VALÈNCIA. Asumo el riesgo de convertir esta columna en la enésima monserga de opinionitis comparada donde el Levante queda como un sujeto impoluto, paradigma obrero y opusiano, mientras el Valencia se arrastra condenado por sus pésimas elecciones en la carrera del destino.
Cada fulgor granota usado como herramienta con la que hurgar el mal valencianista. La última muesca, el fútbol sala. Parece ser -no lo trato desde que al Vijusa le cayó un meteorito- que el Levante de fútbol sala evoluciona con épica para convertirse en el mejor de España. Y entonces la fina comparanza: el Valencia qué.
No sé si el Valencia necesita regresar a sus secciones, recuperar sus verticales atléticas. Con recuperar la de fútbol puede que tuviera suficiente. Pero desde luego sí necesita armas con las que ampliar su ecosistema de aficionados. Tener una red ancha de puntos de conexión con realidades diversas.
Si el Valencia fuera una ciudad donde su centro histórico se vacía, parecería lógico capturar habitantes a partir de su conurbación. Para el Valencia ‘sus habitantes’ están alrededor de su provincia. El CIS de Tezanos -y el previo a él- lleva años dibujando un mapa hiperasimétrico donde solo algunos clubes resisten a la España dual de Madrid y Barça. Cuando lo hacen lo logran sacando rédito del apoyo en su entorno provincial. Dependencia territorial pura y dura.
Alrededor del 50% de aficionados de Valencia provincia son del Valencia. Un porcentaje que se diluye hasta la nadería entre el resto de provincias, incluso las limítrofes.
Ante eso resulta asombrosos que el club, haciendo seguidismo, se haya obsesionado con el proceso de conversión de aficionados en fans. Que por un temor atávico a lo próximo ha desperdiciado su principal caudal productivo: los hinchas que estén cerca.
Tener un equipo de fútbol sala, más allá del fervor multideporte, parece un mecanismo eficaz para acercarse a nuevos aficionados. No por el fútbol sala, sino sobre todo por la capacidad para generar conexiones a través de muchos altavoces a la vez. Llámale futsal, llámale puntos de conexión.
Pero en lugar de eso el Valencia actúa en contra de sus afluentes productivos. Resistiéndose a derribar las murallas de esa ciudad encerrada, creyendo que serán fans remotos los que alimentarán al club. Una postura negacionista con la estadística: es ese 50% bien cercano del que, para bien o para mal, el club depende para seguir teniendo sentido.
Acomodado al escenario Mad Max de los estadios vacíos, el Valencia despertará encontrándose de nuevo recintos llenos y aficiones en crecimiento. Si a ese 50% provincial se le niegan los estímulos, el club estará abocado no ya a la anemia de la falta de crecimiento, sino a empequeñecerse. Una cuestión práctica de superviviencia.