Cuando era pequeño y fantaseaba con ser futbolista, al imaginar que marcaba un gol, evitaba celebrarlo. Y pedía perdón a la afición del equipo al que había castigado. Como aficionado de grada desde prácticamente el inicio de mi vida, hasta que pasé a las cabinas de prensa, conocía ese sentimiento doloroso de ver a tu equipo encajar un tanto. Mayor todavía si suponía una derrota. Llegas al estadio con ganas de una victoria y regresas a casa triste por perder. Y cuando empatas, no te vas con satisfacción plena, por mucho que tu equipo haya hecho un gran partido.
Buena parte de los más de 10.000 aficionados del Elche que acudieron el sábado al Martínez Valero (nunca me gusta generalizar) volvieron a sus hogares embajonados. El cuadro de Pacheta tenía ante el Real Zaragoza una gran oportunidad para aumentar los sueños de ascenso, pero cayó. Otra decepción en su estadio, donde sólo ha ganado cuatro encuentros esta temporada. Cuatro de quince jugados esta temporada, contando la Copa. Escasa felicidad como local de los seguidores franjiverdes.