VALÈNCIA. Seguro que Calleja no me lee, pero si lo hace debe tenerme entre ceja y ceja. Y no es nada personal, por supuesto. El tío me cae bien, pero futbolísticamente no ha sido capaz de hacer del Llevant un firme candidato al ascenso directo, que es lo que todos esperábamos. Ni siquiera sabemos a qué juega este equipo. Y así es difícil que dé para ascender. Sin haber sido superior a casi nadie. Tras un sinfín de rácanos partidos contra equipos sobre el papel inferiores pero mucho mejor trabajados. Cuando Calleja sustituyó a Nafti hubo una cierta mejoría, pero ya escribí sobre un evidente margen de mejora que nunca llegó. Fijarse (sólo) en los resultados siempre es un error. Mientras crecía la racha de imbatibilidad advertí una y mil veces que seguíamos sin jugar a nada y que un día la fortuna –que sopló a favor durante meses– se volvería en contra, pero muchos seguían encandilados con los elogios vacuos de lo más frívolo de la profesión periodística.
Seguro que Felipe Miñambres ignora esta columna. En un ataquito de inventor del fútbol (tan común) se cepilló a Alessio Lisci, que era tanto como no renovarlo tras haberlo merecido sobradamente, y regaló el mando en plaza a un absoluto desconocido. Crónica de un desastre anunciado, una pereirada, una broma de mal gusto. Tardó en reaccionar, porque era reconocer un error flagrante. Y cuando lo hizo, para sorpresa de todos, trajo a Calleja, de escaso bagaje, nulo en Segunda: entrenador de la casa en Vila-real y tiovivo agridulce en Vitoria. Quico le consintió este nuevo giro de timón, de alto riesgo.
Quico (responsable último de la parcela deportiva) tampoco me lee. Bueno, él a veces, quizás. Él no renovó a Tito para rescatar a Manolo Salvador. Echó a Paco López en la jornada 8 y avaló la mojiganga de Pereira y con ello condenó al equipo al descenso. Trajo a Miñambres y lo firmó ¡para tres años! Consintió lo de Nafti y ahora se resiste a buscar un revulsivo, porque haber puesto sobre la mesa el finiquito a Calleja y a Miñambres el lunes a las 8 de la mañana representaba confesar (como en su día sucedió con Pereira) el fracaso rotundo de una gestión deportiva (esencial, en definitiva, en un club de fútbol) que va de traspié en traspié.
No me leen pero me piden dejar a un lado las diferencias y remar todos a una. Soy periodista, no gregario. Analizo las cosas y las explico a quien quiera leer. Creo que se me da bien, aunque me equivoco como todo el mundo. Es complicado pedir unidad al entorno cuando el entrenador decide dejar fuera del once al líder con más carisma y galones y premiar a unos pocos indolentes que te hunden día a día. Cuando es incapaz, por ejemplo, de sacar partido al mejor futbolista de la categoría, De Frutos, y ni siquiera le cambia de banda para que la defensa que los rivales le hacen todas las semanas, con dos tíos encima, no sea tan previsible. Cuando impone un fútbol posicional a ritmo de tortuga sin plan B. Y tantas cosas más.
Desde el minuto 1 dije que ni Nafti ni Calleja eran los hombres para liderar este proyecto y que hay en plantilla futbolistas que restan más que suman. Pero también he insistido en que tenemos muchos futbolistas (pese a las bajas) con aptitud y actitud como para ganar en el Insular, reengancharse al ascenso directo y ahuyentar dos fantasmas que llegan por abajo, llamados Albacete y Cartagena.
Lo repito antes de la penúltima bala: si subimos será pese a la gestión deportiva. Al final hay un puñado de deportistas que pueden hacer historia con este escudo y devolvernos a Primera, pese a todo. No confío hace tiempo en Calleja ni en Miñambres, pero sí en ellos. Sin el agua al cuello, exigiremos todas las responsabilidades, como siempre hemos hecho. Porque si no subimos, esto será Troya. Una ciudad de la que hoy sólo quedan ruinas.