VALÈNCIA. Los grandes pesimistas siempre celebran cuando se ve la luz al final del túnel… porque permite contemplar cómo el tren viene de cara. La primera media de hora en Sevilla fue justo un emparedado entre ambas sensaciones. La distancia entre el Valencia tras Pizjuán y el añorado de los quince minutos antes de perder ante el Madrid.
Estar a punto de acabar la Liga sin una sola derrota, pero en cambio pasar de la jornada 6 con las primeras frustraciones. La realidad abriéndose paso llenando de condicionales toda la retahíla de sentencias fulminantes: Mamarda es un porterazo / el Valencia ya ha encontrado su estilo / Bordalás ha construido un equipo / ha nacido un mediocentro extraordinario en Guillamón / Guedes está enchufado como en los primeros meses / se ha encontrado por fin una pareja de centrales sólida con Alderete y Paulista.
Bien, es posible que ninguna de esas conclusiones rotundas termine siendo mentira. Pero lo más probable es que todavía no sean verdad. Era un poco escandaloso dar por hecho a un grupo que de incipiente se negaba cada vez que Bordalás, poniéndose años encima, avisaba de que nada había asentado. Aunque quisiéramos creer lo contrario, no era una floritura retórica.
El Valencia -al menos todo ese club que sigue latiendo más allá de la propia sala de máquinas- necesita imperiosamente recobrar la fe, cierta creencia en sí mismo. No hay nada endémico: es un hábito escampado que mama de lo efímero y que tiene que ver con la urgencia por esperanzarse. Pero, mientras tanto, no habría que engañarse ni dejarse llevar por la conveniencia de los voceros. De lo contrario, aquello que se construirá será un equipo de usar y tirar al que probablemente no le demos ni la oportunidad de hacerse a sí mismo.
Es un equipo frágil y repleto de rendijas por donde en cualquier momento se puede escapar el fútbol. Fruto de multitud de carencias encadenadas (y cuyo origen tiene una autoría clara), la única opción es compactarse para no dejar demasiados agujeros a la vista. Cada vez que algún flanco se desguarnece, los peligros se expanden. No es solo una cuestión casual, sino un mal de origen. Hacer una buena temporada, más que propagar las virtudes, dependerá de disimular las carencias.
La mejor vía para el Valencia será la previsibilidad: saber que es un grupo con carácter, pero quebradizo; con talentos, pero escaso de ellos; tenaz, pero debilitado; con un plan, pero inmerso en dudas. Podrá avanzar si es conscientes. Está la Liga llena de equipos incubados fuera de la realidad cuya esperanza de vida son un par de meses.