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Agua fría

22/01/2021 - 

VALÈNCIA. Hace seis años adquirí la sana costumbre de nadar en el mar. Lo hago en verano, como todo el mundo, y en invierno, como casi nadie, en la mayoría de los días sin un neopreno que mitigue las bajas temperaturas del agua marina. Mis amigos me preguntan cómo soy capaz de internarme cada día en aguas cuya temperatura ronda los 12 grados mientras en el exterior, en ocasiones, no supera los 10. No entienden qué satisfacción saco de una actividad que parece cimentada en el sufrimiento, no en el placer. Yo intento explicarles que el cuerpo humano reacciona de manera singular al frío, que se defiende liberando calorías para formar una especie de traje natural que te protege sin que te des cuenta y eso crea un estado anímico y físico parecido al de una adicción. Pero, en el fondo, me cuesta verbalizarlo. Hace unos días, un compañero de fatigas natatorias lo resumió en una frase: “Desde fuera es difícil de entender; desde dentro es difícil de explicar”.

Algunos de los amigos con los que nado, sabedores de mi militancia futbolera, me preguntan de forma recurrente por la situación del Valencia. Casi todos son culés, abonados en los últimos años al sufrimiento de ver cómo su equipo, construido para dominar el planeta futbolístico, se les ha escapado como granos de arena entre los dedos para convertirse en un conjunto errático, en el que incluso el mejor jugador del mundo vaga desorientado por los terrenos de juego, como si se contagiara involuntariamente del desastre. Mis amigos no entienden por qué el Valencia, el equipo que encendió la mecha de la caída hacia el abismo del Barça con su victoria en la final de la Copa del Rey de hace 20 meses, se ha transformado, dicen ellos, en “un equipo como el Espanyol” en menos de dos años. Más allá de la inquina antiperica que se desprende de sus palabras, lo cierto es que tienen toda la razón, aunque el descenso del Espanyol a segunda no ha redundado en una depreciación de su plantilla y de ahí que sea el principal favorito para regresar a primera al final de esta temporada.

No me es fácil darles una explicación razonable, probablemente porque no la tiene. Desde la perspectiva de quienes me inquieren, la deriva en la que está imbuido un equipo ganador que se torna perdedor solo se puede deber a una nefasta gestión, a que el club cayó en manos de perfectos inútiles, incapaces de manejar los hilos de una institución deportiva. Le ha ocurrido al Barça con Josep Maria Bartomeu y ya le ocurrió al Valencia durante el reinado de Juan Soler, en el que sus recurrentes meteduras de pata, en el ámbito deportivo y en el económico, llevaron al Valencia al borde del precipicio. En ese sentido, Soler fue un maestro para Bartomeu.

Pero lo de ahora tiene más que ver con la intención de destruir un club, de convertirlo en una empresa basura para vender activos y sacar beneficios rápidos de su liquidación que con el propósito fallido de hacer bien las cosas. Es difícil de explicar cómo el dueño de un club opta por la destrucción en lugar de la construcción. Si ni siquiera nosotros, quienes somos del Valencia, lo acabamos de entender mientras vemos cómo la llama del club se apaga poco a poco, explicárselo a alguien que ve la gestión deportiva como un instrumento para favorecer al club al que apoyas es realmente complicado.

Como mis inmersiones en agua fría, la situación del Valencia es difícil de entender si no vives el día a día del valencianismo y muy difícil de explicar cuando el Valencia forma parte de tu vida y tiene trazas de ser una adicción. La diferencia estriba en que el agua fría no acabará erosionando mi cuerpo hasta la desaparición, y el Valencia va camino de no existir. 

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