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opinión politizada / OPINIÓN

Honor a los desplazados

12/04/2023 - 

VALÈNCIA. Otro partido, otro estacazo en la nuca. Los atolondrados muchachos del Pipo Barraca nos regalaron en Almería, una vez más, una versión más que digna en el primer acto y un estrepitoso derrumbe en la segunda, acentuado por una carencia goleadora que no debe sorprender a nadie a estas alturas. Es lo que tiene vender a Gonçalo Guedes y a Carlos Soler el pasado verano sin obtener recambios de garantías en su lugar: entre portugués y valenciano participaron, como asistentes (12 y 14) o como anotadores (20 y 24), en 70 de los 119 tantos que el Valencia marcó en las temporadas 2020-2021 y 2021-2022.

Para entendernos: Guedes y Soler colaboraron en casi dos de cada tres goles de un equipo que no luchó precisamente por objetivos elevados en LaLiga. Un dato que, ya advertimos en agosto, era lo suficientemente contundente como para que una dirección deportiva responsable buscase reemplazos capaces de mitigar ese déficit.

En lugar de eso, llegó Edinson Cavani con 35 años y con la necesidad imperiosa de que rindiese como el Cavani de 25 años. Cinco dianas hasta la fecha, las mismas que el denostado Maxi Gómez en el global de la temporada pasada. El jugador es responsable de su rendimiento, sí, pero no de las tremendas expectativas depositadas en su acierto rematador. Aquí el charrúa no tiene culpa ninguna: la naturaleza misma, con un Mundial de por medio, los vaivenes deportivos del club y las lesiones se han empeñado en mandar cualquier ensoñación semejante al garete. Cavani debía ser una guinda de lujo, no la única carta sobre la que edificar toda esperanza de evitar problemas en la tabla.

Mientras la plantilla sigue ahogándose en unos puestos de descenso que parece condenada a ocupar parcial o totalmente hasta la última jornada, el pitido final echó sal sobre la herida con imágenes durísimas de seguidores valencianistas en las gradas del Power Horse Stadium llorando a moco tendido, devastados por la enésima decepción en una temporada desoladora y en la que el final de este túnel no parece desembocar en luz, sino en un pozo profundo y sin salida llamado Segunda División.

Las fotos mostraban rostros en su mayoría muy jóvenes, una vez más, absolutamente desencajados. Porque ellos habían recorrido kilómetros para ver ganar a su equipo. Y porque el de Almería es uno de esos golpes, como los recibidos en el Coliseum, en Pucela o en Montilivi, de los que tardas varios días en recuperarte.

Si lo piensas fríamente, es una absoluta majadería que más de 1.000 valencianistas llenasen el pasado fin de semana las gradas del estadio almeriense. O que otros 1.000 (o más) vayan a hacer lo propio la semana que viene en el Martínez Valero de Elche.

Porque lo están haciendo, y no exagero ni un ápice, sin ningún aliciente más que el del escudo.

Ante ellos se presenta semanalmente un equipo desguazado, despedazado, hecho trizas por su máximo accionista hace cuatro temporadas. Compuesto de retales, cedidos y chavales. Sin apenas referentes ni futbolistas de nivel, como sí había en los 2000, en 2004, en 2008 o, si me apuras, en 2019. Con entrenadores reconocidos como leyendas sobre el césped, pero sin las horas de vuelo en los banquillos de Primera que sí tienen otros conjuntos que luchan por la permanencia. Y con un propietario desnortado, desinteresado, al que se la trufa que el Valencia juegue en Almería o que un equipo de la Academia VCF lo haga en Singapur, a tiro de piedra de su lujosa vivienda: Peter Lim no acude a ver ni al uno, ni al otro.

El club informó en su momento de que los futbolistas iban a costear los buses a Almería y Elche de su bolsillo. Un buen gesto, pero que se queda algo escaso si luego el desempeño en el césped deja tanto que desear. El viaje a Almería (doce horas de autobús, entre ida y vuelta) podría haber supuesto un punto de inflexión, pero ya antes del partido los aficionados seguían padeciendo las vejaciones y abusos habituales: pancartas de ‘Lim Go Home’ –legales- siendo requisadas siguiendo órdenes “del club visitante” (palabras de los empleados del Almería, no mías), la seguridad del Power Horse Stadium marcándoles mejor y más de cerca que los propios centrales del Valencia en el 2-0, y un trato que rozaba el que se le dispensa a los delincuentes. Hugo Duro fue testigo directo nada más finalizar el choque, cuando intentó hacerle llegar su camiseta a una aficionada y los vigilantes se lo impidieron.

Y, para rematar el despropósito, resulta que las pancartas se habían esfumado tras el partido: la gente de la UD Almería le aseguró a los seguidores que protestaban que un empleado del Valencia se las había llevado consigo.

Lo dicho: viajar por el escudo. Por pura lealtad al escudo, que no es lo mismo que por lealtad al ‘club’ (las comillas son mías y están bien puestas). Porque todo lo demás son contramotivos. Son trabas y palos en las ruedas. ¿No sería más fácil quedarse en casa y verlo por la tele? Total, todo son problemas, dificultades, molestias…

¡Y lo volverían a hacer!

De hecho, lo volverán a hacer. La inconsciencia de la juventud, quizá. O, en el caso de los más veteranos, el sentimiento de que, sin ellos animando en la grada visitante, el club estaría todavía más hundido en el fango. Elche será la próxima parada del ‘on tour’ para chavales de 15, 20, 25 años en una temporada de mierda en la que sólo una salvación ‘in extremis’ les podría arrancar una sonrisa, pero en la que las protestas contra Peter Lim y las lágrimas por un futuro carente de felicidad parecen las únicas compañeras de viaje mientras el cuentakilómetros sigue subiendo y subiendo.

Para el valencianista promedio no hay alicientes ni deportivos –porque, admitámoslo, ver a este Valencia penar por los campos de España no es divertido-, ni económicos –aunque el bus sea gratis, los viajes cuestan su buen dinero-, ni institucionales. Sólo hay que ver el fiasco del reparto de entradas y buses al Martínez Valero, con el subsiguiente caos generado entre los aficionados. El club nos remite a “un colapso de la red debido a la alta demanda” de plazas y localidades. ¿Acaso esperaban otra cosa? ¿Ni la computadora más optimista, ni la red de ticketing online más ilusionada, podían imaginarse o prever que la afición acudiría en masa a la llamada de auxilio de su escudo?

Pues eso.

Meriton no sabe la potra que tiene de tener semejante activo humano y sentimental en sus manos. Ni lo sabrá nunca, por desgracia.

Honor a los desplazados. HONOR. Estáis como unas maracas. Sólo por eso, nos quitamos el sombrero. Se os quiere mucho.

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