VALÈNCIA. Siempre me gustaron los bares. Y me encanta el atletismo. Por eso alimenté mi imaginación durante años con el Eliot Lounge, el bar cercano a la meta del Maratón de Boston al que acudían los corredores a celebrar su gesta después de la carrera. Allí servía pintas y cócteles Tommy Leonard, que también creó en su día una de las carreras más importantes de la costa este. Nunca estuve en Boston, pero leí todo lo que encontré sobre el Eliot Lounge, un lugar donde siempre supe que podría haber sido muy feliz.
Por contra, no conocía el Coogan’s hasta que, hace unos días, alguien vinculado al atletismo contó en X que acababa de fallecer por un cáncer Peter Walsh, el alma de este pub irlandés al que consideraban, eso estaba descubriendo, el mejor bar de atletismo del mundo. La noticia se quedó rebotando varios días en mi cabeza. Hasta que ya no pude más y me metí a averiguar qué demonios era el Coogan’s. Ahí averigüé que abrió en 1985 en Washington Heights, una barriada marcada por la droga y la delincuencia en el Upper Manhattan, en Nueva York. El pub irlandés estuvo operativo durante 35 años. Su último servicio se produjo la noche del 16 de marzo de 2020, el día que el gobierno obligó a cerrar los bares por el coronavirus. No volvió a abrir.
Dos años antes ya estuvo a punto de bajar definitivamente la persiana cuando el propietario del local quiso subirle el alquiler a 40.000 dólares mensuales. Luego rectificó pero su sentencia llegó en 2020 cuando obligaron a los dueños a seguir pagando como si el bar estuviera abierto y lleno de clientes a diario. Allí, en la 169 con Broadway, la gente iba a comer algo y a beber cerveza. La carta de postres tenía unos nombres que resultarían extraños para muchos pero muy familiares para los aficionados al atletismo.
Uno que siempre perduró fue el Alan Webb. Webb es un atleta estadounidense que visitó el bar por primera vez después de convertirse en el primer atleta de secundaria en correr la milla en menos de cuatro minutos. Esa noche cenó en el Coogan’s y, para celebrar su proeza, se pidió un helado al que Walsh, inmediatamente, bautizó como el Alan Webb.
El pub, regentado por Walsh, Dave Hunt y Tess McDade, estaba muy cerca de The Armory, la pista cubierta más renombrada de la costa este. Es la pista donde se celebran cada año los famosos Millrose Games. La prueba que disputaban los atletas antes de irse de celebración al Coogan’s. Allí, Walsh, emocionado al encontrarse con destacados corredores olímpicos, no podía contenerse y les invitaba a una pinta de cerveza tras otra. Al final de la noche, beodos y felices, los atletas cantaban en el karaoke. La sesión solía comenzar con el propio Walsh cogiendo el micrófono para entonar el ‘Lean on me’, el clásico de Bill Withers.
Una noche, Walsh intentaba invitar a una pinta a Bernard Lagat, pero el campeón mundial de 1.500 y 5.000 en Osaka 2007 le dijo que no acostumbraba a beber. Walsh se quedó pensativo y contraatacó, diciéndole que tenía una botella de un vino extraordinario. Después de apurar su última copa, Lagat pidió el micrófono y se atrevió con el ‘Man in the mirror’ de Michael Jackson.
Años después de la gesta de Webb, otro jovencito, Drew Hunter, le arrebató el récord. Por la noche, el rey destronado llamó al Coogan’s para felicitar al nuevo rey de la milla. El joven Hunter, además, tuvo la oportunidad de conocer allí, en el pub de Washington Heights, a históricos del atletismo como Marcus O'Sullivan, Matthew Centrowitz o Nick Willis. Porque los clientes podían encontrarse allí dentro desde O’Brien a Pierre Ambroise-Bosse.
Pero no solo frecuentaban el Coogan’s los amantes del atletismo. Por allí pasaba gente de toda ralea. Desde políticos a los trabajadores del hospital presbiteriano, muy cerca del pub, que cobraban los jueves y esa noche iban a celebrarlo al pub irlandés con una hamburguesa o un plato de ‘fish and chips’. A ellos les daba igual el cartel que había en la fachada, donde todo estaba en verde irlandés, con un anuncio rotundo: ‘Americas #1 Runners Restaurant’. Poco le importaba aquello también a Lin-Manuel Miranda, el creador de los musicales ‘Hamilton’ e ‘In the Heights’, que celebraba allí sus cumpleaños cuando era un niño y que siguió llevando allí todos sus festejos cuando ya era un adulto. Todos los clientes se sentían allí acogidos. Y si los dueños veían a alguien solo y triste, cogían una silla y se sentaban a su lado para dedicarles un rato de conversación.
Las paredes eran puro atletismo: fotografías de Carl Lewis o Michael Johnson, y camisetas de Bernard Lagat, Leo Manzano o Jenny Simpson. Y en una sala contigua, colgaban de las paredes las portadas de ‘Sports Illustrated’ dedicadas a un atleta. Las noches más animadas eran las que llegaban después de los Millrose Games o la Milla de la Quina Avenida. Ese día podía verse la repetición de la carrera y la gente debatía animada sobre atletismo y, especialmente, sobre aquel atleta que luchó por el premio de mil dólares para el primero que pasa, en una suerte de meta volante, por el ecuador de la milla y que generalmente acaba agonizando en los últimos metros. El campeón, en ocasiones, era empujado a dar un discurso. Y, mientras, los clientes pedían el Alan Webb o el Eamonn Coghlan. Cuando Matt Centrowitz ganó por primera vez, en 2012, la Milla Wanamaker, se fue después al pub y su trofeo acabó convertido en una jarra de cerveza. Así eran las noches locas del Coogan’s. Los aficionados sabían que allí podían encontrarse con grandes atletas. Y los atletas sabían que allí podían sentirse como personajes importantes. Allí casi todo el mundo sabía quiénes eran y en cuánto habían corrido.
Walsh y sus dos socios eran felices en su negocio, marcado por la multiculturalidad tanto entre los parroquianos como entre los trabajadores, muchos de ellos del barrio. Era un local con mucha personalidad, que mimaba a su público y que tuvo un cierre muy lamentado. El final mereció unas líneas en ‘Runner’s World’, en ‘Let’s Run’ y hasta en el mismísimo ‘New York Times’. Otro espacio donde hubiera sido feliz.