Y si el VCF hace la machada y derriba al Barça de Messi, el mejor de todos los tiempos, dirán que, ahora sí, el Valencia es candidato, cuando le han negado esa condición desde que comenzó el campeonato...
VALÈNCIA. Queda un mundo por delante. Marcelino y sus chicos, a base de sentido común y compromiso, están firmando números de campeón. El tiempo dirá si la racha es efímera, si se prolonga o si hay licencia para soñar con un título. La filosofía, de Benítez y Simeone: partido a partido. El latir del corazón de la grada es otro cantar. La gente de Mestalla reclama su derecho a soñar, a arropar al equipo, a regalarse una fiesta en cada partido, a celebrar como se merece, cada jornada, que por fin tienen un equipo a la altura de la pasión de la hinchada. Pies en tierra, el Valencia CF no está obligado a ganar la Liga, no es favorito para conquistarla y su presupuesto sólo alcanza para conseguir plaza europea. Eso es así. Como también lo es que el fútbol es un estado de ánimo, que cuando se viene de La Nada se pelea a muerte y que, si un entrenador consigue convencer a un grupo de futbolistas de que son mejores de lo que son, nada es imposible. Obstáculos en el camino, mil. Plantilla corta, las posibles lesiones, rivales de economía superior y por supuesto, el aparato propagandístico favorable a los de siempre.
Llegados a este punto, después de ocho victorias consecutivas, el VCF va lanzado, tiene números de campeón – el Atlético del Cholo firmó esos 30 puntos en 12 jornadas y ya saben cómo acabó aquello-, y ahora recibe al líder, que mira por el retrovisor y sólo ve al VCF. Con este escenario, inesperado pero real, el periodismo deportivo de este país – el circense y también el serio-, se devana los sesos para calibrar cuál es el techo del Valencia. Y con una insistencia previsible, se lanza a bombardear al personal con una serie de encuestas, preguntas, dudas, sospechas y teorías sobre las limitaciones del Valencia. Es decir, los que dudaban del Valencia, ahora dudan de sus dudas. Y los que le faltaron al respeto gratis, ahora rumian que igual se pasaron tres pueblos. Sea como fuere, de aquí a final de temporada, el VCF sufrirá, en su carne, el protocolo de actuación habitual de un país donde sólo importan dos equipos y donde todo el que moleste esa hegemonía resulta molesto. Al Atleti del Cholo le ningunearon, le llamaron globo inflado, dijeron que era un equipo violento y que no aguantaría. Fue campeón contra todo y contra todos. Qué decir del Sevilla FC el año pasado, que después de una primera vuelta espectacular, codo a codo con los dos intocables para el periodismo, acabó cediendo después de tener que escuchar, jornada tras jornada, que ya caería, que no aguantaría, que se la pegaría y que en qué mundo podría ser campeón de Liga. Queda un mundo por delante, pero si los Marceino Boys siguen siendo una máquina de ganar, al Valencia CF le espera precisamente eso: luchar contra el poder invisible del establishment. Y no es pura teoría, sino simple experiencia. Si alguien no cree, que encienda la televisión esta semana, que lea los periódicos o que prensa la radio y escuche las tertulias. Sostenía Camus que la estupidez siempre insiste. En materia periodística, la razón le asiste.
No deja de tener su miga que los que se han pasado años opinando del Valencia CF desde la ignorancia más supina y desde el desconocimiento más flagrante, sean los que ahora, que la bolita entra, tengan el cuajo de prefabricarse un relato mental sobre el resurgir del club. No deja de ser paradójico que los que se mofaban de la afición del Valencia por ser diferente, sean los que ahora van por los platós, como la niña de El Exorcista, gritando Amunt porque el rival de turno es el Barça. No sorprende que los que llevan años ninguneando al Valencia y sosteniendo que es un equipo que “no vende” salvo cuando es un desastre y un caos, sean los mismos que ahora aplauden, vitorean, jalean y se suben al carro de la victoria, batiendo el récord del mundo de cinismo. No deja de ser chistoso, y a la vez, patético, que los que se reían de las posibilidades del Valencia, los que aseguran que es un globo inflado y los que se mofan de su historia, dudando que es un equipo grande, sean los mismos que ahora rellenan sus portadas, cuartillas y tertulias con encuestas sobre si el Valencia puede ganar la Liga o no. Y no deja de tener su guasa que los que se han pasado años humillando y basureando al VCF sean los que ahora, en las buenas, enseñan la patita comentando que ya se veía que el equipo tenía muy buena pinta y que ellos ya lo habían avisado, poniéndole una vela a Dios y otra al diablo.
Sería maravilloso que los cofrades del pseudoperiodismo tuvieran conciencia del daño que estos años le han hecho a la imagen del Valencia, que hicieran examen de conciencia y que, en un acto de honestidad, tuvieran a bien enmendarse para empezar a tratar a un club grande como lo que es, con respeto y con algo de cariño, en lugar de con absoluto desprecio. Pero pedir eso sería pedir peras al olmo porque, en caso de duda, ya saben, la estupidez siempre insiste. Si el Barça gana en Mestalla, saldrán a vociferar que el Valencia no era para tanto. Y si el VCF hace la machada y derriba al Barça de Messi, el mejor de todos los tiempos, dirán que, ahora sí, el Valencia es candidato, cuando le han negado esa condición desde que comenzó el campeonato. La verdad del asunto es que no importa cómo y cuándo cambien la música del baile, porque el amor es ciego, pero los vecinos no. Y la realidad, que los que se reían de la afición del Valencia por ser diferente ahora ven cómo los valencianistas se ríen de ellos, porque son todos iguales.