Que al profesional no se le ataque o eleve por quién lo fichó, a quién se enfrentó, le renovó o le representa, sino por su rendimiento. Un entorno crítico y exigente no es un entorno histérico y tendencioso, que es básicamente lo que gobernó durante estos últimos años.
VALENCIA. Si buscas los detalles del desnorte sufrido por el Valencia durante el último decenio encuentras cosas encaladas en el olvido que debieron encender las alarmas. Jugadores que quitaban recuperadores o médicos a capricho. Fisios que acabaron abandonando el club porque preparaban sesiones de recuperación después de los partidos que molestaban a los señoritos. O entrenadores desautorizados ante el vestuario por su presidente a la hora de poner sanciones o imponer jornadas de trabajo que incluían desayuno, comida y descanso en Paterna bajo el poderoso alegato de "es que tienen hijos, entiéndelo".
Durante mucho tiempo, ni dentro ni fuera, se respetó al técnico de turno. Por eso las alarmas jamás sonaron. Lejos de hacerlo, encontramos escudos en el entorno que se ponían a disparar para defender al jugador, al colega, al confidente, al del 'el vestuario dice'. El Valencia se destruyó a sí mismo consintiendo, fomentando, tales cosas, laminando la competencia ―el ingrediente mágico que hizo competitivo a este club ―por temor a, y para mayor comodidad de, las vacas sagradas y sus altavoces, jaleando con pasión todas estas prácticas en lugar de denunciarlas o poner el grito en el cielo.
No se puede decir que sea una novedad, de hecho, es una tendencia histórica. Por eso el éxito en la entidad es una rareza, un acontecimiento aislado que abre muy de vez en cuando las vitrinas. Por eso, en el Valencia, perder es lo normal. No hay mayor ejemplo de estas cosas que el Valencia de mediados de los años 70. De entrenadores marioneta. De jugadores extraordinarios. Probablemente fuera el mejor equipo, de más talento y renombre, que jamás haya tenido la entidad. Sin embargo no encuentras futbolista, arrepentido por su vaguedad, que no confiese que era equipo para haber ganado varias ligas, pero que sólo cosechó mediastablas "porque nadie nos exigía". La mayor sentencia fue pronunciada por Kempes hace 12 años: "Si hubiéramos tenido entrenador que nos apretara como Benítez hubiéramos marcado una época en el fútbol".
El triunfo en la acequia de Mestalla siempre tuvo nombre y apellidos porque casi nunca hubo club. Quedamos a expensas de que el mandamás de turno dejara de contratar entrenadores manejables para apostar por gente de bien, y que se dieran las mínimas condiciones de respeto para que éste pudiera ejercer e imponer su método. En muy pocas ocasiones el fracaso llegó por tener malos equipiers, sino por todo lo contrario: por buenos y malcriados.
Y es lo triste de todo esto, que hace demasiado que aceptamos situaciones que hace años no hubiéramos tolerado. Asistimos con asombro a ruedas de prensa donde un director deportivo le da las gracias por existir a un jugador (¿fichado por amistad?) con lesión crónica que le impide jugar profesionalmente al fútbol; o a defensas enconadas a tipos de 3,8 netos con evidente sobrepeso al que nadie se atreve a meter en vereda. O a una lluvia de alegatos yupis justificando llegadas de entrenadores que no reúnen los requisitos mínimos para entrenar a un Valencia. Y ocurrió ante la pasividad del mundo, recibiendo con alegría una lluvia de mentiras lanzadas a nuestra cara con total desfachatez y en escenarios antiguamente tildados de sagrados. Seguimos en esos tiempos oscuros donde la crítica está prohibida y cualquier atisbo de exigencia se despeja demonizando al que la ejerce o la demanda.
Antaño triunfó el equilibrio entre bandos, el que sostenía que el Valencia no valía para nada y el de la escuela rogista, que creía que debía aspirar a todo. Esa batalla en igualdad de fuerzas le fue bien a la entidad, tiró de ella y la hizo crecer. No así cuando se impuso una de las dos tesis, trayendo la unanimidad destrucción, mediocridad y ruina. No siempre en ese orden.
Hoy queda muy poco de aquello. Vivimos en una dulce complacencia, rodeados por ayatolás de la propiedad que lo justifican todo y gentes obcecadas en buscar a la yakuza detrás de toda decisión tomada. Todos, por haberse posicionado en el pasado, movidos ante un único fin: querer tener razón porque sí. No importa nada más
Le vendría bien a este Valencia sin personalidad recuperar un entorno crítico, que debata y apriete en pro de un objetivo común, exigente, como el que existió de 1994 a 2007. Que no permita a dirigentes ni jugadores ciertas actitudes porque teman la reacción. Que al profesional no se le ataque o eleve por quién lo fichó, a quién se enfrentó, le renovó o le representa, sino por su rendimiento. Un entorno crítico y exigente no es un entorno histérico y tendencioso, que es básicamente lo que gobernó durante estos últimos años. Cuando hubo de lo primero siempre nos fue bien a todos, y muy mal cuando dejamos de ejercer para que imperara lo segundo.
Ojalá seamos capaces de recuperar aquello que dejamos que nos robaran. El Valencia lo necesita. Tanto como necesitaba un perfil Prandelli para el banquillo.