Esta mujer de 43 años no se harta de superar desafíos. Ahora presenta un libro dirigido a adolescentes confusos o atemorizados
VALÈNCIA. A Patricia Campos la conocí hace unos años. Le hice un reportaje y, después de líneas y más líneas, de repasar de arriba abajo una vida de película, lo que más gracia le hizo es que dijera de ella que era ligera como un pajarillo pero fuerte como un águila. Me impactó su fortaleza y, casi más que eso, un valor asombroso. Porque Patricia, una castellonense de 43 años, ha hecho de su vida una sucesión de desafíos. Uno detrás de otro. A su padre, a los convencionalismos, al Ejército, a las injusticias, al miedo...
Yo, que tengo el valor de un cervatillo, que no subiría al Dragon Khan ni por un lingote de oro, admiro mucho a la gente que jamás se detiene por miedo. Aunque ella, que relativiza sus logros, que son numerosos, admira otro tipo de audacia. "Valiente es una mujer que trabaja, cuida de sus hijos y convive con un maltratador", me dijo en relación a su madre, todo un referente para ella.
A su padre lo coloca en el otro extremo. "Es un monstruo", le dedica a su progenitor, una de esas bestias que gobiernan su hogar con el látigo, un hombre que se volvía violento en cuanto le daba al coñac y al Frenadol.
Patricia se despellejó las rodillas en las calles empedradas de Onda, su pueblo, jugando al fútbol con los niños. Y no quería tocar la flauta sino la trompeta. En cuanto dejó atrás los visillos del pueblo, se lanzó a disfrutar de su sexualidad. Fue dejar de escuchar los cuchicheos a sus espaldas y entregarse a las noches universitarias en València para, al fin, mujer contra mujer, disfrutar de lo que a ella le gustaba.
En la universidad estudió Comunicación Audiovisual, pero aquellos años liberadores fueron determinantes para atreverse con otro deseo larvado: Patricia quería ser piloto del Ejército. Otro reto. Uno gigante. Una mujer incrustada en rancios cuarteles trufados de machotes. Hombres que despreciaban a las mujeres. Soldaditos que hacían chistes sobre sus compañeras, que les gastaban bromas groseras, que no podían soportar ser menos que ellas.
Patricia cruzó aquella jungla haciéndose diminuta. No se atrevió a sumarle a su condición de mujer la de lesbiana. Bastante tenía ya. Pero con pequeños pasitos también se puede llegar muy lejos. Y aquella joven acabó convirtiéndose en la primera mujer en pilotar un avión de la Armada.
Pero después de aquel hito, 1.500 horas de vuelo y tres emergencias, se cansó. Le salía el machismo por las orejas y prefirió ser feliz en tierra firme. Entonces tiró el uniforme y se fue a las faldas del volcán Diamond Head, en Hawai. Era el momento de retomar el fútbol, pero ya no para jugar, como en Onda, como en la Universidad, como en el Ejército, sino para entrenar.
Aquello debió parecerle demasiado sencillo. Así que, tiempo después, dejó aquel archipiélago en el Pacífico y se plantó en Uganda, donde los hombres escupen y golpean a las mujeres, donde violan a las lesbianas para 'demostrarles' lo que debería gustarle a una hembra. Y allí, driblando el terror, el horror, animó a las niñas y a los niños a jugar al fútbol.
Ahora está en València. Tampoco está de más pasar unos meses de bienestar. Aquí hace de todo. Lo mismo comenta un partido de fútbol en À Punt, que se prepara para aprender a narrarlos, que se embarca en otro libro.
Esta semana ha presentado 'Canviem les regles' (Bromera), una obra en valenciano que ha completado junto a la escritora Teresa Broseta, quien cuenta la historia de Olivia, un personaje de ficción que se enfrenta al 'bullying' gracias al rugby. En ese equipo conoce a otras chicas que también aprenden a enfrentarse a sus miedos, como ser transgénero, el racismo, el suicidio, un padre maltratador... Y al hilo de estas historias, Patricia Campos escribe una serie de reflexiones para Olivia. Historias y pensamientos para cambiar las reglas. Inspiración para adolescentes y jóvenes perdidos o asustados.
Patricia despega de nuevo.