VALÈNCIA. "Cuidado con las expectativas", canta Leiva en Breaking Bad. Eso es, precisamente, lo que le sucedió al Valencia CF (VCF) el miércoles en Copa, cuando lo que debía ser una noche excitante, a la postre fue una decepción.
Surfeando arriba de una ola de dinámica positiva, buenas sensaciones y una racha de cuatro victorias seguidas el equipo, antes de jugar, se veía en la playa de los cuartos de final de la competición, esperando otro sorteo favorable en el que repetir el factor cancha para contar con el aliento, impagable, de Mestalla y sus más de 40.000 gargantas hambrientas de noche épicas.
El relato de sus hazañas ante dos equipos vestidos de amarillo reconfortó a los jugadores hasta el punto de hacerlos sentirse favoritos. Primer error. Recibieron dos golpes en el mentón nada más comenzar el combate, subieron de pulsaciones cuando necesitaban pausa y se amodorraron cuando tenían que acelerar, dejando a un lado todo lo que les había conducido hasta allí.
En alguna ocasión he comentado esta temporada que el equipo tiene el comportamiento de un filial. Puede ser temible o tierno como un cervatillo. Los niños del jardín de infancia que amamanta Baraja en Paterna ya han dado sobradas muestras de su calidad y han dejado claro que son aptos para la alta competición. Pero igual que pueden exhibirse ante el Atlético de Madrid, Villarreal o el Cádiz, tienen el riesgo de resbalar ante el Celta porque en su, lógico, proceso de aprendizaje necesitan partidos para ganar en cuajo.
Ocurrió en el penalti -que yo sigo sin ver- que dio paso al segundo y también en el tercer gol del Celta. Diego López fue al suelo, inconsciente, dentro del área, y Yarek estuvo tan blando como el niño al que el matón de turno le roba el bocadillo en el patio del colegio. Y le sucedió a Javi Guerra, precipitado y errático en el pase, o a Fran Pérez, más apresurado de lo que es normal en él.
Todos son buenos jugadores y todavía serán mejores. Diego López parecía el Piojo López ante el Cádiz, Yarek será un central extraordinario, Fran Pérez tiene cosas de su padre y muestra otras en las que es superior. Y luego está Guerra, un centrocampista de corte elegante por el que vale la pena pagar una entrada.
Pero ante el Celta se equivocaron. No supieron digerir los dos goles -tampoco su favoritismo-, les faltó temple y se precipitaron jugando a trompicones y alocados en la primera parte, para acabar chocando en la segunda contra la empalizada de Benítez. ¿Por qué? Porque siguen madurando. Acaban de cambiar los dientes de leche. No están hechos. Y, dentro de ese proceso, es normal que cometan errores. ¡Pero si fallan hasta los más expertos!
Que me detenga a hablar de ellos no quiere decir que les dé coartada porque los considere culpables de la eliminación y me olvidé de que en el segundo acto, por ejemplo, los más curtidos no supieron agujerear el dique de contención de Benítez. Al contrario, los defiendo. Porque su pecado es de juventud y es comprensible. Hay que absolverlos.
El verdadero pecado, el original, es del club y de la cuadrilla de tramposos de la ATE que siguen alargando la agonía del nuevo estadio para que el dueño se lucre. Los mismos que se jactan del rendimiento de los niños cuando, y lo dijo Benítez en la previa, el VCF ha hecho de la necesidad una virtud porque se ha encontrado -de rebote, añado yo- una hornada de jugadores excelente. Valdrán 150 millones de euros, vaticinó Rafa. Y no le falta razón. El tiempo y tortazos como el del miércoles los harán mejores. Seguid así, chicos.