VALÈNCIA. ¿Qué pasa por la cabeza Javi Calleja cuando gira la cabeza hacia el banquillo? Es una de las preguntas que se hace el levantinismo, sobre todo cuando se cerciora de que, de los últimos seis partidos del Levante, solo en uno gastó las cinco sustituciones en tres ventanas de las que dispone -fue en Santander-. El período de tiempo coincide con el aluvión de lesiones con las que convive el vestuario: el adiós de Pablo Martínez y la intención, por imperiosa necesidad, de cuidar los esfuerzos de Campaña, han cogido sobremanera las pinzas del centro del campo granota; en defensa la caída de piezas ha sido como un 'efecto mariposa'. Una detrás de otra hasta el punto de que, para el encuentro en Ipurúa, Calleja solo podrá contar con cuatro de los ocho jugadores de la línea trasera, la mitad está fuera de combate pese a que Mustafi empieza a ver una luz.
Un momento del encuentro del pasado viernes ante el Zaragoza fue ilustrativo de lo que le ocurre hoy al Levante: con 1-1 y el equipo volcado en busca de la victoria, Calleja decidió no tocar sus diez futbolistas sobre el tapete. La expulsión de Saracchi había apagado la bombilla y solo quedaba encomendarse a un planteamiento de juego directo con bloque muy bajo: nueve tipos hundidos en campo propio tratando de contener a un rival de repente despierto y Bouldini, a muchos metros. Con esas, el elenco de Orriols incluso tuvo oportunidad de voltear la situación, pero, ya con más corazón que cabeza, Calleja ni siquiera mandó a calentar a ninguno de los cuatro de campo que le quedaban en el banco: Musonda, Wesley, Benítez y Édgar.