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OPINIÓN

Mensaje del presidente (traducción)

30/01/2020 - 

La entrevista de Anil Murthy en The Athletic es un pleno acierto. No sé si demasiado para el Valencia pero sí sobre todo para el entrevistado y para los intereses de la corporación a la que representa. En un entorno periodístico receptivo, y con un prisma aproximativo, sin demasiadas rendijas para la contradicción, todo fluye mejor.

Es una excelente pieza de disección. Se desvela parte de un ideario que se encripta constantemente ante la realidad local, más dispuesta a contradecir algunos de los principios que en la entrevista aparentan ser leyes sobre tablas pétreas.

Hay cuatro rasgos en el reportaje en The Athletic que me llaman la atención y reflejan bien el comportamiento de la administración que Murthy preside.

Uno. La gestión contra los impulsos

Murthy remarca la posición responsable de la dirigencia frente a los efluvios de la inmediatez. Frente a aquellos que se dejan llevar por el frenesí de los resultados, una organización severa que vigila por los intereses del club. Yes! Esa postura de fuerza, viejo truco, fija los tiempos de la presidencia en el largo plazo, como si mientras nos pasan las horas a ellos solo les corrieran unos pocos minutos.

Recuerda el presidente: “La gente decía sobre nosotros: 'Esta gente está como una cabra, están locos, ¿por qué destruyen el proyecto?' Fichamos a Celades, con cero experiencia como entrenador en Primera División. (...) Nos dijeron que estábamos destruyendo su club. Pero el propietario tiene que proteger el club contra intereses a corto plazo."

Un argumento inteligente con el que buscan la legitimidad intentando confrontarse con un entorno que deslizan histérico e inestable.

La realidad, en cambio, desarticula el propósito. Si algo ha caracterizado el proceder de las decisiones en la estructura deportiva es el impulso constante en lugar de una línea maestra prefijada.

Dos. Desdén al extranjero

Murthy, otra vez bien tirada, pone la fuerza de la carga de las crisis de impopularidad en su condición foránea. “Hay gente en esta ciudad que no puede superar el hecho de que perdieron su club ante un inversor extranjero”.

Y, claro, tiene toda la razón. Mucha gente no lo ha superado. Parapetarse de las críticas tras esa premisa es bien eficaz, pero es, de nuevo, muy falaz. Es la misma gente que durante décadas ha cuestionado, silbado e incluso expulsado a propietarios locales. No ha tenido Lim un trato peor al que tuvieron otros propietarios valencianos. En cambio, quien frente al Alavés manda callar a la concurrencia sí fue Anil Murthy. ¿Era una manera de acercamiento?, ¿de buscar comprensión?

Tres. La valentía frente a las presiones individuales

La proyección definitiva de Murthy como la pieza valiente y, por tanto, impopular, que dice aquello que los demás no se atreven. Declara: “Tenemos que tener las agallas de decir a cualquiera, no importa lo buenos que sean sus resultados, o lo popular que sea en la ciudad, que se va a la calle. Incluso un futbolista, si públicamente critica al club o al propietario; hay que ser claros y tener la agallas para decírselo".

Y, claro, qué vas a decir: ¡chapó! Por fin una dirigencia que antepone los intereses de la institución frente a los individuales. ¿O no? Reconociendo el arrojo para tomar decisiones impopulares, de nuevo confunde su parte (los intereses de la propiedad) por el todo (los intereses del Valencia). Una línea delgada que sin embargo debería ser infranqueable.

Cuatro. El síndrome Requena

Cómo no, la comodidad para explicarse fuera de estos lindes es uno de los exponentes simbólicos de la gestión de Murthy. La infantilización de su entorno (“la gente es muy pasional, tienen festividades vinculadas al fuego (...) Pasan todo el año construyendo la hoguera para quemarla en una noche”) transmite el gesto del que fía la impopularidad a una misión incomprendida.

Manuel Llorente mostraba bien el síndrome cuando decía no entender cómo en su ciudad se le cuestionaba si, más allá de Requena, estaban encantados con su gestión. Fiarlo todo al corresponsal extranjero y desguarnecer el factor local es entregarse a la comodidad, dejar de luchar por los argumentos propios, especialmente si los crees acertados.

No es ésta una administración tan diabólica como a veces se dibuja (más bien excéntrica, imprevisible y opaca), pero tampoco por eso vamos a dejar de traducir al lenguaje real la propaganda oficial. 

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