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opinión politizada / OPINIÓN

Panem et circenses

8/11/2023 - 

VALÈNCIA. 18 puntos en la jornada 12, damas y caballeros. Apenas restan 24 por sumar en los 26 partidos que faltan por disputarse para llegar a esas 42 unidades que suelen garantizarte la permanencia. Viniendo de donde venimos, una muy buena noticia. Desde luego no para sacar el champagne de la nevera, como algunos están haciendo –de pequeño aprendí que eso sólo se hace en las grandes temporadas, no cuando cumples lo mínimo exigible-, pero sí para lanzar un respiro de alivio tras ver la Segunda División más cerca que nunca hace apenas cinco meses.

Llegados a este punto, y con la visita al Bernabéu como termómetro para saber si este Valencia está preparado para empresas más serias, toca repartir las medallas correspondientes: poco o nada bueno que decir de la dirigencia y dirección deportiva, mucho bueno que decir de Baraja y sus muchachos, muchísimo bueno que decir del rol que está jugando Mestalla en lo que llevamos de temporada.

Desde hace un par de años, servidor tiene un método no-científico casi infalible para detectar si el respetable acude masivamente al estadio o no. Con un primer abono que data de la temporada 1999-2000, durante casi veinticinco años compartí fila de asientos con otros cuatro amigos en Gol Xicotet Bajo. La vida, los hijos y el desapego progresivo hacia el equipo fueron causando bajas; al final, esta temporada soy el único que mantiene el pase, más por sentimentalismo que por practicidad. Al fin y al cabo, no puedo ocupar mi asiento en ningún partido porque debo retransmitirlos en ‘El Matx’ de 99.9 Plaza Radio desde los estudios centrales de la emisora.

Bien: lo que antes significaba disponer de un asiento extra para cualquiera de mis colegas, desde el año pasado es pasto del sistema Asiento Libre que el club habilita para poder hacer uso de esas localidades. Habré utilizado la opción dos o tres años, pero esta es la primera campaña de uso intensivo. Y ahí entra mi particular cábala: si un asiento ‘normalito’ tirando a humilde como el mío es ocupado, por regla general suele haber buena entrada. No es un cálculo matemático, pero sí orientativo. 

¿Quieren un ejemplo? En los seis partidos que llevamos en Mestalla hasta el momento, mi localidad ha sido vendida por el club menos de una hora después de liberarla. Como diría aquel, no da tiempo ni que a la entrada toque el suelo. La media de asistencia es de 43.276 espectadores en un estadio con capacidad para 49.430 personas; casi el 88% del aforo total.

Se mire por donde se mire, eso es una auténtica barbaridad.

Por hablar de lo más inmediato, no tiene ningún sentido que 45.000 tipos se planten en la Avenida de Suecia un ventoso domingo por la tarde en noviembre a disfrutar de un Valencia-Granada. Carece de toda lógica. Son cifras que no se veían ni siquiera al principio de la década pasada, cuando el club era el tercero de España por sistema y teníamos habitualmente medias entradas en partidos de la fase de grupos de la Liga de Campeones. Curiosa manera de funcionar: parece que el mestallero de pro acude al rescate en momentos en los que siente que el club, sostenido por alambres, realmente le necesita; y en otras épocas de bonanza o de mejores resultados deportivos y/o económicos, tampoco tiene la necesidad imperiosa de presenciar un duelo contra el Genk belga (25.000 personas en Mestalla aquel día) o el Bursaspor turco (también 25.000 asistentes). 

Las cifras de asistencia ante los Manchester United, Chelsea y demás transatlánticos de aquella época ya son otra historia, igual que lo son Madrid, Barcelona o Atlético a día de hoy: mal estaría el tema si el campo no se llena esos días.

Ante el Granada, la afición empujó en los minutos finales cuando el equipo notaba que le fallaban las fuerzas. Un rato antes, estalló de júbilo con el gol de penalti anotado por Pepelu. Y todavía antes, protagonizó uno de los minutos 19 más variados de los últimos meses, añadiendo al habitual “Peter vete ya” otros cánticos dedicados a Layhoon, Miguel Ángel Corona y rematándolo con un “diles que se vayan” lleno de musicalidad. Corto, pero sonoro.

El grado de implicación de Mestalla con su equipo este año recuerda al que tuvo en la segunda mitad de la temporada pasada, con el importante matiz de que entonces el fuego del descenso ardía y quemaba bajo los pies del equipo. Ahora no: ahora es más una cuestión preventiva, un apoyo incondicional para llegar lo antes posible a un puntaje que otorgue cierto grado de tranquilidad para afrontar el resto de la temporada. Al contrario que Meriton, especialista en caer una y otra vez en los mismos errores –casi, casi, como si lo hicieran a propósito-, el abonado ya tuvo suficiente con la agonía del descenso de la pasada campaña. Eso, unido al bullicio jovial de quienes suelo llamar “hijos de la miseria” –la generación de aficionados que ha comenzado a ir al campo en la última década, marcada por la devastación causada por Peter Lim-, está generando un ambiente excelente para afrontar los duelos como local.

Todo lo anterior va en clave deportiva, claro. Pero, ¿y en clave institucional? Pues… más de lo mismo: un riesgo peligroso de caer en la complacencia y pensar que, con cantar un par de estrofas en el minuto 19, es más que suficiente. Para desgracia del club, ese abrazacaras alienígena llamado Meriton tiene bien agarrado al huésped en su zona más delicada: la que apela al sentimiento de pertenencia y la llamada de auxilio de una plantilla demasiado joven y que, sin el refuerzo de su gente, pierde mucha competitividad en casa. No es casualidad que Baraja lo repita una y otra vez en sus comparecencias: sabe que, sin su gente detrás, sus muchachos pueden pasarlo muy mal en una temporada muy, muy larga.

Esta obligación de echar una mano a los chavales colisiona, en casi todos los casos, con el deseo de echar a patadas a Peter Lim y adláteres de la zona noble del club. Y de ese choque sentimental nace la confusión, terreno de juego natural para Meriton y asociados. Especialistas en sembrarla y aprovecharla. Como muestra, la foto de Carla Cortés que encabeza estas líneas: ‘panem et circenses’, pan y circo para una tribuna que en muchos casos prefiere centrar sus energías en el césped en lugar de, como hacen unos cuantos rebeldes con otro orden de prioridades, girarse hacia el palco pancarta en ristre a expresar su desaprobación para con una gestión nefasta. 

Y la rueda sigue girando. Mientras haya victorias para ir tirando, Mestalla querrá ayudar a sus muchachos a conseguir más para evitar agobios. Cuando las victorias dejen de llegar, los satélites mediáticos del bróker de Singapur rogarán –o exigirán- a la afición que se vuelque en apoyar al equipo para, de paso, sofocar las potenciales protestas en su contra. Mientras tanto, el valor económico y deportivo de la sociedad seguirá cayendo en picado año tras año –ojo a las cuentas del club, que conoceremos en los próximos días-, hasta que ocurra lo inevitable. Bucle infinito. En cualquiera de los escenarios, igual que sucede con el vodevil infame que los políticos están protagonizando con el asunto del Nuevo Mestalla, el que saca tajada es siempre el mismo. Jamás el valencianismo como fuerza social pudo imaginar que un grupo de personajes venidos de tan lejos les ‘calarían’ tan, tan bien.


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