VALÈNCIA. No se me ocurre mejor bálsamo para la reconstitución del fútbol que todo un año sin fichajes. ¿O tal vez dos) Tranquilos, podríamos llegar a un acuerdo: convenir que sí se pueden seguir publicando rumores de contrataciones, cesiones e intercambios, pero sin creernos nada, sabiendo que no podrán consumarse. En fin, un poco como ahora.
Los clubes no se salvarán pudiendo fichar, más bien les sucederá lo contrario. Respirarán, mirarán más hacia sí mismos, dejarán -por fin- de entender el negocio como una loca carrera por cambiarse la piel cada dos días. Podrían comenzar a pensar en sus equipos como una capa más de sus instituciones, a reflexionar sobre su misión a futuro. El Chelsea impedido de contratar es un buen exponente del giro.
Imaginemos que de repente, oh, el Valencia se percata de que su suerte no pasa por acudir al mercado y acumular piezas posiblementes irrelevantes en cada ventanilla, sino más bien en consolidar una pequeña casualidad: la acumulación de jugadores con arraigo, unos porque salieron de Paterna, otros porque han echado raíces a base de resistir. Parejo y Gayà, Paulista y Ferran, Soler y Coquelin. El mercado es un vicio Tinder para cada equipo. Solo Jaume Ortí, aunque fuera involuntariamente, lo entendió en aquel agosto donde el éxito inesperado fue no fichar.
En un año sin fichajes quizá diéramos tiempo, tal que en barbecho, para que unos cuantos especuladores se lo pasaran a dos velas. Esperando la nueva llamada de la fertilidad. Agentes, encantadores de serpientes o propietarios de sociedades deportivas, abocados a subsistir con el grifo cerrado. Incluso futbolistas abocados a jugar, sin especular.
Pero también hay para nosotros, los aficionados. Aleccionados para reaccionar tan solo a los estímulos de la novedad, puede que retomaramos la vieja costumbre de mirar al equipo con un poco de perspectiva, sin aburrirnos de él y querer cambiarlo de arriba a abajo ante la primera decepción.
Esta crisis ha desnudado uno de los grandes problemas que el fútbol iba arrastrando: su adicción a las hormonas. A expandirse sin razón ni mesura, acercándose peligrosamente a un sistema piramidal por el que si no hay crecimiento el negocio deja de funcionar. Necesitamos tiempo. Necesitamos que los planes les salgan mal a quienes pretendían que les salieran demasiado bien.
Quizá, para curarnos en salud, el mercado de fichajes de entrenadores sí debería permanecer abierto.