VALÈNCIA. A Puchol II, el campeonísimo de la pilota, el hombre que va empalmando los títulos en las dos grandes competiciones del calendario de la pilota, el Individual -mano a mano- y la Lliga CaixaBank -por equipos-, un año tras otro, le da cierto rubor contar que el día de la gran final, en la mañana previa a una de las dos partidas más importantes del año, se fue al bar y pidió un bocadillo de carne de caballo con ajos tiernos. Y que luego, en vez de comer a la una, como
tenía previsto, se esperó hasta las dos para hacer la carga de hidratos con el plato de pasta de rigor porque no tenía mucha hambre. “El nutricionista se desespera conmigo. Pero, oye, la carne de caballo es proteína y lleva hierro…, ¿no?”, se ríe el de Vinalesa, feliz porque acaba de ganar su cuarto CaixaBank. Porque Puchol II, Álvaro Gimeno e Hilari (el equipo de la Pobla de Vallbona) derrotaron a José Salvador, Nacho y Guillermo (Vila-real SME) por 60-45.
La dieta del resto de Vinalesa igual no es la más refinada, pero sus números son irrebatibles: cuatro CaixaBank, como el gran Álvaro, de Faura, y cinco Individuales. Su última conquista, esta Lliga, llegó después de una final pesada, que duró dos horas y veinte minutos y que se desarrolló en un ambiente de calor pegajoso dentro de un trinquete Pelayo con la ‘escala’ a reventar.
La final encumbró de nuevo a Puchol II, el hombre que marcó las diferencias en los momentos de zozobra de su equipo. Porque la partida no paró de dar bandazos. Y cuando un trío parecía que se imponía, reaccionaba el contrario. Lo campeones se fueron al principio (30-15), pero luego les igualaron por dos veces y tuvieron pelota de val para ponerse por delante. Entonces Puchol II, un pilotari con aires de galán antiguo, de película en blanco y negro, dio un paso al frente para enderezar el rumbo de la final, para evitar que se torciese otra tarde de gloria.
Es lo que tienen las estrellas. Al número uno tienes que vencerle dos veces. Porque no sólo es el jugador que vale lo que vale ese día en función de su rendimiento, a eso hay que sumarle un plus, su aura de campeón, su fama, su prestigio de ganador. Y a Puchol II le vencieron en algún momento, pero nunca dos veces.
Pelayo, el trinquete del barrio donde acuden vecinos de todos los rincones de la ciudad en busca de un chino bueno y barato, vibró con una partida con más emoción que calidad en la que los dos tríos tenían un planteamiento muy claro. El de Puchol II, salvar a Nacho, el mejor mitger del momento y su principal amenaza, y durante muchos tramos del choque lo consiguieron o, al menos, le obligaron a jugar muy forzado. El rival, en cambio, lo que quería era precisamente buscar al mitger rival, a Álvaro Gimeno, pero el pilotari que debutaba en esta posición esta temporada completó una gran partida y, a su manera, desequilibró el duelo. El de Massalfassar, después de una vida en la que todos le decían que no valía para este deporte, que nunca llegaría a la élite, que jamás pasaría de ser un punter más, se ha especializado en aprovechar el momento. Ni siquiera le importó que le entrasen rampas en las piernas por la tensión. Entró al vestuario, el fisio le soltó el tren inferior y salió a rematar su gran día.
Ya en la celebración, con la fanfarria de la final de cualquier deporte, con el manoseado ‘We are the champions’ de Queen a toda pastilla y una lluvia de tiras de papel doradas cayendo sobre los campeones, Andreu, el feridor del trío campeón, esperaba con timidez a un lado. Tino, la persona que dirigía la ceremonia desde un pinganillo, le achuchaba para que saliera y subiera al podio con sus compañeros, para que disfrutara del momento de gloria que se había ganado. Pero el chico, aún un adolescente, intimidado entre tanta figura, decía que no, que él no pintaba nada.
Pero se equivocaba este feridor de 16 años: al chaval no se le encogió el brazo pese a ser protagonista en la final por equipos más prestigiosa. Al contrario, le apretó las cuerdas a José Salvador durante toda la tarde, y se coronó con un último juego, el de más presión, en el que todos, unos y otros, tienen prisa por acabar o por remontar, con un recital desde la ‘pedra’.