VALÈNCIA. Las tripas de Mestalla, programadas desde verano para la gloria y el centenario, expresaron su hartazgo. El equipo, una máquina de competir el pasado curso, se ha acostumbrado al peor de los escenarios posibles para una entidad que aspira a ser grande: salir del campo sin ganar. Hay quien duda de la gestión (el tipo que la diseñó sigue siendo el mismo y hay proyectos que no se pueden destrozar en dos meses), quien pone en solfa al entrenador (que es el mismo que el año pasado sacó al club de la nada y lo metió entre la elite) y quien recela de la plantilla (que no sólo es la misma que la del curso pasado, sino que se reforzó con piezas de buen cartel). Si se juega bien, no se gana. Si se juega regular, no se gana. Y si se juega mal, tampoco se gana. Y el fútbol, como dijo Luis Aragonés, consiste en ganar, ganar, ganar y volver a ganar. No hay otro secreto en este juego que presume de no tener memoria. Tan cruel como desagradecido, pero cierto: nadie vive de un crédito eterno y nadie puede perpetuarse en un cargo si la pelotita no entra entre los tres palos. Duden de los jugadores, del entrenador o del gestor, pero el orden de los factores no altera el producto: el Valencia CF no le gana a nadie.
Hace un par de semanas que la paciencia del valencianismo, que ha sido bastante pero no es eterna, se agotó. Y aunque haya discrepancias sobre los detonantes, causas y culpables de la situación, todos comparten el diagnóstico y el cuadro clínico de un enfermo que no levanta cabeza. Ya no tiene demasiada importancia cómo se llegó a este punto, porque lo que importa es revertir una situación que, si se prolonga, va a quebrar la confianza de la afición y el proyecto – con la venia, bien diseñado- del club. Hace días que el VCF no puede vivir de palabras porque necesita hechos. Y como no llegan, el público ha pasado del desencanto a la frustración y de la frustración a la impotencia. Miles de aficionados se fueron a la cama, sin cenar, devanándose los sesos para tratar de comprender cómo es posible que el equipo haya entrado en un bucle que parece cosa de una maldición gitana: no hay partido en el que el Valencia no le perdone la vida al rival, no hay choque en que no haga Trofeo Zamora al portero contrario y no hay día en el que el VCF no pague carísimo su falta de pegada, porque acaba regalando en su área. Alemany dijo una verdad como un templo: sería de locos tirar todo el trabajo de dos cursos por dos meses negativos. Marcelino dejó otra reflexión sin trampa ni cartón: al equipo no se le puede reprochar que lo está intentando. Y Rodrigo invitó a los de fuera y los de dentro a compartir un sentimiento: la autocompasión no sirve de nada.
La teoría y práctica del curso pasado apuntaban que el VCF estaba en el camino ideal para pisar fuerte y regresar al grupo de los grandes para quedarse. Hoy la teoría se pudre porque la práctica está fallando más que una escopeta de ferias. Y sin embargo, sin pretender engañar a nadie, la situación todavía es reversible. Aún hay pulso, es pronto para renegar de lo mucho y bueno que se ha construido y todavía hay margen para lograr todos los objetivos. Pero, dicho eso, ahora Mateu, Marcelino y sobre todo, los jugadores, van a tener que asumir que, de ahora en adelante, saltarán al vacío y no tendrán red. En Liga hay que ganar sí o sí el próximo choque, pero antes de eso, está la Champions. Otro fallo ante el Young Boys suizo ya no sólo sería otro borrón doloroso, sino que comprometería el futuro económico del club y erosionaría el proyecto. Nadie festeja como un título entrar en Champions para meses después tirar por la borda una competición que el club necesita para prestigiarse y hacer caja.
¿Qué se le puede decir al valencianista que vive en el desasosiego? ¿Qué discurso lógico sirve para calmar un enfado permanente? ¿Qué receta hay para salir de este agujero? ¿Qué camino se debe andar para enderezar el rumbo? ¿Qué decirle a un valencianista que se fue dolido, a la cama y sin cenar? Todo razonamiento será en balde, toda palabra ya será mal interpretada y toda lógica sale por la puerta cuando la derrota entra por la ventana. No hay palabras que calmen una ansiedad desbordada. Quizá por eso no hay que buscarlas. Ya no hay tiempo para responsabilidades, ni para rediseñar la plantilla. Ya no es momento de culpas o sesudos debates. Ya se ha cruzado el Rubicón de los reproches, fundados o no, hacia el entrenador. Y esto ya no va de señalar a Rodrigo, a Parejo, a Guedes o a quien sea menester. La sangre ya ha llegado al río, club y equipo están en una situación límite y sólo vale ganar. Ante el Young Boys no servirá ninguna excusa, racional o no. Perder servirá para visitar el infierno. Tocar fondo. Ganar será lograr que el trabajo pague, curarse como equipo y recuperar confianza perdida. Sea como fuere, a las fuerzas vivas del valencianismo, desde aficionados a jugadores, de cuerpo técnico a despachos, les queda un único camino: dejar de preguntarse qué puede hacer por ellos el VCF para empezar a preguntarse qué pueden hacer ellos por el VCF.