Claudio Ranieri realizó una brillante labor en la Fiorentina. Subió al equipo de Segunda la temporada 93-94 y, en un par de años, logró ganar la Copa de Italia y la Supercopa. Su trabajo no pasó desapercibido para el director deportivo del Valencia CF, Javier Subirats, cuando se encontró en la necesidad de relevar a Jorge Valdano en el banquillo de Mestalla. El equipo coqueteaba con el descenso en la temporada 97-98. Era el decimoctavo clasificado y urgía un cambio global. El secreto de Ranieri con la Fiore fue la de presentar un equipo intenso, muy ofensivo, con futbolistas como Rui Costa, Batistuta, Robbiati o Banchelli. Ranieri jugaba en Florencia al ataque. Partidos en los que incluso alineaba a tres delanteros. Don Claudio era sinónimo de espectáculo.
Cuando llegó al Valencia, Ranieri cambió por completo su registro. Dicen que el gran secreto de un entrenador es jugar con lo que tiene. Y el gran éxito del General Romano en Mestalla fue ese. El de acertar con el diagnóstico para la plantilla que tenía. El italiano apostó por el compromiso de los más veteranos (Angloma, Carboni, Milla….) y supo motivar a jóvenes talentos (Mendieta, Farinós, Angulo…) cuyo objetivo era hacerse un nombre en el panorama futbolístico. Ranieri aparcó el manual que traía de Italia bajo el brazo, y optó jugar al contragolpe para explotar la velocidad del Piojo López. En Mestalla no tardaron en acusarle de barraquero. Se hacía en tono despectivo. Aquí somos así. Sin embargo, el Valencia remontó posiciones en la tabla hasta acabar noveno y ganarse el derecho a jugar la Copa Intertoto. Era la puerta para Europa. En la Copa de la UEFA nos eliminó el Liverpool tras una eliminatoria muy igualada, pero el Valencia comenzaba a ser un equipo reconocido. Un año más tarde, llegó el inolvidable título copero de Sevilla, el del 99 en La Cartuja, con una exhibición ante el Atlético. Y aquella final, su despedida del banquillo del Valencia, Ranieri sentó cátedra y jugó con tres delanteros: Ilie, Vlaovic y Claudio López.
Los resultados fueron el mejor argumento de Ranieri. El italiano dio con la tecla y siempre se mantuvo firme en sus convicciones. Pese a las exquisitas críticas de una parte de la hinchada, y también de la prensa, que se las daba de entendida. Con Ranieri empezó todo. Porque gracias al acierto de Subirats al mando de la dirección deportiva, Héctor Cúper y Rafa Benítez dieron continuidad al proyecto. Éste último, hasta llevarlo a la más absoluta excelencia en 2004. Fue en ese momento de plenitud cuando estalló la crítica más feroz contra el Valencia. Mientras Mestalla se emborrachaba de felicidad por los títulos del equipo, llegaban duras opiniones de los estetas. Y se escuchaban sentencias como la siguiente: “El Valencia jugó como un equipo pequeño. A su victoria le faltó grandeza”. Precisamente aquella máxima realizada desde Madrid, quizás por envidia o rencor, es la que marca el camino que debe seguir el club. Si se critica el estilo del Valencia es buena señal. No lo duden. Porque cuando el Valencia molesta, es que las cosas funcionan en Mestalla. Si por el contrario hablan de lo bien que jugamos…. ruina.
Precisamente Javi Gracia tiene ahora ese desafío estilístico. Entre la estética y la practicidad. El mismo que superó Marcelino con acierto, y también el mismo que no supo entender Celades. A Gracia tampoco le queda otra. Porque no tiene ni siquiera un fichaje que llevarse a la boca. Pero el entrenador cuenta con el liderazgo de Gayà, la experiencia de Kondogbia, la intensidad de Maxi, el compromiso de Wass…. Y para que la cosa carbure, debe explotar al máximo la juventud de los Yunus, Álex Blanco, Esquerdo o Guillamón. En Anoeta, por ejemplo, los cambios tácticos le dieron la victoria. El Valencia fue un equipo ordenado e intenso. De jugadores con hambre en el campo y un banquillo para quien no esté comprometido. Está muy claro que para que el Valencia triunfe, no hay otra que recuperar sus señas de identidad. Tanto las del equipo como las de un club tan cambiante como el paisaje de la Albufera. La clave consiste en jugar como un equipo pequeño para hacerse grande.