Lo que parece claro, incorporación tras incorporación, es que las opiniones de Marcelino no solo son recomendaciones, sino que deciden. Un manager encubierto...
VALÈNCIA. Me imagino a Marcelino como el alcalde levantando el teléfono para designar a la Fallera Mayor. Al otro lado un ser emocionado a punto de desbordar unas pocas lágrimas. La llamada. Ocurre con Marcelino que cada nuevo fichaje, el último el de Vietto, lleva el pretexto de la llamada. Marcelino le llamó y… se ablandó. Paulista, Kondogbia, Vietto. La leyenda se engrandece. Marcelino llama y la operación se desbloquea. O algo así, ¿no?
Más allá de la caricatura, un hecho: el criterio de Marcelino tiende a ser decisivo en cada operación. Un hecho distinto a lo que sucedía con los últimos entrenadores que le precedieron, quienes se adaptaban sin rubor ante cualquier adquisición (hubo uno que no lo hizo y se fue; conservó la presunción de su honor hasta que se puso a dar lecciones por control remoto).
También su influencia desequilibra a favor la balanza, con un poder de convicción que se vuelve abrumadora cuando Marcelino descuelga el teléfono. Traer a jugadores que apuestan por un club gracias a su entrenador presupone una implicación mucho mayor. Para este grupo, cuya diferencia competitiva reside en estar más conectados que el rival, en aprovechar más el error del prójimo, contar con jugadores con altos niveles de motivación y acoplamiento a los métodos del técnico es avanzar trabajo.
En la estructura deportiva del club que Anil Murthy se toma como las páginas de la ¡Hola! (¡Albricias! ¡Anil le da la mano a los jugadores!) el cargo de Marcelino se presupone solo de entrenador. Pero ya definitivamente es algo más. Suena a cuento idílico, a recurso retórico, aquello de que las decisiones se toman entre todos. Ardor de estómago ante una decisión colectiva. Lo que parece claro, incorporación tras incorporación, es que las opiniones de Marcelino no solo son recomendaciones, sino que deciden. Un manager encubierto.
Ante tanta figura disparatada es gloria bendita que el corazón de las decisiones deportivas esté entre Paterna y Mestalla, que no sean figurines intentando apuntarse tantos, sino tipos severos haciendo fáciles operaciones complicadas. Ayuda que tampoco haya facciones de una misma entidad intentando torpedearse entre sí. ¿Qué es esto, un club normal? Que las ganas de aparecer en la ‘¡Hola!’ local no lo estropeen.