VALÈNCIA. Me ha costado más que otras veces ponerme delante de las teclas y desgranar lo que se me pasa por la cabeza después de otro encuentro descorazonador. Por supuesto que la lectura sería otra, o menos frustrante, si Sergio León no hubiera fallado incomprensiblemente la que tuvo delante de Pacheco. Hubiera sido un balón de oxígeno en este nuevo descanso internacional. La realidad es otra por esa crisis de juego y definición, provocada una vez más por las malas decisiones en el último pase, que además está zarandeando el estado de ánimo de una plantilla débil en muchos aspectos. De nuevo una posesión elevada (72%), 18 remates y 5 a puerta con “más corazón que cabeza”, como reconocería Morales tras el tercer 1-1 seguido, ante un Alavés con uno menos durante una hora. Paco no va a hablar de lo que no tiene porque lo suyo no es entrar al trapo, pero hay cosas que se caen por su propio peso y se evidencian aún más cuando pierdes de manera imprevista a Roger Martí, su ‘9’ más específico. ¿Cómo puede ser que el equipo esté inmerso en esta espiral de imprecisiones y haya perdido la fluidez ofensiva que enamoraba y minimizaba la fragilidad defensiva si son prácticamente los mismos? ¿Dónde están los que decían que Borja Mayoral no valía porque no tenía gol y que jugaba porque venía del Real Madrid? Si solamente fuese la ausencia del ariete de Parla…
Hay un “poco de todo” que es mucho. Cuando los resultados no llegan, el discurso de los protagonistas, salvo que alguno se salte el guión (que la verdad me gustaría para creer que este Levante tiene más sangre de la poca que muestra) y saque esa rabia contenida con un ‘raje’ para poner las pilas, no silencia un ‘run-run’ que retumba. Al vestuario no le queda otra que trabajar duro para dar con la tecla y que llegue cuanto antes ese partido que varíe la dinámica. Una victoria. Es tan sencillo y difícil como eso: tres puntos. Un golpe de efecto. Mientras tanto, a aguantar carros y carretas porque los brotes verdes se han apagado, así como las excusas que estaban eclipsando una inercia negativa en aumento. Lo del calendario (lo digo porque luego sí que sacamos pecho cuando le ganamos al Barcelona y al Madrid) y el regreso al Ciutat, a guardarlo en un cajón. Por favor, ya no más historias. El discurso de la autocomplacencia está haciendo mucho daño. Y los lemas son perfectos para campañas de captación de fieles, pero no valen para todo.
Cuando sea, porque nadie es eterno ni imprescindible en el mundo del fútbol, Paco López se marchará siendo fiel a su filosofía. Con él no hay filtro y los resultados hacen que la crispación vaya a más, su crédito se discuta y se pida su cabeza. Lo que sobre todo le reprocho es esa fragilidad como colectivo que no se soluciona. Que a las primeras de cambio el equipo reciba un azote tan previsible, que no se proteja, que no salga tanto a pecho descubierto. Esos errores individuales no te los puedes permitir en Primera División. No hay que obviar que el entrenador ni tiene la culpa de que un delantero profesional como Sergio León falle la que falle ni del paso erróneo de Son que dejó más camino libre todavía a Lucas Pérez para encarar a Aitor Fernández y batirle. En transición defensiva, el desorden es alarmante y no es algo esporádico. No es solamente del partido del domingo o del de Los Cármenes, es un error cíclico. Es inconcebible que el Levante se parta en el minuto 3 y esté a merced del rival de turno que con un balón a la espalda y definiendo desmonte el castillo de naipes y obligue a reconstruir el plan de partido. Menos mal que Édgar se columpió y dejó a los suyos con uno menos, como la jornada anterior Gonalons en el Granada con su patadón a Rochina. También he escuchado que no es fácil hacer daño a un rival que se repliega con uno menos. ¿Otra excusa? Dejémonos de parches. En 102 partidos oficiales con el de Silla, el Levante ha dejado la portería a cero en solamente 18 (16 Liga y 2 Copa del Rey).
En otras rachas negativas de resultados en la era Paco (menos prolongadas que la actual), la reacción siempre ha existido. Ahora no. No soy quién para marcar directrices ni corrientes de opinión. Cada uno es libre para mostrar sus impresiones y más ahora que, al no poder ir a los campos, las vías de escape para desahogarse son, más todavía, las redes sociales y los grupos de WhatsApp de colegas. Lo que voy a seguir pidiendo es respeto y que la crítica que se haga sea constructiva. Cuando la pelotita no entra y los síntomas preocupan, el eslabón más frágil y que antes suele romperse es el del entrenador. Puede que sea la solución, yo no la comparto. Sigo repitiendo que, con sus virtudes y sus defectos, es un escudo perfecto para ocultar muchas carencias. Su adiós sería lo más cómodo para intentar enderezar el rumbo y a la vez destaparía las vergüenzas que el propio técnico se resiste a exponer públicamente porque entiende que los trapos sucios se limpian de puertas para dentro. No tengo una varita mágica, ni la verdad absoluta, ni tampoco la solución eficaz a una situación con un aroma tan desalentador. Seguramente me equivoque, pero creo que los problemas no se acabarían cambiando al inquilino del banquillo. Y ya no hablemos del pánico que me da pensar en el ‘plan B’ que tendría la dirección deportiva, como en su día con los cantos de sirena alrededor de Campaña, en caso de una decisión drástica.
No me gustaría tirar la toalla y reconocer que me equivocaba al considerar que este Levante puede pelear por algo más que una permanencia sufrida. Quizás he sobrevalorado más de la cuenta a estos jugadores, pero es que nos han demostrado en unas cuantas ocasiones (lo de los picos altos de la clásica montaña rusa) de lo que son capaces. Y, lo que es aún peor, cada vez me siento menos identificado con la plantilla y eso no me gusta nada. La importancia de los líderes y solamente veo uno: Morales. Es una sensación de resignación que no sentía desde hace tiempo. Que los estadios estén vacíos y nos toque sufrir desde la televisión tampoco ayuda. Al levantinismo nos tenéis que volver a enamorar. Aún hay tiempo, aunque el depósito de la paciencia esté en reserva y en muchos ya desbordado.