VALÈNCIA. Con la escenificación de la rescisión del contrato de Mateu Alemany muere, de manera definitiva, un proyecto que funcionó y que la propiedad, a golpe de capricho, reventó a conciencia. Como el que paga manda y el que compró las acciones decide, la “doble M” saltó por los aires. Adiós Marcelino, adiós Longoria, adiós Mateu. Su legado es historia. Y el modelo no necesita defensa, porque le defienden los números: tras dos cursos infames coqueteando con el descenso y la depresión, en dos años, se lograron dos clasificaciones para Champions de manera consecutiva y un título de Copa del Rey. Un pequeño gran paso para la historia del Valencia, uno gigante para sus aficionados. Todo eso ha volado por los aires por cortesía, obra y gracia de Peter Lim. El todavía dueño de la mayoría de acciones del club ha decidido fulminar una figura que era más que un gestor, más que un simple ejecutivo y más que un tipo capacitado para delegar el día a día del club. Ha prescindido del único vestigio de credibilidad del club, de la única voz autorizada para aplicar coherencia en un club que no para de arrastrarla por el suelo. Certificada la defunción deportiva de Marcelino y ahora la ejecutiva de Mateu, que cada palo aguante su vela. Mateu se va, Anil se queda. “Sálvese quien pueda, las mujeres, los niños y los presidentes primero”.
El dueño, que entró en el Valencia pero sigue sin conseguir que el Valencia entre en él, ha impuesto su santa voluntad. Su modelo es simple: cambiar todo para que nada cambie. Y con tanto dinero como falta de puntería, con tanto cheque como falta de tacto y tanta pasta como falta de sensibilidad, Singapur ha cerrado, por fin, el círculo. La pregunta del millón de dólares es fácil: ¿Y ahora, qué? Pues que pase el siguiente, porque el orden de los factores no altera el producto. No importa si por el banquillo desfila Albert Celades – suerte para toda la temporada, míster-, si regresa Ranieri, si vuelve Prandelli o si se recurre al Capitán Iglo con sus palitos de merluza. Con la ejecutiva pasará lo mismo: dará igual que el sillón lo ocupe el obediente Anil, que fichen a Robert Fernández, que pongan en el cargo al machote Luis Fernández que den plenos poderes a Bob Esponja. Visto lo visto, no importa el nivel del empleado, sino su sumisión. Que cobren, pero que nadie moleste.
Liquidados Marcelino y Mateu, tanto monta, monta tanto, Singapur respira aliviado. Por fin, el club vuelve a regirse por lo que Peter Lim siempre ha querido. Hacer su santa voluntad. Ambos puestos, el de entrenador y el de director general, a partir de ahora son cargos vacíos de contenido. Peter Lim no cree en eso. Se siente más cómodo con figurantes de renombre, elementos decorativos, súbditos condescendientes y empleados sumisos. Exigencia mínima, poder reducido y autonomía escasa. No importa si se gana o se pierde, si las cuentas salen o no, si el club crece o no, ni si la grada es feliz o no. Para el dueño, todo eso son cuestiones menores. Su lema es sencillo: su club, sus normas. Con Lim al mando, nadie puede llamarse a engaño. El Valencia podrá ganar o perder, pero nadie podrá decir que hay un proyecto serio y creíble. El que había está muerto y el que existe ahora no tiene pulso, porque es un muerto viviente. El proyecto es no tener proyecto. Y mientras Singapur siga ahí, aunque el balón entre por la portería, la credibilidad saltará por la ventana.