VALÈNCIA. El torneo del mano a mano es mi momento favorito del calendario de la pilota. En el Individual desaparecen los complementos e irrumpen los restos, generalmente solo los restos, desnudos, sin más defensa que sus dos manos. Y ahí, cara a cara, uno contra uno, se va haciendo una criba hasta que sale el campeón. Y todo número uno, que me perdone Genovés II, necesita este título para pasar a los anales de la historia.
Puchol II ya lleva cinco, que no es poco, y ahora mismo, a sus 30 años, es el indiscutible rey de la pilota. Lo es, fundamentalmente, por el día a día, pero también por haber levantado la Feninde. La Feninde es una réplica de un friso griego con 2.500 años de antigüedad que descubrió en su día Víctor Iñurria, entonces presidente de la Federació de Pilota Valencia. Un trofeo que representa a seis jóvenes practicando el juego de pelota a mano. Y, la verdad, fue un acierto que Iñurria sustituyera una insulsa copa, que era el trofeo que recibieron los primeros campeones, por este imponente friso griego que ya es todo un símbolo en nuestro ancestral juego.
Puchol se consagró como pilotari dirigido por Pilota 3.0. Pero hace tres años sintió que necesitaba hacer un cambio y tomar un nuevo rumbo. El jugador de Vinalesa se puso en manos de dos entrenadores de atletismo: Carlos Castelló, con quien trabaja la fuerza, y Pau Monreal, que se encarga de todo lo demás. Y un día descolgó el teléfono y llamó a Vicente Alcina. Alcina fue un jugador del montón pero tiene un ojo clínico muy valorado. La selección valenciana ganó su primer Mundial con él como técnico y Grau se convirtió en el primer y único mitger que ha conquistado el Individual -derrotando nada más y nada menos que a Álvaro, once veces campeón.
Con Alcina lleva tres de tres en el Individual y el hombre, que no ha perdido la guasa cumplidos los sesenta, no para de regodearse. Pero luego se pone serio y destaca que el pilotari es muy disciplinado. “Ni sale ni bebe. Es un alemán”, explica. Y lo ilustra con una anécdota del miércoles, cuando,
al acabar la partida que tenía en Guadassuar, la última que tenía esta semana, Pucholet le anunció que se iba a tomar un quinto. “¡Y no juega hasta el lunes! Imagínate”, destaca Alcina.
Al entrenador le gusta ir al trinquete y preparar las partidas con un jugador que, además, es hijo de otro gran resto y amigo suyo, Puchol -el alcalde de Vinalesa-.
Un mes antes del Individual empiezan a centrarse en el torneo. Y antes de cada partida van dos veces al trinquete a entrenar y familiarizarse con la cancha, que, en este deporte, cambian mucho de un sitio a otro. Allí, Alcina le recuerda la importancia de jugar al aire, de irse hacia adelante, de no recular. Y, sobre todo, como lo conoce bien, que no se distraiga con agentes externos. “Eso es lo que más me cuesta. Porque es muy maniático y la cabeza le va a mil. Está pendiente de todo: lo que dice el rival, que si el público aplaude o no aplaude, que si pasa alguien… Y yo le pido que solo me mire a mí. A veces me hace caso y otras no. Hay momentos de la partida en los que tengo que recordarle que tiene que confiar en lo que hemos entrenado, en lo que hemos preparado”.
La parte física la pone en mano de los preparadores del Club Atletisme Moncada. La última vez que estuve con Puchol II le pregunte si hacía largas distancias y me dijo que odia correr. Pau Monreal lo constata y se ríe recordando que, durante la pretemporada, cuando le pone a hacer series en la pista con dos de sus atletas más destacados, el vallista Pablo Drees y el decatleta Tayb Loum, Puchol siempre se retira a la cuarta. “Pero, a cambio, destaca por su fuerza. Es un tío muy grande y con una gran envergadura. Y técnicamente es el mejor, claro”. Correr no es lo suyo. Y no solo por una cuestión de resistencia. “Su técnica de carrera es espantosa. He intentado corregírsela de todas las formas posibles, pero a los 30 años me temo que eso ya no hay quien lo cambie, así que nos centramos en otras cosas y en sus fortalezas”.
Su equipo, digno de cualquier deportista de élite, que la cima es más fácil alcanzarla acompañado, lo completan Emilio Ibáñez, su psicólogo, y Raúl García, que se encarga de la comunicación.
Uno de sus admiradores es José Grau, para muchos el mejor mitger de todos los tiempos. Ahora ya está retirado y dirige un horno-cafetería que hay al lado de mi casa. Cuando nos vemos le pregunto por algunos jugadores porque es otro de los que sería un gran técnico. Y cuando le pregunto por Puchol se queja del sistema, de la corriente de jugar con las galerías prohibidas. “Si se pudiera mandar la pilota arriba, veríamos de lo que es capaz realmente Puchol II. Puede que no fuera el Genovés, pero sería una figura más grande todavía. Y así creo que nos están quitando la alegría de verle jugar en su plenitud”.