subirse al tren del Euromed antes que al del AVE. Lo ideal hubiera sido un viajecito por el Corredor Mediterráneo, pero ya saben que eso va para largo. Vamos, que ha preferido el Barça al Floper Team. Se lo aclaro, por si están pensando en aviones y playas, que es lo que toca en días como hoy.
Más allá de la cifra del beneficio económico indiscutible, aspecto positivo, y la debilitación a priori de la plantilla, aspecto negativo, conviene centrarnos en esos detalles del infrafútbol. Esas cositas, apenas insignificantes, quizá estúpidas, pero que nos encantan tanto a aquellos que seguimos soñando con el balón. Gomes, André, ha dejado huérfano el 21, dorsal moderno donde los haya, que se ha convertido en una seña de jugador fantasista. Imposible tener esa épica en el fútbol antiguo, con la encorsetada decena más el undécimo y donde podías adivinar cual era la posición a ocupar según el dorsal de la zamarra. Servidor llevaba, o solía hacerlo, el siete, algunas veces el once y, al final, un exagerado y compasivo diez, aderezado con la cinta que era un preámbulo nada disimulado de la retirada.
Y aquí, desde el pibe de Rio Cuarto, el 21 ha sido sinónimo de talento, de calidad, de magia. Vean la nómina de los ventuno, que diría Pirlo, en su italiano seductor. Aimar, Silva, Banega, Parejo y Gomes. Con Gomes fuera y Parejo a otro dorsal, se nos queda huérfano.
Huérfano como parece nos va a dejar Dani. Subiendo escalón numérico. Del 21 al 10, que pesa lo suyo por gracia y goles de Fernando y Angulo, por ir a lo más reciente de la historia, y con la cinta en el bíceps sin otro mensaje que la jerarquía que se suponía en el vestuario. Mejorando por momentos al jugador que llegó y que acaparaba portadas en aquel verano del 2011 como cerebro de una prometedora sub-21. Siendo casi letal en pelota parada. Recuerden la Europa League ante el Athletic, con aquella falta que convirtió las lanzas de los silbidos en las cañas del sueño de un pase de ronda.
Se quiere marchar. Al Sevilla. Buscando el calor de una grada. Porque Parejo tiene el mal de Jonas. El de la ojeriza general. Por esos feos estúpidos que soliviantan a la grada como un caballero despechado. Sin vuelta atrás. Permisiva a veces, pero que no perdona del todo. Esa misma grada que es tan de mirar al tendido con otros de menos rendimiento. Como el mismo Gomes, por ejemplo. O De Paul, que empató con nadie mientras vistió la bianconera.
Y en un Valencia sin un 21 mágico es más difícil todo. Es un síntoma de futuro plomizo, gris, otoñal.
Y entre confirmaciones de estancias en la costa y finiquitando asuntos laborales, se detiene el tiempo, miro al techo y pregunto, "Y ahora,¿quién llevará el 21?"