Y de repente un director general y un entrenador caminan juntos deleitándose en público por haber obtenido lo que andaban buscando, por haber podido imponer su criterio...
VALENCIA. Comienzo con una de impacto retrospectivo. No hace ni un año el director deportivo -y algo más- del Valencia era Suso García Pitarch. Suso defendía entonces la capacidad de maleabilidad de un alto cargo bajo el mandato de Lim porque no había más remedio (el día que compre el Vallbonense “el director deportivo decidirá sobre lo deportivo”, decía, justificándose). Suso no podía ir a esquiar porque tenía que comerse un montón de marrones. Suso proclamó su “no voy a irme y bajarme del barco" y semana y media después se fue y se bajó del barco. "Yo no puedo seguir defendiendo aquello en lo que no creo", aclaró tras ser un artista en la defensa de aquello en lo que le daba igual no creer.
Hace menos de un año había una aceptación generalizada en el club y en su órbita de que el modelo de propiedad basado en la intromisión y en la escasa autonomía del aparato deportivo era inevitable, “es lo que hay”, porque para algo ha comprado el club. Argumentos peregrinos para justificar cabotà y resignación.
Y de repente un director general y un entrenador caminan juntos deleitándose en público por haber obtenido lo que andaban buscando, por haber podido imponer su criterio.
¿Qué es lo que ha pasado?, ¿Lim se ha olvidado de emitir SMS hacia la madrugada valenciana?, ¿Lim ha perdido la afición por cerrar unilateralmente operaciones sobre la cubierta del yate?
Diría que se han unido, en oportuno encuentro espaciotemporal, dos realidades distintas. Por una parte los que llevan los comandos deportivos del Valencia, Alemany y Marcelino, no cumplen con el perfil de mamporrero del amo. Mantienen cierta equidistancia, no confunden la lealtad con la sumisión más subterránea. Por otra parte quienes han gobernado a golpe de ocurrencia en una mezcla de amateurismo y desdén, cruzaron las líneas rojas de su propia sostenibilidad, necesitando asideros profesionales para no colapsar. Reconocer por fin la muy obvia ecuación de que si al Valencia le iba bien a la propiedad le iría bien.
Alemany y Marcelino rápidamente han amasado consenso y respeto y por ende han cambiado el eje de opinión: mayoritariamente ya no se discute la propiedad de Lim, lo que se debate ahora es que Lim siga dejándoles hacer y no se entrometa demasiado. Un viraje hábil.
Alemany y Marcelino ganan metros de autonomía porque la exigen en sus acciones diarias. Sus puestos, a diferencia de algunos predecesores, no son regalos incomprensibles que deben sostenerse a cualquier precio. Escuchar a Marcelino lisonjear en público a Alemany no es gratuito: transmite con ímpetu el deseo de que sea el director general quien imponga su criterio, lejos de frivolidades y faroleros.
¡Ni que esto fuera la Vallbonense!