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opinión

Qué doblete ni qué doblete

El valencianismo en ocasiones parece que vive para recordar su doblete en lugar de para proyectar su porvenir. El doblete marca buena parte de nuestros días, buena parte de nuestro relato. Es una losa con la que las generaciones treintañeras frenan la evolución espontánea de las nueva hornada de aficionados...

2/06/2017 - 

VALENCIA. En 13 años se pasa de niño a adolescente y de adolescente a padre. En 13 años se pasa de joven a viejo. En 13 años se pasa de hijo a padre. En 13 años la vida puede cambiar por completo. En 13 años se puede levantar un imperio de la nada. En 13 años se puede destruir una empresa solvente y reducirla a cenizas. En 13 años se puede alcanzar un amor pleno y acabar odiando a quien se amo.  

El Valencia hace 13 años que ganó el doblete, pero no ha dejado ni un solo día de reponerse. Es un luto no superado, es un trauma por tratar, es una celebración de la melancolía. El valencianismo en ocasiones parece que vive para recordar su doblete en lugar de para proyectar su porvenir. El doblete marca buena parte de nuestros días, buena parte de nuestro relato. Es una losa con la que las generaciones treintañeras frenan la evolución espontánea de las nueva hornada de aficionados. 

Se presentaron las camisetas. Me gustan. Pero otra vez doblan las campanas por el doblete y las elásticas se convierten en producto nostálgico. ‘Las nuevas camisetas del Valencia evocan al doblete”, se lee. Qué doblete ni qué doblete. Evidentemente la elección de las camisetas no evoca nada, son un estándar de la marca deportiva y no están personalizadas (menos dramas: cuando vendas mucho personalizarán tu camiseta). Sin embargo han encontrado un eje de potencia social: asociar la casaca a lo que ocurrió… hace 13 años. 

El propósito de trazar comparación con aquella era dirige a la autodestrucción. No hay similitudes. Ninguna. Nada tiene que ver el contexto. El Valencia no resurge mirando al ‘doblete’, es su propio gen el que le obliga a la resurrección continua, a la reinvención. 

La eucaristía de la memoria. Incluso a los que vienen nuevos les imponemos vicios antiguos. Marcelino ante la presión social reafirmó su devoción por Rafa Benítez. Claro, no la va a tener por Antonio López. Qué excesiva la mirada al retrovisor. Está bien tomar referencias históricas para saber de dónde venimos, pero está mucho mejor mirar a lo que espera. 

Nos parecemos demasiado al anuncio Good bye Lenin! con el que la revista Panenka recordó la final de Champions perdida en Milán: el anciano al que su familia le hace creer que la final se ganó. Vivimos bajo la obsesión de despertarnos y ver que las mangas del equipo son negras y el doblete, dichoso doblete, está punto de alcanzarse.  

Pero hace 13 años y no queda nada tangible de entonces. Seguir proyectándonos en el doblete es eficaz como campaña de marketing, pero definitivamente nocivo para la salud ambiental. Los hombres de Marcelino merecen poder emanciparse del pasado. O el Valencia mira a su progreso, lo tratamos como un club en vías de reconstrucción, o seguirá sumido en lo que ya no es.

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