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opinión pd / OPINIÓN

Pesadilla antes de Navidad

26/11/2021 - 

VALÈNCIA. A veces sueño con que estoy atrapado en un grupo de WhatsApp. Es uno de esos grupos en el que me incluyeron hace tiempo, para organizar una cena, un viaje o una quedada de amigos, y se quedó anclado en mi teléfono móvil para siempre. Ese grupo de WhatsApp, al principio, me hacía gracia, le veía utilidad porque servía para mantener unidos a los colegas y, en consecuencia, yo participaba de forma activa y entusiasta, proponiendo actividades y respondiendo a los comentarios de los demás con el mayor ingenio posible. Cada vez que escuchaba el inconfundible sonido de que había entrado un nuevo mensaje de WhatsApp, miraba el teléfono con avidez, porque me atraía esa cháchara improvisada y virtual que surgía en cualquier momento del día y que, en cierta manera, me reconfortaba y hacía que los días fueran más divertidos.

Con el paso de los meses, ese grupo de WhatsApp que me parecía tan gracioso y dinámico empieza a cargarme porque, sin que nos demos cuenta, se ha llenado de gente con la que no tengo demasiada relación, a la que he visto apenas media docena de veces en mi vida o que sencillamente me cae mal. Como una fórmula de progresión geométrica, uno incluye a un amigo suyo en el grupo porque piensa que se llevará bien con el resto y el nuevo miembro, a su vez, hace los mismo con dos o tres amigos, y estos con cuatro o cinco cada uno. Y, al final, en lugar de diez personas, el grupo de amigos creado para organizar una cena, un viaje o una quedada tiene 30 o 40 componentes, de los que eres amigo, apenas, de media docena. El grupo de WhatsApp se llama igual pero ya no es el mismo.

Ahora, los contenidos diarios ya no son comentarios cómplices de los colegas de toda la vida o bromas que solo entendemos los pioneros de aquella aventura virtual en forma de aplicación telefónica, sino que son memes sobre temas que me importan un bledo, fotos de gente a la que no conozco aparentando una vida mucho más feliz que la que tienen a diario, chistes sobre una actualidad que no es la mía y vídeos virales de gente tropezando o enseñando la polla. El grupo de WhatsApp ya es más parecido a una red social para colgar idioteces de postureo y hacer chascarrillos que un instrumento de comunicación entre gente que se conoce y se aprecia.

He dejado de participar en el grupo porque la mayoría de los comentarios los hace gente que no sé quién es ni muchas veces de qué habla. Aunque lo he silenciado, me irrita ver que, por ejemplo, hay 50 mensajes en las últimas dos horas, en las que se reproduce una conversación de besugos sobre un tema que solo parece interesar a cuatro de los 30 o 40 que allí estamos y que está salpicada de GIFs, emoticonos y vídeos tontos. Pero no abandono el grupo. Cuando, en una conversación privada, quedo con mis amigos para crear un nuevo grupo, con el espíritu primigenio del que ahora se ha degradado tanto, e ir dejando aquel, me despierto del sueño.

A veces, ese sueño se convierte en una pesadilla porque soy consciente de que ese grupo de WhatsApp es el Valencia CF, aunque en ningún sitio figure su nombre ni su escudo. Formo parte de ese grupo, puesto que hace muchos años mi padre me añadió y, durante décadas, me ha dado momentos de diversión, situaciones en las que me he sentido muy cercano a quienes formaban parte del grupo y entretenimiento incluso en los momentos difíciles de la vida. Pero, sin que nos demos cuenta, se han apropiado de él unos tipos desagradables, indeseables, imbéciles, gente que se ríe de nosotros cuando gastamos bromas o hacemos un amago de meternos con ellos. Seguimos dentro porque es nuestro, pero nos humillan constantemente.

Sueño, dentro de la pesadilla, que me salgo del grupo, que nos salimos todos, que se quedan solo los indeseables, los imbéciles. Sueño que fundamos otro grupo, con la misma ilusión que el anterior, que poco a poco va superando en popularidad y seguimiento al viejo, al de toda la vida, hasta forzar su desaparición, hasta que los indeseables, los imbéciles, se quedan sin su juguete y parece que se van a marchar para siempre.

Pero, antes de que se marchen, me despierto del sueño.

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