VALENCIA. Mestalla creyó hasta el final y Negredo empujó casi por inercia a la red un gol que le daba al Valencia CF casi la salvación y que reventó el estadio por la tranquilidad que le regalaba para el resto de semanas que restan de Liga después de unas últimas de mucho sufrimiento. El dos a uno con el que el equipo valencianista derrotó al Sevilla FC supuso una explosión de alegría para el valencianismo por el vergonzante objetivo de la permanencia.
Los futbolistas se contagiaron del ambiente que se había creado por el entorno y principalmente por la afición para el partido ante el Sevilla y por fin jugaron al fútbol. Jugaron el mejor partido de la temporada, principalmente en la primera parte, y fueron muy superiores a un equipo totalmente desarbolado por los blanquinegros.
Ayestarán planteó el partido en la línea continuista de la temporada y jugó con un once que hubiera puesto cualquiera de los predecesores en el cargo y tuvo la suerte de que en el calentamiento Piatti sufrió molestias y en su lugar tuvo que jugar Santi Mina. El gallego es otro totalmente diferente al que comenzó la temporada. Además de la entrega que siempre ha tenido, empieza a ser desequilibrante y a rondar el gol con facilidad. Ha crecido mucho en los últimos meses.
El gallego y Rodrigo Moreno fueron los mejores jugadores del equipo en el primer acto. Fueron eléctricos y le dieron muchas alternativas por bandas a sus compañeros. Parejo encontró su mejor versión en años y tras perdonar un mano a mano con Rico se desquitó con un golazo de falta que abrió el marcador.
Fuego y André funcionaron en la medular junto a Parejo. La defensa estuvo muy seria y solo concedió un par de opciones en el segundo tiempo un equipo con muy buenas individualidades. Mustafi y Abdennour rindieron a un nivel óptimo después de semanas fallando. Quizá el más apagado fue Alcácer que anda reñido con el fútbol y al que no le entra nada. Quiza el ver tanta competencia por la Eurocopa le está pesando en exceso.
Al descanso los valencianiastas merecieron irse con varios goles de ventaja. De hecho, la última jugada fue una triple oportunidad. Mina fintó en el área y su disparo se estampó en el palo, el rechazo lo recogió Rodrigo que le regaló a Parejo una gran pelota que Rico evitó que fuera el segundo y el balón le cayó a la derecha a Siqueira que la sacó por encima de la portería. Vicandi pitó el final del primer acto y Mestalla se rompió las manos a aplaudir a los suyos. Les aplaudió por correr, por jugar al fútbol, por querer, por haber hecho un gol más que el rival. Mestalla aplaudió porque por fin tuvo un equipo de fútbol que le representaba en el césped.
La segunda parte fue diferente. Emery, que sigue sin saber agradecer los cuatro años que estuvo en Valencia, movió el banquillo y puso en liza a sus mejores piezas. Vitolo, Konoplyanka y sobre todo Gameiro le dieron otra velocidad a los rojiblancos. El equipo de casa se echó atrás porque las fuerzas empezaron a fallar y Ayestarán que tuvo mucho mérito en que el equipo cambiara mentalmente se equivocó, y mucho, en sus decisiones.
Cambió al mejor jugador para jugar a la contra y que estaba jugando uno de sus mejores partidos en Mestalla y colocó en las bandas a Parejo y a André Gomes. Ahí perdió la pelota y el control. El equipo ya no volvió a mandar y se fue echando cada vez más cerca de Alves. Pese a que los sevillistas no crearon mucho peligro, Coke perdonó el empate y Gameiro no lo hizo tras un buen pase de Kroh
n-Delhi. Los andaluces no habían hecho casi nada pero a falta de tres minutos empataban el partido. Fue un jarro de agua fría para todo el estadio y para el equipo. Pero un balón largo provocó un córner y de ese córner vino la falta que aceleró los corazones valencianistas. Parejo la levantó, hubo un tumulto en el área, André la tocó sin querer con la mano y Negredo la empujó a la red para el delirio del personal. El estadio reventó. Se fueron al aire los millones de miedos que existían en el ambiente con el descenso. Se gritó de rabia por una victoria necesaria y esperada. Sin embargo, solo fueron tres puntos para sumar 37. Una cifra penosa para un equipo que podía mucho más y para una afición que lo merecía. Negredo enterró los fantamas y regaló una sonrisa que le durará al valencianista bien poco porque pronto empezará a ver lo complicado que es todo lo que le viene.