VALÈNCIA. Si el Valencia fuera un club con paredes, sus muros hace tiempo que se flexibilizaron para adaptarse a distintos marcos legales. Si se impidió la práctica del TPO por la que 'terceros' se quedaban la propiedad de jugadores para poder especular sobre el valor futuro de sus transferencias, más tarde muchas instituciones -como el Valencia- tuvieron que encajar sus condiciones a un nuevo estatus: el uso mismo del tráfico entre clubes para generar valores añadidos.
Esa travesía adaptativa, en los márgenes de la ley y con la participación de multitud de pantallas interpuestas, ha recibido un consentimiento manifiesto de quien supuestamente debía regular su abuso. Mientras el tiempo pasa entre pequeñas diatribas -futbolistas anónimos por los que Corona suspira-, detrás del escenario se ha dado uno de esos golpes maestros que definirán el comportamiento de la industria del fútbol los próximos años.
La UEFA, subvirtiendo su propio artículo 5 por el que excluye de sus competiciones interclubes a enseñas bajo una misma propiedad, ha dado el visto bueno a que Milan, Aston Villa y Brighton jueguen en Europa a pesar de la evidencia manifiesta de que el Milan pertenece a RedBird Capital, como el Toulouse; el Aston Villa pertenece a Nassef Sawiris y Wes Edens, como el Vitória; y el Brighton pertenece a Tony Bloom, como el Royal Union Saint-Gilloise.
Básicamente la UEFA asume sus limitaciones, se da por enterada de que una constelación de conexiones entre empresas del fútbol ha tejido una red que supera sus límites. Desde el Brighton, en la fase de alegaciones, argumentaron que "el señor Bloom es un inversor pasivo y de ninguna manera está involucrado en las operaciones del club", por tanto "Union Saint-Gilloise y Brighton no disfrutan de ninguna 'relación especial". Qué va, solo de una: responden a los intereses de una misma propiedad.
No habrá que ser muy perspicaces para imaginar las consecuencias. Se está transigiendo con el franquiciado de los clubes. Viejos tiempos cuando se discutía si Red Bull Salzburgo y Leipzig podían bailar pegados. Se abren las puertas, sin necesidad de estructuras enrevesadas, para que los fondos más voraces -de Qatar a California- coleccionen escudos, definan oficialmente una jerarquía entre sus clubes y operativamente los conecten.
Como si cada Logan Roy quisiera tener en su holding una división con clubes de fútbol. Lo veníamos diciendo: este funcionamiento policéntrico se ha convertido en el modelo habitual de la mayoría de inversores de nuevo cuño. Un comportamiento 'picaflor' al alza que se fundamenta amasando liderazgos en varios clubes para generar órbitas a través de ellos. El resultado inmediato es la neutralización del emplazamiento. Saber dónde está ubicado el equipo resulta tangencial frente al provecho de las conexiones entre los clubes. La interacción resulta más suculenta que el espacio físico. Al igual que en las ciudades globales, no importa tanto extraer el jugo a la localización sino recoger las ganancias de la interconectividad que ofrecen todas ellas. Todo ello es lo que ya consiente la UEFA.
Si de algo está cerca el Valencia -reúne todos los condicionantes- es de ser un franquiciado bajo los designios de un franquiciador. Lim ha dejado la estructura del club perfectamente adaptada para ello, incluso con unos porteros locales que abren la persiana por las mañanas. Ya se puede. ¡Franquíciese!