VALÈNCIA. El miércoles por la mañana me levanto algo aturdido. Anoche me acosté con el griterío del Roig Arena resonando todavía en mi cabeza tras la victoria ante el Real Madrid. Pero ando confuso. Los Javis se han separado. ¿Debemos dejar de creer en el amor? Mi madre, que fue una de las primeras abogadas matrimonialistas de este país, siempre repetía que las parejas sufren grietas cada cierto tiempo y que muchas se rompen a los 14 años. Trece llevaban los Javis. Luego descubro que se están investigando cacerías humanas en tiempo de la guerra de los Balcanes. La máxima degradación de nuestra especie. ¿Cómo podemos ser tan miserables? Pero las noticias también me arrancan una sonrisa al saber que Leo Messi se acercó una noche hasta el Camp Nou, llamó a la puerta y le dejaron entrar. ¿No es esto maravilloso? ¿Quién puede reprocharle nada al empleado que, como es lógico, abrió las puertas del estadio al mejor futbolista que ha tenido el Barcelona?
Estoy tan ensimismado en mis pensamientos que decido que esta mañana no voy a trabajar. Ventajas de un ‘freelance’. Cojo un libro y me voy a la terraza de Los Picos Café a tomarme un sándwich mixto y un té negro. Leo ‘El jacarandá’, de Gaël Faya, que te devuelve a las miserias de los hombres, el genocidio de Ruanda, pero también a su bondad. Allí coincido con el tipo que nunca cena en casa. Va elegante, con una americana de tweed, porque dice que luego se va a comer a Can Roca. Se le ve feliz, normal.
Noto que el tipo y sus amigos hablan entre susurros y entiendo que es porque estoy yo al lado. Así que pago y me voy a leer al Parc Central. Está bonito y casi nunca está demasiado concurrido. Busco un banco que me inspire y me siento a leer. Estoy en paz pese a que una taladradora de un edificio próximo se zampa el gorjeo de los pájaros y turba la tranquilidad de los privilegiados que estamos allí haciendo el vago un miércoles por la mañana.
Antes de sentarme me cruzo a una mujer de más de 60 años correr con la determinación de una maratoniana, y, poco después, a un hombre de unos 80 caminar pesarosamente, pero sin pausa, ayudándose de unos bastones de trekking. Una pareja ha desplegado un pareo sobre la hierba y charla animadamente. Se les ve felices. Me gusta el parque porque me resulta cotidiano y próximo con sus olivos y alguna higuera aislada, el paisaje de mis veranos Hay pequeñas florecillas y palmeras por donde mires. ¿Por qué hay tantas palmeras en esta ciudad?
Un joven musculoso se ha quitado la camiseta y las zapatillas y se está sentado en un banco junto a un perro igual de imponente. Me genera rechazo la gente obsesionada con exhibir su cuerpo pero luego compruebo que no suelta la correa del perro, pese a no haber nadie alrededor, y que el animal, perfectamente educado, responde al instante a sus órdenes cuando el amo le manda callar al iniciar unos ladridos hacia otro perro.
Es interesante la vida. Miro hacia los otros bancos y todo el mundo está encorvado mientras miran sus teléfonos. Pienso que esto es lo que definirá este siglo, la sumisión de la raza humana ante las pantallas. Sonrío al ver a un joven hacer crucigramas. Pienso en el niño que camina con torpeza por el terreno irregular del parque y pienso si dentro de unos años será preso del móvil o amigo del papel. El chiquillo se ha puesto unas graciosas gafas de sol amarillas. Su madre y él hablan en inglés. Recuerdo cuando era extraño escuchar a la gente hablar en otro idioma en València. Ahora es algo cotidiano.
Me relaja mucho estar así. Este oficio, el periodismo, juega contigo y te lleva caprichosamente a los extremos: una entrevista a las ocho y media de la mañana, mientras la ciudad se pone en marcha, y una crónica que acaba después de la hora de cenar. Al día siguiente te levantas y abordas otro cometido cuando aún no has terminado de digerir el último. Me acuerdo del partido de anoche. Pienso en Nate Reuvers, imponente ante el más imponente de los pivots europeos, Edi Tavares. Pienso en lo demoledor y a la vez delicado que es el juego de Omari Moore, uno de los tipos con más clase que he visto pasar por València. Y pienso mucho en Pedro Martínez, un entrenador brillante con el que me gustaría sentarme un día para charlar con calma de baloncesto y de la vida. El Valencia Basket ha vuelto a florecer con él.