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Un puñado de desgraciados

ALICANTE. Hace ya unos cuantos años, cuando todavía podía decir que era joven, los ultras campaban a sus anchas por los campos de fútbol de España. Incluso por alguna cancha de baloncesto. Pasaba en España, pero también en Inglaterra, Italia o Argentina, por poner ejemplos famosos. De hecho en Italia y Argentina siguen siendo los "reyes" en algunos campos. Tenían, o lo parecía, cierto poder. Hasta recuerdo algunas peleas de los aficionados del Hércules con aficiones vecinas. El pasado, cuando estábamos en plena Edad Media en este aspecto.

De eso ya hace años, y los ultras han quedado muy reducidos y apartados, para bien del fútbol, por los propios clubes. Algunos escondían otros negocios oscuros en los grupos ultras. Otros eran unos garrulos salidos de la Edad Media con un coeficiente intelectual escaso. Los segundos solían alimentar los intereses de los primeros. Pero como digo, en general forman parte del pasado.

Forman parte del pasado porque el mundo hoy, en ese aspecto, es mucho más civilizado en nuestro país. Un ultra no deja de ser una vergüenza de "persona" que no representa a nada ni nadie: ni a un equipo, ni una ideología. Que alguien se denomine ultra le descalifica como ser humano, aunque él o ella no se den cuenta. Son residuos de otro tiempo.

Por eso, cuando dos grupos de ultras, o lo que sean, se enzarzan en una pelea multitudinaria, lo único que generan es vergüenza ajena. Y si se confirma que era algo premeditado ni os cuento. Llamarlos cafres se queda corto. Uno podría pensar, en un arrebato, que si se matan entre ellos (y si no interviene la policía puede pasar) solo es un paso evolutivo del ser humano. El mundo sin ellos será mejor. Pero entonces estaría a la altura de los trogloditas que pelean porque sí.

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