VALÈNCIA. Niños de un colegio de 'pijos' jugando en el descampado de un suburbio, en un campo de tierra con cuatro piedras en lugar de porterías, delante de una hinchada equipada con armas blancas. Funcionarios de ayuntamiento oliendo a pescado en la lonja después de madrugar para faenar en un pesquero. Abogados de un bufete del centro de la ciudad, con sus trajes a medida de sastre caro, llenos de polvo de antracita en una mina de carbón. Dependientas del Zara en un mercadillo...
Si Baraja y su muchachada no quieren perder la categoría, no les queda más remedio que mudar su piel, deshacerse de sus lujos y vestirse con los harapos de cualquier equipo que pelea por salvar la categoría y, de paso, por mantener su sustento de profesional de élite. En el barrizal del descenso, el jugador del Valencia está incómodo porque piensa que ese no es su sitio, obviando que su incompetencia es, precisamente, la que lo ha sumergido en las alcantarillas del campeonato junto a la calamitosa planificación deportiva de Meriton Holdings LTD.
El orgullo que supone jugar en el Valencia pesa hoy en ese lodazal como la armadura de un caballero medieval que combate en el fango, braceando como un poseso, mientras va hundiendo sus rodillas milímetro a milímetro. O los jugadores dejan atrás inmediatamente las ínfulas de jugador de élite, que no sirven de nada en el fútbol callejero del descenso, o perderán la categoría. Esto no es una ensoñación, tampoco una simulación. Es la lucha extrema del descenso. Y para salir de ese matadero, la plantilla tiene que mentalizarse primero de que ya es carne de ese desolladero y combatir luego como un equipo chico. Si batalla como un grupo de pijos atemorizados en un descampado suburbial, será cadáver en primera.
Convendría que los jugadores vieran vídeos del Real Zaragoza o del Málaga CF, imágenes de su caída libre por los 'despeñaperros' del fútbol. O lo que le sucedió al Deportivo, sí el Superdépor, en A Corunya. Perder la categoría es un drama. Ni siquiera el fondo de compensación al descenso te garantiza un ascenso inmediato. Y en un club al uso, con una administración decente, sería una posibilidad, pero aquí, con la ponzoñosa regencia de Meriton, es una utopía.