VALÈNCIA. Soy un buen aficionado al cine gore, ese subgénero del terror en el que la salsa de tomate y otros efectos especiales hemoglobínicos inundan la pantalla después que algún psicópata se dedique a perseguir jóvenes y adolescentes con una sierra mecánica u otro instrumento adecuado para cercenar miembros. El gore me produce diversión y risa, supongo que porque las mutilaciones corporales son tan exageradas que se convierten en difícilmente verosímiles y los chorros de sangre que brotan de las presuntas heridas parecen géiseres desbocados y ficticios.
El gore también me ha enseñado cosas, como que para matar a alguien no basta con cortarle un brazo o una pierna, por mucha sangre que produzca dicha acción. Los personajes de las pelis gore siguen vivos aunque les hayan arrancado sus extremidades de cuajo, pese a que lo dejen todo perdido de líquido rojizo. No sucede así cuando el ataque de la sierra mecánica se perpetra sobre los órganos vitales, es decir, la cabeza o el tronco de la víctima.
Esto es básicamente lo que han hecho los señores de Meriton Holdings con el equipo que hace menos de dos años ganó la Copa del Rey contra el Barcelona y se disponía a dar un salto de calidad que le permitiera optar a más títulos. La verdadera carnicería no fue desmembrar aquel conjunto campeón solo porque muchos de sus componentes no estaban de acuerdo con las directrices de quien gobierna el club, sino herirlo de muerte al despojarlo de centro del campo. Apuntar a los órganos vitales de aquel equipo. Las sucesivas salidas de Parejo, Coquelin y Kondogbia y la ausencia de sustitutos para ellos han dejado la zona de creación valencianista a cargo de Carlos Soler, un excelente futbolista pero no un organizador de juego, y Daniel Wass, un buen jugador de banda, como pilares en la construcción del juego, es decir, con las dos alternativas que tenía el equipo para tapar agujeros y resolver urgencias hace un par de temporadas. Ellos y el bisoño Uros Racic sostienen un centro del campo que explica el deficiente rendimiento de un equipo que parece encaminarse hacia el abismo.
El festín sangriento que perpetraron los psicópatas deportivos de Singapur sobre el equipo tiene otras heridas abiertas. El lateral derecho convertido en un agujero negro porque la propiedad invirtió una millonada en traer a un tipo con aspecto de rapero chungo que juega como un rapero chungo, es decir, peor que el más malo de los laterales derechos que ha tenido el Valencia en sus cien años de historia. Y eso que ha habido muy malos. O el centro de la defensa, en el que el encargado de acompañar a Gabriel hay que escogerlo entre dos chavales inexpertos y un exfutbolista cojo. Pero ninguna de esas heridas es tan sangrante como la del centro del campo, cuya aniquilación solo puede ser idea de un inconsciente.
Tanta risa me producen las orgías sanguinarias de las películas gore como cuando escucho a leo a aficionados y presuntos periodistas afirmar que el Valencia tiene plantilla de sobra para salvarse o incluso alcanzar el séptimo puesto. Es posible que, jugador por jugador, el plantel valencianista tenga más calidad que algunos de los equipos que le acompañan en el via crucis que conduce al descenso, pero el grupo está tan mal hecho, tan lleno de heridas sangrantes, que es realmente difícil armar un equipo con esos mimbres, sin centro del campo que marque el tempo de los partidos y con una segunda unidad que, en otros tiempos, ni siquiera estaría jugando en el Mestalla. Es la consecuencia lógica de que quienes han hecho esta plantilla tengan menos luces como gestores deportivos que Jason Voorhees, el asesino de 'Viernes 13'.
Y lo peor es que, en el mercado de invierno que ahora arranca y que podría reparar el desastre, las cosas solo pueden empeorar, sabiendo que quien tiene que tomar las decisiones esgrime una sierra mecánica como arma.