VALÈNCIA. El martes vi el desenlace de una eliminatoria de Champions apoteósica. Un Barcelona rebosante de talento y carácter, liderado por dos jugadores excepcionales, realmente especiales, como son Pedri y Lamine Yamal, cayó en San Siro, ante el Inter, con la cabeza muy alta. Un rendimiento irreprochable después de dos encuentros memorables.
Al día siguiente me salieron varios titulares en los que, supuestamente, Hansi Flick, el entrenador del Barça, criticaba al árbitro. Es curioso porque luego leías la noticia y el técnico alemán, en realidad, apenas lo ponía como excusa. Su queja fue más bien escueta: “No quiero hablar demasiado del árbitro, pero cada decisión que estaba 50-50, la tiraba para ellos”.
Me da la sensación de que Flick es de lo más sensato que habita por los banquillos del fútbol español, donde sí hemos escuchado auténticas barrabasadas sobre los árbitros. Yo, después de muchos años escribiendo sobre deportes muy dispares, he llegado a la conclusión de que no hay excusa más mediocre que señalar al árbitro después de una derrota. Y esa es otra virtud de un entrenador que está al borde de la canonización en València: Carlos Corberán. El preparador de Cheste casi nunca culpa a los árbitros.
Mi postura ante los compañeros de gatillo fácil contra los árbitros siempre es la misma. ¿Por qué se ha naturalizado cargar duramente contra un árbitro por un fallo o varios fallos y, en cambio, jamás se cargan las tintas contra un jugador que ha cometido, como mínimo, el mismo número de errores que el colegiado?
Hago una pregunta más concreta aún para terminar con este asunto. ¿Por qué hay gente en el Barcelona que critica al polaco Szymon Marciniak y, en cambio, no dice ni media palabra sobre los goles a puerta vacía que perdonó Eric García, el fallo decisivo de Ronald Araújo o el de Dani Olmo? ¿Por qué es normal ensañarse con el árbitro y ser tan benigno con los futbolistas? O todos o ninguno.
Lo de salir después de los partidos a excusarse en el árbitro me parece de mediocres. Por eso, quizá, el domingo me deleité viendo la forma de caer del Perfumerías Avenida en la Fonteta. El equipo salmantino es uno de los más importantes de la historia del baloncesto español. Tan importante que llevaba 18 años sin fallar a una final de la Liga Femenina. Hasta que llegó a 2025 y, después de una temporada regular con altibajos, se cruzó con el Valencia Basket en semifinales y acabó cediendo en los últimos minutos del segundo partido.
Después de 75 minutos maravillosamente reñidos, con apenas unos segundos en juego tras una eliminatoria que ha sido un canto al baloncesto, el equipo de la valenciana Anna Montañana entendió que la semifinal se les había escapado. En ese momento dejé de mirar a la cancha y me fijé en una de las grandes promesas de nuestro baloncesto: Iyana Martín, una base asturiana de solo 19 años que está deslumbrando por talento, personalidad y madurez en la cancha.
Montañana, que le ha cedido el volante de su equipo durante toda la temporada, la sentó al final del todo y entonces, después de ese triple de Alina Iagupova que fue como un puñal entre las costillas del Perfumerías Avenida, Iyana no pudo contenerse y rompió a llorar de impotencia. El dolor de las ganadoras.
El Valencia Basket y el Perfumerías Avenida son los dos grandes rivales de esta década. Sus duelos se han convertido en un clásico. Y muchas veces, cuando hay una rivalidad tan marcada, irrumpe la tensión. Pero me llamó poderosamente la atención que en ese momento de tanto escozor, surgió la grandeza de una plantilla sensacional. El Perfumerías Avenida cayó con honor. Su elegancia en la derrota me dejó embobado.
Iyana se levantó, saludó a las rivales y luego se tiró junto a una valla de publicidad para llorar desconsoladamente. Silvia Dominguez, una institución del baloncesto a sus 38 años, se sentó en el parqué con la mirada perdida. Y me quedé hipnotizado ante Laura Gil, una guerrera como hay pocas, que se quedó de pie, al borde de las lágrimas, exhausta por el esfuerzo, con un rostro que era la viva imagen de la tristeza, que se enfocó en quitarse los esparadrapos de la mano.
Iyana acabó levantándose y tirándose en los largos brazos de su amiga del alma Awa Fam, la alicantina del Valencia que este año ha jugado cedida en el Lointek Gernika y que estaba en la tribuna viendo a su equipo y a su ‘bestie’ Iyana Martín. Silvia Domínguez salió de la cancha con el público coreando su nombre en señal de respeto. Y, cuando ya no quedaba nadie más, Laura Gil, una pívot que salió de Valencia en 2022 muy decepcionada, que se sintió maltratada por los gestores del club, fue recogiendo del banquillo de su equipo todas las botellas, una por una, y las fue dejando en el contenedor que tenían al lado. Un viaje, dos y hasta tres para dejar limpio el banquillo del Perfumerías Avenida en la Fonteta. Ahí, viendo ese gesto de elegancia y deportividad, entendí que hay dos formas de caer en la derrota, y que yo, un viejo romántico, prefería caer como lo hizo el Perfumerías Avenida.