Hubo un tiempo, no demasiado lejano, en el que un periodista freelance podía ganarse la vida escribiendo necrológicas. No porque se muriera más gente que ahora, sino porque escribir estaba mejor pagado, como la mayoría de las profesiones. Yo tenía un amigo que se dedicaba a eso, vivía literalmente de la muerte de los otros, como los empleados de las funerarias o los enterradores. De hecho, pese a su sempiterna jovialidad, a mi amigo le llamábamos, de broma, 'El enterrador', y no porque tuviera cara de estar siempre en un oficio fúnebre, sino porque sacaba provecho de la muerte.
Con la evolución del periodismo en los últimos años, mi amigo hubo que diversificar su trabajo y ahora escribe necrológicas de vez en cuando. La competencia de Twitter es muy grande. Ahora, cuando alguien se muere, los tuiteros nos informan de cientos de anécdotas del finado, rescatan fotos que se hicieron con él en aeropuertos o lugares públicos y manifiestan su admiración por todo lo que hacía, aunque ni siquiera fueran seguidores de su vida y milagros. Los funerarios y los enterradores se han quedado solos en sacar provecho de la muerte.
Aunque no exactamente tan solos como parece.
En este año tan terrible, en el que miles de personas han fallecido por una pandemia que no parece tener fin, hemos descubierto que los capitostes de Meriton utilizan la muerte de la misma manera que aquel simpático amigo que glosaba con elegancia las virtudes de gente que jamás leería sus panegíricos. En el caso de los prebostes valencianistas, la muerte de otros sirve para reafirmar su adhesión al club, intentando dar lecciones de historias sobre personajes de los que en realidad no conocen su dimensión. La muerte les sienta tan bien que sacan provecho de ella.
Ocurrió cuando nos dejó Españeta, hace unas semanas. Mientras el sanedrín valencianista se reunía en su local habitual (el Bar La Deportiva), el valencianismo se movilizó para homenajear a una de las personas que mejor había representado ese concepto tan etéreo que denominamos “amor al Valencia”. Y ellos seguían allí, con sus bebidas y sus charlas sobre la actualidad singapurense, ajenos a la trascendencia de aquella desaparición. Solo la intervención de Álex Navarro, en su último servicio al club, propició que el club le tributara el homenaje que le correspondía al bueno de Bernardo España, en forma de altar improvisado en una de las puertas de acceso al estadio.
Esta semana se ha ido también Juan Sol, un símbolo del valencianismo desde su llegada al club, hace casi 60 años. Sol, probablemente el mejor lateral derecho que ha tenido el Valencia en su historia, era algo más que un exjugador, era un personaje entrañable, que servía como vínculo de unión entre el pasado y el presente, entre los diversos actores que intervienen en la dinámica del club, entre las entrañas de la entidad y lo que se llama genéricamente “el entorno”.
A Sol lo conocían bien los (ir)responsables de la dirección del club. No en vano, era miembro del consejo, aunque no tomara cervezas con ellos en La Deportiva. Pero estos han conseguido transformar su fallecimiento en una maniobra de blanqueamiento del ser supremo que maneja los hilos del club desde la remota distancia. O al menos en un intento de convencernos que el todopoderoso es una persona con sentimientos. A través de su web, el Valencia difundió un comunicado en el que explicaba que Sol y Lim eran amigos íntimos, cantaban juntos en los actos sociales y se iban de comilonas día sí día también. Solo faltó adjuntar fotos de ambos haciéndose un tatuaje en el brazo, comprando algodón de azúcar en algún puesto de la feria o haciendo un calvo dentro de un fotomatón. Por supuesto, el principal valor de la leyenda valencianista no era haber conquistado una liga, dos copas, una Recopa y una supercopa europea, haber prestado un incalculable servicio al club durante 40 años en los despachos o en los cargos en los que trabajó o las cientos de anécdotas que ejemplifican su amor al Valencia y que hemos leído estos días en la prensa. Su mayor mérito fue haber sido amigo de un especulador bursátil que ahora intenta ganar dinero con el club que él amó desde los 15 años.